Un 18 de julio de 1985 Dios, el de la vida, el de la esperanza y del amor, llamó a su encuentro celestial al Padre José María Vélaz. Tenía 74 años. Y su principal semilla para la construcción del Reino ya estaba frondosa y arraigada como el árbol que da buenos y abundantes frutos.
El jesuita se encontraba viviendo en una escuela agropecuaria que también formó parte incólume de sus grandes sueños. La San Ignacio del Masparro, en el llanero estado Barinas. Allí cerró sus ojos para la eternidad. Allí se entregó para resucitar.
Hoy, desde Fe y Alegría, damos gracias por tanto bien hecho por el Padre Vélaz, quien supo pastorear a sus ovejas cercanas y a las que vendrían, a quienes «se puso a enseñarles con calma» al estilo de Jesús.
En esta Venezuela de ilusiones truncadas reavivamos una de sus mayores inspiraciones en tono interpelador y retador: «¿Quién dijo que se acabaron los sueños?»
Aquí compartimos su legado, su testamento, su herencia