Por Dubén Cabrita | Revista SIC
En el contexto teológico e intelectual de Joseph Ratzinger es necesario que pase algún tiempo para poder apreciar con detenimiento el alcance que tuvo este gran hombre en la humanidad y en nuestra Iglesia universal. Ha fallecido recientemente uno de los personajes de los cuales la historia escribirá y hablará porque, sin duda alguna, ha sido uno de los hombres más influyentes de nuestra Iglesia de este siglo y del siglo pasado. En el año 2014, el papa Francisco, refiriéndose a Benedicto XVI, nos decía: “El Papa emérito es grande por la fuerza y penetración de su inteligencia, grande por su relevante aportación a la teología, grande por su amor a la Iglesia y a los seres humanos, grande por su virtud y religiosidad”.
Grande por su fuerza y su inteligencia es innegable. Tener el valor para conducir la Iglesia durante gran parte de su vida es signo de entrega total al ministerio como pastor. El pensamiento teológico de Ratzinger está en plena relación con sus estudios de las sagradas escrituras, de la liturgia, del arte e incluso de la música, de la cual formó parte como estudioso de los grandes clásicos. En muchos momentos tuvo que estar presto para la defensa de la fe de una manera original y fundamentada en Jesús de Nazaret. Sus principios como teólogo vienen marcados como un alemán que vivió profundamente la experiencia del Concilio Vaticano II, sintió una reforma a su pensamiento y a su vivir desde una praxis que se manifiesta en su predicación y vivencia, no solo desde el misterio eucarístico sino en la catequesis, en la integración con el ecumenismo y con otras religiones.
Ratzinger, en su libro Jesús de Nazaret, nos muestra parte de su testamento espiritual. En él nos dice:
Sin duda, no necesito decir expresamente que este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal «del rostro del Señor» (cf. Sal 27, 8). Por eso, cualquiera es libre de contradecirme. Pido sólo a los lectores y lectoras esa benevolencia inicial, sin la cual no hay comprensión posible.1
De esta manera, encontramos los principios de Cristo y de sus enseñanzas referidas al camino, la verdad, la vida, el amor y la belleza para acercar el pensamiento teológico de Joseph Ratzinger. Para él la teología ha de nutrirse de la Escritura y la liturgia, leídas y recibidas en el magisterio y tradición viva de la Iglesia. Por eso la eucaristía como pan que da vida y la predicación son los espacios sagrados en los que Jesucristo se hace presente en su Iglesia, y de aquí la importancia de sus escritos como parte importante de su labor ministerial de profundización en la propia fe y el acercamiento de la razón, la búsqueda de la verdad y de un amor verdadero que fortalezca la fe de todos los cristianos.
El papa Benedicto XVI, en sus nueve años de pontificado, presentó tres encíclicas: Deus caritas est (Dios es amor), sobre el amor y la caridad eclesiástica; Spe salvi (Salvados en la esperanza), sobre la esperanza cristiana; y Caritas in veritate (Caridad en la verdad).
Para muchos analistas Ratzinger es el Papa de la razón. Sin embargo, en muchos de sus escritos no es precisamente la razón lo que está dominando, sino la fe que está marcada por el amor y la esperanza, con un profundo contenido que deja ver la consistencia espiritual que tenía su autor, entendiendo que fueron textos meditados y orados. Realmente el papa emérito era un hombre de oración. Al comienzo de la encíclica Spe salvi nos dice:
En esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los Romanos y también a nosotros (Rm 8,24). Según la fe cristiana, la “redención”, la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.2
El amor y la esperanza será el camino que propone Benedicto XVI en su pontificado como la bitácora que ayude a vislumbrar por dónde conduce el Espíritu y los derroteros que nos trae. Nos dirá que:
La fe ciega en el progreso es una de las desilusiones analizadas, al igual que el mito según el cual el hombre podría ser redimido tan solo por la ciencia. ‘La ciencia puede contribuir mucho a la humanización del mundo y de la humanidad. Pero también puede destruir al hombre y al mundo si no está orientada por fuerzas externas a ella misma […]’. No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor.3
Esta intuición deja ver lo agudo de su análisis al comprender la realidad Eclesial, donde ha dejado puesta toda la confianza en Dios para que sea quien conduzca el timón.
