Caracas, abre los ojos, respira

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Fotografía cortesía de @sabrinacol

Era uno de esos mediodías en el que desde la producción estábamos atentos a ver si llegaban un par de reportes más para ponerlos al aire, ya al final de la transmisión. Veníamos de hacer una pausa y Héctor (el narrador) leía la hora que marcaba el reloj, cuando de pronto los equipos de la radio se apagaron súbitamente.

Era un presagio de lo que viviría el país unas cuantas horas después.

En seguida, el asistente técnico de turno abrió la brequera y bajó todos los suiches, de manera que si se trataba de un bajón de luz, no dañara los aparatos cuando volviera. Pero el suministro eléctrico no se restablecería sino hasta la noche de ese 22 de julio.

Ya en casa, empecé a escribirte un texto Caracas por los 452 años de tu fundación, mientras escucho la radio para confirmar que estábamos en un nuevo apagón nacional.

Más temprano tomo el Metro, donde un solo vagón albergaba los somnolientos madrugadores del primer sol, enamorados trasnochados, unos inician una conversación o un beso. Otros se sumergen en un novelón de Isabel Allende.

Eso sí, todos bien apretados tratando de no mirar el reloj que queda justo al frente del ventanal para no percatarse de la hora. Definitivamente llegaremos tarde a la oficina, otra vez.

“Y aquí no funciona el aire acondicionado”, dice una señora fastidiada, otra le anima, “señora, sonría, usted está viva”.

Escucho la conversación y sin mayor motivo también sonrío, al mismo tiempo que pienso en cómo poder ahorrar la poca cantidad de agua que nos queda en casa. Ya tenemos cinco días sin ese servicio en la parroquia.

Al llegar a la radio, preparamos la producción del programa matutino. Tuvimos una charla con el periodista Cristóbal Jordán, radicado en el estado Bolívar. Cristóbal abordó con mucho más detalle lo ocurrido ese fin de semana en San Félix, donde asesinaron a siete personas que esperaban abordar una buseta.

Terminado el programa, ponemos la atención en realizar la producción de la revista informativa del mediodía.

Todo avanzaba según lo planeado. A pesar de las dificultades que presentan las líneas telefónicas pudimos llamar, y nuestra invitada pudo atender. Héctor conversa con Yameli Martínez, coordinadora de Fe y Alegría de la zona Caracas-Vargas, y dice que en este año escolar 2018-2019 no hubo tiempo suficiente para alcanzar los objetivos planteados al inicio. Los chamos vivieron un cierre forzado en las escuelas. Otro hachazo al ánimo.

Sin embargo, informa que Fe y Alegría tuvo una actitud “irreverente” respecto a los horarios especiales y todas las escuelas impartieron clases en el horario regular y no hasta las 2:00 de la tarde, como había ordenado el Ejecutivo nacional.

Finaliza la entrevista, entrábamos en el penúltimo bloque del espacio informativo. Estábamos en vivo, seguramente Héctor leería mensajes que llegaban al celular, quizá luego repasaría lo que a esa hora era noticia en la página web.

«Cuando son las…» Yo tenía los audífonos puestos, lo estaba escuchando cuando repentinamente la voz de Héctor se ahogó en un eco. Todo dejó de funcionar. Se había ido la electricidad en el edificio.

Como podemos avisamos que no teníamos servicio eléctrico. Era una falla en la zona, nos dimos cuenta porque los semáforos aún estaban encendidos. Contábamos con que se restituyera la energía unas horas después, pero no fue así. Todo empeoraría con el quinto apagón nacional a las 4:45 pm.

El Metro dejó de funcionar en las 3 líneas, un colega y yo bajamos a Capitolio. La ciudad se volvió un pandemónium. Menos mal que habíamos sacado efectivo esa mañana porque en las camionetas estaban cobrando 1.000 bolívares para llevarnos hasta Antímano (una parroquia ubicada al suroeste de Caracas).

Mientras bajábamos de la camioneta, pelábamos las orejas para escuchar la oferta más barata de la segunda buseta que teníamos que tomar. En esa situación más de uno quería pescar en río revuelto y cobrar hasta 1.000 bolívares. Terminamos pagando cada uno 700 bolívares.

Luego del trajín llegué a la casa desecho. Mis padres me preguntan que qué había pasado, les respondo que hubo una falla eléctrica en toda Venezuela y no se sabe cuándo volveremos a tener luz.

Enciendo mi radio de pilas. Al aire los periodistas Mariela Celis y Nelson Bocaranda Sardi ratifican que ocurrió otro apagón nacional. En medio de la penumbra me desahogo escribiendo algunas líneas para un texto que no sabía cómo titular, pero sí tenía claro el motivo: contar cómo te vivimos en el 452 aniversario de tu fundación Caracas.

Caracas, la buena moza, “La Sucursal de los Cielos”. Esa Caracas como la conocimos sus habitantes, ha muerto. Ya lo escribía el periodista Alonso Moleiro: “la secuestró el silencio. Ya no es tan caótica. Caracas ya no habla. Ha entrado en coma”.

Ante el éxodo masivo de su gente, Caracas ha quedado sin entrañas, el quiebre de la economía ha puesto por el suelo los sueldos y salarios: ya no es posible siquiera satisfacer la más fundamental de las necesidades como lo es comer. La miseria es palpable en cada esquina, en el Metro, en los centros comerciales. Somos hijos de la crisis humanitaria. Caracas es ceniza y oscuridad.

La muerte simbólica y no literal nos aterriza en el concepto de que ya hemos tocado fondo. Y si a esas vamos, ¿por qué no creer que Caracas es un gato?

Toca abrir los ojos, Caracas, respirar y seguir adelante, a pie.