Alcabalas en la frontera: lugares de matraqueo

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Alcabala frontera
Foto: Radio Fe y Alegría Noticias

Las alcabalas en la frontera venezolana son, sin lugar a dudas, una de las «particularidades» que todo extranjero al ingresar al país o incluso hasta los propios venezolanos que deciden migrar deben padecer.

Cuando se sale de Venezuela por el estado Táchira, los famosos puestos de control casi que ni se preocupan por el traslado del vehículo. Es muy rara la vez que los funcionarios detienen una unidad de transporte o carro particular. Sin embargo, este panorama cambia cuando se viene desde cualquier parte del mundo con el objetivo de ingresar a la patria de Bolívar.

Primero, si se viaja en el transporte que sale del terminal y la unidad indica que viene de San Cristóbal, es fijo que en todas las alcabalas los uniformados exigen que el autobús se pare y se coloque a la derecha de camino.

El ritual es el siguiente: ingresa un efectivo de seguridad, puede ser de la GNB, PNB, CONAS. El funcionario solicita la cédula de cada uno de los pasajeros (algunas veces solo a los hombres). Se acerca a alguna persona y le pregunta de dónde viene, qué trae en la maleta y a qué se dedica.

Este protocolo se repite en cada alcabala, así estén cerca una de la otra. Si algún pasajero tiene una maleta grande y se le ocurre decir que viene del exterior queda en la mira de los agentes para «solicitarle» documentos o explicación en torno a la razón de su llegada al país. Si la persona no accede a dar información o lo que dice no coincide con lo que lleva en el equipaje, es blanco de una petición de «ayuda para resolver el problema».

Ante este escenario toca armarse de un discurso que permita eludir la temida bajada del carro para revisar la maleta.
A la mayoría de los viajeros se les sugiere que se inventen alguna historia para así crear una coartada perfecta ante el efectivo de seguridad y de esa forma no ver comprometido su presupuesto o sus pertenencias, según sea el caso.

Cada alcabala actúa según el «jefe» del comando. Algunos solo piden la cédula y revisan el maletero, otros hacen bajar a los pasajeros mientras chequean la documentación y, los más «bravos» hacen todo lo anterior y obligan a bajar cada maleta, caja, bolsa para buscar algún desprevenido que si «se cae con los kilos», según ellos, los matraquean con un monto que oscila entre los 20 y 40 mil pesos colombianos, aproximadamente unos10 dólares americanos.

Cuando se viaja con equipaje pesado, teniendo incluso una factura o documento formal que indica la procedencia del mismo, la sensación de angustia es tal como si de tratase de un delincuente que será requisado por los uniformados.

La verdad es que no se entiende cómo los funcionarios de estos pequeños puntos de control en el camino están llegando a tener tanto poder que, prácticamente son los dueños y amos del lugar. Una pena, ciertamente.