Una persona fanática se define por su “excesivo apasionamiento” en la defensa a ultranza de creencias, opiniones o afinidad deportiva, entre otras cosas, que no le permite un espacio de discusión razonada que pueda poner en duda sus afectos.

Es típico en el deporte que esto ocurra y que, con frecuencia, puedan darse discusiones subidas de tono o muy acaloradas, por los apoyos que las personas brindan a sus equipos o jugadores favoritos en las diferentes disciplinas, especialmente, las que despiertan mayor pasión, como por ejemplo el fútbol o el béisbol.

Aún con cierta flexibilidad para permitir el fanatismo en el deporte, también en algunas ocasiones se llega a extremos que han resultado, inclusive, en víctimas fatales por el encono de las discusiones. Promover el fanatismo a ultranza es una forma de ganar respaldo masivo y apasionado por una causa. En el caso del deporte tiene que ver con la necesidad de seguidores para impulsar la sostenibilidad económica de los equipos.

En la política, en cambio, tiene que ver con la cohesión de los respaldos hacia líderes y partidos en función de alcanzar o mantener el poder. Por eso el fanatismo en política es un elemento que socava la democracia.

Este fenómeno ha venido ganando terreno en el planeta durante los últimos años con mucha fuerza. Y, aunque, en la historia de la humanidad ha estado presente en multiplicidad de aspectos, incluido el político, es importante visualizar como ha transmutado y sirve para alimentar procesos de polarización que impiden poder llevar a cabo el elemento esencial de la democracia: parlamentar.

Peligros

Cuando las sociedades se “fanatizan” en torno a un líder político o partido, es muy difícil conciliar posiciones en conjunto para atender los problemas esenciales desde una visión compartida. Lo contradictorio del fenómeno es que la gente, en su gran mayoría, sabe que la verdad no está concentrada en una sola persona o agrupación política, pero, desde la emocionalidad se deja arrastrar hasta tal punto, que el debate democrático queda “echado a un lado” porque se da un aferramiento a ideas absolutas.

Así, el fanatismo hacia el carisma del líder suple el verdadero ejercicio de la convivencia democrática y en no pocas oportunidades, inclusive, se llega a escenarios de violencia.

Ante este fenómeno que está siendo utilizado en conjunto con las herramientas de la democracia, pero en función de darle soporte a los neo autoritarismos, hay que impulsar el debate de ideas desde la dialéctica, desde las visiones contrapuestas que terminen en caminos consensuados por las sociedades, respetando las diferentes ideologías y creencias.

Obviamente el liderazgo tiene mucho peso en lo individual, pero las acciones de los Estados deben acordarse mucho más desde lo colectivo, desde la voluntad general. Desde la negociación entre las partes para instrumentalizar el ejercicio de la democracia.

Hoy día, vemos como la palabra negociación es pecado para algunos sectores fanatizados al extremo. Sólo la palabra del líder es válida y eso no puede ser. La política está asociada al debate, a la discusión y a la búsqueda de acuerdos entre la multiplicidad de intereses que puede tener una sociedad. Reivindicar el ejercicio de la política y desterrar sucesivamente el fanatismo en su interlocución, es una tarea que debemos impulsar desde todos los sectores alineados con el ejercicio de la democracia.

Piero Trepiccione es politólogo y coordinador del Centro Gumilla en el estado Lara | @polis360

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