Adviento, tiempo para hacer memoria de la cercanía de Dios

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Este domingo 29 de noviembre es el primero de Adviento, tiempo de espera esperanzada de la gran noticia mundial: el nacimiento de El Mesías, El Redentor, El Salvador, encarnado entre nosotros, por obra y gracia del Espíritu Santo.

El Papa Francisco, en su invocación al Señor en la celebración litúrgica que estrena este tiempo, pidió para que ese Niñito que le falta por nacer de nuevo en nuestros corazones, nos despierte «de la oscuridad, de la indiferencia. Ven, Señor Jesús, haz que nuestros corazones distraídos estén vigilantes: haznos sentir el deseo de rezar y la necesidad de amar”.

Para los pobres de este mundo la palabra «esperar» puede ser una ofensa. Muchos han esperado toda su vida y su dura realidad no les ha cambiado. Por el contrario, se les ha recrudecido. Mucho más, con esta pandemia.

Pero cuando a la «espera» se le mira desde los ojos y la sensibilidad tierna de la Fe reconocemos que Dios está cerca, a nuestro lado, que nos acompaña. Por eso, desde nuestros labios frágiles y temblorosos le imploramos que venga, que no tarde tanto, que lo necesitamos y lo deseamos.

Francisco nos recuerda que «Él quiere acercarse a nosotros, pero se ofrece, no se impone. El Adviento nos recuerda que Jesús vino a nosotros y volverá al final de los tiempos, pero nos preguntamos: ¿De qué sirven estas venidas si no viene hoy a nuestra vida? Invitémoslo. Hagamos nuestra la invocación propia del Adviento: «Ven, Señor Jesús»».

En sus reflexiones del primer domingo de Adviento también enfatiza que hay que estar vigilantes para no sufrir del temor, como lo decía San Agustín «de que Dios pase y no me dé cuenta». Para el Papa «es estar vigilantes para no perder lo esencial: la vida de Jesús en nuestras vidas».

Y para estar «siempre atentos» hay que tener la disposición de no desanimarnos, de no dejarnos atrapar por la indiferencia y la mediocridad.

En este tiempo de espera de la venida del Señor, para despertarnos, para reaccionar pero con propósito, sirve la oración porque el «rezar es encender una luz en la noche. La oración nos despierta de la tibieza de una vida horizontal, eleva nuestra mirada hacia lo alto, nos sintoniza con el Señor. La oración permite que Dios esté cerca de nosotros; por eso, nos libra de la soledad y nos da esperanza”.

La oración oxigena la vida: así como no se puede vivir sin respirar, tampoco se puede ser cristiano sin rezar. 

Repitamos e interioricemos

“Ven, Señor Jesús, esta invocación podemos decirla al principio de cada día y repetirla a menudo, antes de las reuniones, del estudio, del trabajo y de las decisiones que debemos tomar, en los momentos importantes y en los difíciles: Ven, Señor Jesús”