En incontables ocasiones, Joseph Ratzinger dedica tiempo, mensajes e intervenciones referidas a Jesucristo. De manera honesta este hombre vive lo que escribe. La referencia en torno a la construcción de la Iglesia nunca ha sido sin Jesús. Esto deja entrever su profundidad en la oración como fuente primaria de vida. Incluso como Papa, en el marco de la catequesis que tanto promovió, dedica una escuela de oración como fundamento de la formación eclesial. Nos dirá:
Los discípulos piden a Jesús una oración común. Entre los grupos religiosos del ambiente circunstante, un orden propio de oración constituye en realidad un signo distintivo esencial de la comunidad. Por eso la petición de una oración expresa la conciencia por parte de los discípulos de haberse convertido en una nueva comunidad que tiene como cabeza a Jesús. Aquí ellos son como la célula primitiva de la Iglesia y nos muestran al mismo tiempo que la Iglesia es una comunidad unificada esencialmente a partir de la oración. La oración con Jesús nos da la apertura común a Dios.4
Ratzinger sin duda alguna es grande por su virtud y religiosidad como hace referencia el papa Francisco. La obra de este teólogo hace honor a ello. Cuando fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe tituló una obra en la traducción castellana, Miremos al traspasado, publicada en 1984, donde aborda con especial énfasis el tema de la oración de Jesús. Aquí se muestra la importancia absolutamente crucial de la oración de Jesús en el ser, el actuar y en la relación que tenía con su Padre y que ya es una idea arraigada y pacíficamente poseída por Ratzinger antes de ser el papa Benedicto XVI.
Finalmente, Ratzinger se hace esta triple pregunta: “¿Quién pertenece a la Iglesia? ¿Qué significa ‘pertenecer a la Iglesia’ y ¿qué efecto tiene esta pertenencia?”5. Lo que hace a todos los cristianos hermanos es el bautismo, este es el fundamento de la Iglesia. Ratzinger nos dice que la elección de los discípulos es un acontecimiento de oración; ellos son, por así́ decirlo, engendrados en la oración, en la familiaridad con el Padre. Así, la llamada de los Doce tiene, muy por encima de cualquier otro aspecto funcional, un profundo sentido teológico: su elección nace del diálogo del Hijo con el Padre y está anclada en él. También se debe partir de ahí́ para entender las palabras de Jesús: “Rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9, 38): a quienes trabajan en la cosecha de Dios no se les puede escoger simplemente como un patrón busca a sus obreros; siempre deben ser pedidos a Dios y elegidos por Él mismo para este servicio.
Pablo nos dice en 1Cor 15,14: “Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo. Además, como testigos de Dios, resultamos como embusteros, porque en nuestro testimonio le atribuimos falsamente haber resucitado a Cristo”. Esta es la fuerza que tiene la Resurrección para nosotros. Esta ha sido la enseñanza de Ratzinger en su caminar como cristiano y teólogo. El fundamento de toda la vida de Jesús se concreta en este acontecimiento que hoy tiene mucho sentido. Jesús se quedó con nosotros y ese es el signo pascual por excelencia. Entender este acontecimiento racionalmente no es posible, podemos acercarnos a un entendimiento desde la fe, desde el amor, porque en el silencio de nuestra vida es donde se manifiesta Jesús. “Quien se acerca a los relatos de la resurrección con la idea de saber lo que es resucitar de entre los muertos, sin duda interpretará mal estas narraciones, terminando luego por descartarlas como insensatas”.6
Quiero cerrar con las palabras que usa Joseph Ratzinger para terminar su libro Jesús de Nazaret porque, a mi parecer, concreta y determina el contexto de la vida de este gran hombre que amó a la Iglesia y a sus hermanos con gran generosidad:
Jesús se va bendiciendo, y permanece en la bendición. Sus manos quedan extendidas sobre este mundo. Las manos de Cristo que bendicen son como un techo que nos protege. Pero son al mismo tiempo un gesto de apertura que desgarra el mundo para que el cielo penetre en él y llegue a ser en él una presencia. En el gesto de las manos que bendicen se expresa la relación duradera de Jesús con sus discípulos, con el mundo. En el marcharse, Él viene para elevarnos por encima de nosotros mismos y abrir el mundo a Dios. Por eso los discípulos pudieron alegrarse cuando volvieron de Betania a casa. Por la fe sabemos que Jesús, bendiciendo, tiene sus manos extendidas sobre nosotros. Ésta es la razón permanente de la alegría cristiana.7
Notas:
RATZINGER J. (2007): Jesús de Nazaret. Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). P. 104. Apartado 22.
BENEDICTO XVI (30 de noviembre de 2007): Carta encíclica Spe salvi, Numeral 1.
SARTO, P. (2014): “Benedicto XVI ¿Un pensador posmoderno? El pensamiento de Joseph Ratzinger”. En: Límite, Revista Interdisciplinaria de Filosofía y Psicología, vol. 9. Núm. 29. Pp. 35-62.
RATZINGER J. (1992): La Iglesia. Una comunidad siempre en camino. Madrid: Paulinas.
RATZINGER, J. (1972): El nuevo Pueblo de Dios. Esquemas para una Eclesiología. Barcelona: Herder. P. 18.
RATZINGER, J. (2019): Jesús de Nazaret. Ob. cit. P. 570.
RATZINGER, J. Ibíd. P. 606. Apartado 316.
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