La jornada comenzó muy temprano, pues aunque se suponía que ya no era necesario pernoctar en alguna de las kilométricas colas que, de manera ya habitual, se venían viendo en nuestra bella pero malograda ciudad de Mérida, lo que nos recomendaron fue estar en la calle a la hora del “sorteo”.
Eso nos recomendaron y esos hicimos; con café y agua servidos, los dólares en el bolsillo necesarios para pagar, mucho sueño y, sobre todo, con el sueño de lograr surtir combustible, ya a las 5:30 de la mañana salimos de casa, en medio de un cielo espectacular que prometía, eso parecía al menos, una jornada exitosa.
No obstante, ni aquel augurio celeste ni nuestros sueños de surtir combustible, encontraron en la realidad motivos para sostenerse. Quien esto relata, se ubicó en un punto que se suponía más o menos equidistante de la mayoría de las estaciones de servicio que toman parte del nuevo sistema dispuesto por el estado mayor del combustible del estado Mérida -nunca mejor merecidas las minúsculas-, para conocer allí, vía instagram, el resultado de aquel “sorteo” cuya publicación, minutos antes de las seis de la mañana, se convirtió en el disparo de salida para una carrera loca que llenó en instantes de vehículos las ya tradicionalmente poco transitadas y maltrechas avenidas de la ciudad.
Comenzó entonces una escena digna de aquella saga de Madmax en la que, en un mundo casi apocalíptico, hombres y mujeres desesperados, envilecidos y sedientos de gasolina, competían arriesgando sus vidas por obtener unos pocos litros de tan preciado líquido: porque, como en la película, pero todavía con la ilusión viva de un final feliz, la publicación del resultado de aquel “sorteo” desató una locura colectiva en la que, cientos de vehículos, comenzaron a recorrer la ciudad en todas direcciones, en una frenética carrera para lograr posicionarse, lo mejor que se pudiese, en la cola de la estación asignada según el número de placa. Una carrera marcada por el caos en la que los semáforos son ignorados, los sentidos de las vías irrespetados, y en la cual los insultos y también las colisiones son ya día a día, y ayer en la mañana no fue la excepción, parte habitual de una dantesca escena.
Pero sigamos. Dice el refrán que quien vive de ilusiones muere de desengaño; y esto fue lo que sucedió con las esperanzas de este flaco cronista. Porque, aunque apenas transcurrieron unos pocos minutos en llegar a la estación que correspondió en “suerte”, al arribar a ella ya más de ciento cincuenta vehículos se encontraban haciendo una caótica fila, en medio de un desorden digno de servir de ejemplo para explicar las leyes de la entropía que rigen, no tanto el universo, como sí las vidas de los millones de seres cada vez menos humanos que aún permanecen en este no país llamado Venezuela.
Increíble, dolorosa y terriblemente cierto, pero así ocurrió. Aquella fila de vehículos, formada además a contravía en una importante arteria vial, dio al traste con la ilusión de muchos de hacerse con unos pocos litros de uno de los combustibles más costosos y también de más baja calidad en todo el mundo. Así fue amigos, así es, increíble: en el país con una de las mayores reservas de petróleo del planeta, en el país que otrora llegó a ser el primer exportador mundial de crudo, en el país que exportaba gasolina a los Estados Unidos, en el país donde existía antes una exitosa empresa llamada PDVSA, en ese país, hoy día, en pleno siglo XXI y tras dos décadas de mal llamada revolución, resultó imposible una vez más y como a muchos, surtir combustible.
Para finalizar hay que decir que aquel fracaso que originalmente atribuyeron algunos a la mala suerte, sabemos todos sin embargo que nada tiene que ver con la diosa fortuna, diosa que es más que evidente, no controla aquel amañado “sorteo” ni decide el destino de quienes deben luchar como fieras en las colas por un puesto. Aquel fracaso es más bien la constatación de una verdad a partes iguales insoslayable y dolorosa: demasiada mala suerte no puede ser mala suerte, sino el resultado de la ineptitud, la corrupción y también del cálculo de la pila de bandidos vestidos de oliva que hoy nos desgobiernan. Los mismos, por cierto, y valga la coletilla de cierre, que ayer pretendieron inhabilitar la única esperanza de todo un pueblo, usando para ello la trampa que ellos llaman ley.
Pero esa es otra historia, otra no menos increíble y, también, no menos digna de ser contada…
Rafael Cuevas Montilla pertenece a la Facultad de Humanidades y Educación, de la ULA. @RafaelCuevasULA
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