¿Acaso Lula da Silva le hizo un favor al régimen de Maduro?

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Foto: AP.

Saber cuáles eran las intenciones de Luiz Inácio Lula da Silva no es tarea nuestra. Ni con el tres veces presidente de Brasil, ni con cualquier otro dirigente político veterano y sagaz, eso es posible. No sabemos, a fin de cuentas, qué es lo que buscaba el referente de la izquierda latinoamericana cuando puso en duda el carácter autoritario y represivo del gobierno que en Venezuela encabeza quien fue su invitado este 29 y 30 de mayo de 2023.

Lo que sí podemos evaluar, y en este caso es un asunto crucial, son las consecuencias de diverso tipo de lo que devendrá en una frase para la historia política latinoamericana.

“Ustedes saben muy bien cuál es la narrativa que han construido al respecto de Venezuela, del autoritarismo, de la antidemocracia, esa narrativa ustedes la tienen que deconstruir mostrando su propia narrativa para que la gente cambie de opinión”, dijo un entusiasta Lula da Silva teniendo a Maduro como interlocutor en un acto oficial.

La visita de Maduro, por sí sola, constituía un hito. Aislado por la comunidad internacional democrática de Europa y América, a partir de 2018, cuando hizo una relección a su medida, sin respetar condiciones electorales mínimas. En estos años, en la región Maduro ha viajado a Cuba en diversas ocasiones (cada vez menos, a decir verdad) y tuvo un desafortunado viaje a México. No asistió a las tomas de posesión de presidentes de izquierda en Sudamérica, no estuvo en Santiago con Gabriel Boric, no estuvo en Bogotá con Gustavo Petro, ni en Brasilia con Lula da Silva.

Así que el hecho, en sí mismo, de que Maduro llegase a Brasil, un día antes que el resto de mandatarios, que fuese recibido como jefe de Estado, ya era un triunfo para el régimen y de alguna manera se ponía fin al cerco diplomático, al menos de países sudamericanos.

Dos días ante de su llegada a Brasil, el gobierno de Boric confirmó que enviaba embajador de Chile a Caracas, y poco antes el gobierno de Luis Lacalle, que no es para nada simpatizante de las dictaduras de izquierda, también reestablecía al máximo nivel los vínculos diplomáticos de Uruguay con el chavismo.

Tengo dos lecturas de este proceso, al cual debe sumarse la conversación telefónica de Maduro con el presidente electo de Paraguay, Santiago Peña, tras la cual se dijo que habrá nuevamente relaciones diplomáticas apenas asuma éste en Asunción como jefe de Estado.

En primer término, parece que se impone una lógica pragmática, de aceptar que el chavismo enquistado en el poder es una realidad política, más allá de que le guste o no a las democracias del continente. Estados Unidos con el gobierno de Joe Biden ha dado una pauta al establecer canales de diálogo directo entre la Casa Blanca y el Palacio de Miraflores.

Una segunda lectura, más relacionada con los movimientos de las últimas semanas, apuntaría a movidas democráticas de la cancillería de Brasil, dado de que el gobierno de Lula da Silva venía preparando la cumbre de relanzamiento de Unasur (una de las entelequias integracionistas que fundara Hugo Chávez en 2011), y requería un clima de entendimiento diplomático.

Un Lula da Silva, muy hábil y conocedor a fondo de la política interna brasileña, que ha querido jugar en este nuevo período presidencial a proyectarse como un jugador de las relaciones globales, posiblemente no midió el impacto inmediato, nacional e internacional, que tendría su desafortunada tesis sobre el modelo autoritario venezolano.

La frase ha sido en sí desafortunada (en Venezuela existe una política antidemocrática muy real, no es una narrativa), y ha terminado siendo igualmente desdichada para quien la pronunció y para quien pretendía apoyar.

Así como el desplante, público y notorio, del presidente brasileño para su presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, quien apareció de forma sorpresiva en la Cumbre del G-7 en Japón, terminó por enterrar la aspiración de convertirse en mediador al conflicto generado por la invasión de Rusia, en el otro extremo también Lula da Silva quedó descartado como figura de mediación ante la crisis que vive Venezuela y que tiene en Maduro a un responsable de primer orden.

Un Lula da Silva, quien ha accedido al poder siguiendo las reglas institucionales y en general tuvo en sus dos gobiernos anteriores (2003-2011) una política de respeto a derechos y libertades políticas dentro de Brasil, termina cohonestando a las dictaduras en la región. En el pasado lo hizo con la Cuba castrista, ahora lo hace con la Venezuela controlada por el poder chavista.

Sin embargo, en este caso en particular todo el debate que ha seguido a su infeliz tesis, y que finalmente el tema de los derechos humanos en Venezuela terminara siendo el tema que rodeó a la cumbre de Unasur, hace poner en duda de que lo que se presentaba como una ayuda haya terminado siendo tal cosa.

Maduro, como me comentaba el internacionalista Félix Arellano, sólo necesitaba la fotografía de su recibimiento como jefe de Estado reconocido como tal por Brasil, y luego pasar a tener una figuración discreta. Eso habría sido un éxito en su regreso a la tribuna internacional.

Que la infortunada frase de Lula da Silva haya terminado generando el debate que generó, no es algo que haya favorecido al gobierno de Maduro.

Andrés Cañizález es periodista y director de Medianálisis. @infocracia

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