Por Alfredo Infante, sj
Hay un llamado de Dios a la humanidad que atraviesa la historia de la Salvación: «Escucha, Israel» (Dt 6:4). El llamado viene de un Dios que escucha el clamor de su pueblo, empatiza, se conmueve y sale al encuentro como a Moisés en la zarza ardiente: «He visto la humillación de mi pueblo en Egipto, y he escuchado sus gritos cuando lo maltrataban sus mayordomos. Yo conozco sus sufrimientos, y por esta razón estoy bajando, para liberarlo del poder de los egipcios» (Ex 3:7-8 a).
Dios no actúa unilateralmente. Él escucha, se conmueve, llama, se encuentra, dialoga, delibera y acuerda una alianza con su pueblo, alianza de vida, cuya clave es la escucha mutua, recíproca.
Los mandamientos son esa hoja de ruta que el pueblo de Israel va discerniendo y descubriendo, de cara a Dios, en el camino de la convivencia, y se convierten en la Constitución, signo del paso de masa desarticulada y fragmentada por la opresión a pueblo articulado que va labrando su historia, sostenido y acompañado por Dios. Pero esta relación no es solo colectiva: Dios llama a una relación personal, a que este camino de vida sea ley de nuestra conciencia, y eso pasa por la escucha: «Ahora bien, si tú escuchas de verdad la voz de Yavé, tu Dios, practicando y guardando todos los mandamientos que te prescribo hoy, Yavé, tu Dios, te levantará» (Dt 28:1).
El drama de Israel es que cierra sus oídos a la voz de Dios, quebranta la alianza, sus líderes violan la Constitución, hacen del poder un ídolo, oprimen a su pueblo y la convivencia social se degrada, con la injusticia y la desigualdad de una gran mayoría.
Pero Dios sigue hablando a través de los profetas. Y entre el pueblo hay un resto que sigue escuchando, organizándose y buscando caminos de vida; es el resto de Israel, también conocidos como los pobres de Yavé.
María e Isabel
María y su prima Isabel son ese resto que, en medio de la adversidad y contra todo pronóstico, mantienen la esperanza y escuchan la voz de Dios. Isabel es anciana y estéril como Israel, pero su fe la lleva abrir caminos de fecundidad y su escucha creyente fecunda su seno y engendra al gran profeta Juan Bautista, llamado a preparar el camino del Señor.
María, joven, virgen, escucha la voz de Dios, a través del ángel Gabriel, quien la acompaña, dialoga, discierne y, finalmente, se abre confiadamente a Dios con su «Sí» y, gracias a este resto creyente de Israel, supo escuchar: «La Palabra se hizo carne, puso su tienda entre nosotros, y hemos visto su Gloria: la Gloria que recibe del Padre el Hijo único, en él todo era don amoroso y verdad» (Jn 1:14). Después, cuando Jesús está en plena misión, María, la que escucha a Dios, nos señalará a su Hijo en las Bodas de Caná y dirá: «Hagan lo que Él les diga».
En Venezuela, hay un déficit de escucha y diálogo en todos los ámbitos: en la familia, en el trabajo, en la comunidad, en la política; y ese déficit de escucha fragmenta la convivencia y nos va llevando al barranco. El déficit de escucha exalta los egos y los apetitos de poder y termina generando una gran injusticia y desigualdad.
En este Adviento, tiempo de esperanza y preparación, el milagro que esperamos es que abramos nuestros oídos y tomemos en serio nuestro destino común y oigamos la voz de Dios que nos dice: «Escucha, Venezuela. No cierres tus oídos».