El miércoles 24 de mayo fue encontrado sin vida el cuerpo de una niña de 13 años en una laguna de la urbanización Santa Inés de San Fernando de Apure. La consternación de la comunidad y de algunos otros sectores de la ciudad llegó de inmediato.
La menor de edad estudiaba sexto grado en la escuela del sector. Fue reportada como desaparecida el lunes 22, es decir, dos días antes del hallazgo por sus familiares y conocidos. Unos vecinos del barrio avistaron que unos zamuros sobrevolaban una parte de la laguna que se encuentra enmontada y localizada entre Santa Inés y el barrio El Paraíso, este del municipio vecino Biruaca. El olor putrefacto del cadáver también fue un aviso. Se encontraba en avanzado estado de descomposición.
Cuando se conoció la noticia, como siempre ocurre en este tipo de sucesos, comenzaron a rodar diversas especulaciones por redes sociales. Pero habían pocos datos certeros sobre las circunstancias de la muerte de la estudiante.
Allegados a la familia relataron a Radio Fe y Alegría Noticias que la pequeña pasaba casi todas las tardes, al salir de la escuela, por la panadería del barrio a retirar unos panes que le regalaban para llevarlos a su casa. Vivía con su mamá y otros hermanitos. A veces también ayudaba a vender frutas y chucherías. Los ingresos de la familia son muy escasos.
Funcionarios del CICPC, delegación de San Fernando, llegaron al lugar luego de la notificación de los vecinos. Hicieron lo de siempre: rescataron el cuerpo sin vida, le practicaron el examen forense y el mismo arrojó que a la niña le habían golpeado fuertemente, fracturándole una pierna y un brazo. También su cabeza presentaba hematomas. Y al parecer, también habría sido abusada sexualmente. Causa probable de la muerte: asfixia por ahogamiento. O por sumersión, como le gusta decir a los peritos.
La comunidad estaba impactada. La muchachita era bien conocida en la zona. No faltaba más. El corazón de todos se puso chiquito y lloroso. Otro niño que perdía la vida de forma violenta. En este caso se trataba de un femicidio infantil.
De este suceso surge una reflexión. Que se especule en las redes sociales parece que ya es normal. Al fin y al cabo, son opiniones que se quedan en al esfera de la subjetividad.
Pero que de allí a que salga publicado en varios medios de comunicación nacionales que una escena de celos originada por la menorcita a su supuesto novio, presunto autor del asesinato, fue el detonante de la agresión mortal del indiciado, es otra cosa.
Un joven, de 18 años, está detenido junto a un adolescente de quien dicen, los medios, que intentó ayudar al supuesto femicida a esconder el cuerpo un día después del hecho. Se afirma que la niña murió el mismo lunes 22, en horas de la noche.
Además, las reseñas aseguran, en lenguaje policial, que ambos se habían encontrado para dirigirse a un sitio apartado y tener relaciones sexuales. Otra vez la revictimización y menosprecio hacia la infante. Peor aún, llegaron a publicar la foto, pixelada y con eso se excusan, del cuerpo inerte.
Entonces, estas publicaciones se convirtieron en el centro del interés de los ciudadanos. No que la niña haya muerto de esta manera violenta. Incluso, a raíz de estas notas, muchos llegaron a cuestionar a la mamá de la pequeña. ¿Qué dónde estaba cuando sucedió eso? ¿Por qué la dejaba salir con un hombre mayo o por qué le dejaba tener novio?
Y vaya que a nosotros los periodistas de Venezuela, y en lo particular de Apure, nos hace falta mucho formarnos en este ámbito de la dignidad de la mujer, de las niñas, de los derechos humanos. Un gran desafío que no debemos soslayar. De lo contrario, las redacciones seguirán siendo propias de una crónica policial.
Muertes como estas deben dolernos muchísimo más y no convertirnos en supremos jueces en contra de la gente del barrio donde al parecer siempre suceden cosas malas. Pero los culpables de esa mala suerte son los mismos de siempre: los pobres, los de piel morena, los marginados, los descalzos, los niños que pasan hambre y frío.
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