José Gregorio Hernández Cisneros fue un destacado médico, científico, profesor y filántropo venezolano de profunda vocación católica.
Nació el 26 de octubre de 1864 en Isnotú, estado Trujillo, siendo el mayor de seis hermanos fruto de la unión de Benigno María Hernández Manzaneda y Josefa Antonia Cisneros Mansilla.
El llamado “médico de los pobres” dedicó su vida a atender a los más necesitados, a su profunda fe religiosa y brindó aportes para el desarrollo de la medicina moderna en Venezuela.
Según Francisco González Cruz, director de la Cátedra Libre JGH en la Universidad Valle del Momboy, ‘Goyo’ no solo era un hombre inteligente, elegante y humilde, sino que también poseía virtudes heroicas que lo convirtieron en uno de los héroes civiles más queridos y respetados del país.
“Su legado sigue siendo un símbolo de esperanza y ejemplo de valores para una Venezuela próspera y decente, en la que el bienestar familiar sea prioridad”, resaltó en entrevista para Radio Fe y Alegría Noticias en octubre de 2024.
El 25 de febrero de 2025, el papa Francisco autorizó su canonización, lo que lo convertirá en el primer santo laico venezolano proclamado por la Iglesia católica, consolidando su impacto espiritual y humano dentro y fuera de nuestras fronteras.
De Isnotú a Caracas en busca de formación
A los 13 años, José Gregorio le manifestó a su padre su deseo de estudiar derecho, pero este lo convenció de elegir medicina, que luego asumió como su verdadera vocación.
En 1878, emprendió un largo viaje desde la sierra de Trujillo hasta Caracas, recorriendo en mula los pueblos de Betijoque, Sabana de Mendoza, Santa Apolonia y La Ceiba, luego cruzó el lago hasta Maracaibo y continuó por mar hacia Curazao, Puerto Cabello y La Guaira, desde donde tomó un tren hasta la capital.
Al llegar a Caracas, ingresó al Colegio Villegas, donde obtuvo altas calificaciones y llegó a ser profesor de aritmética para alumnos de primer curso. En 1882 se graduó de Bachiller en Filosofía.
A los 17 años, ingresó a la Universidad Central de Venezuela (UCV) para estudiar medicina, siendo el mejor de su promoción y logrando altas calificaciones en la mayoría de las materias. A su vez, daba clases particulares y aprendió de un amigo a confeccionar sus propios trajes.
“La ciencia, la bondad y sus virtudes como médico de los pobres son muy importantes, pero ¿cómo se llega ahí? Con una buena estructura hogareña, una comunidad solidaria y una educación de calidad”, destaca Francisco González Cruz.
Cuando se graduó el 29 de junio de 1888 ya dominaba varios idiomas, entre ellos inglés, francés, portugués, alemán, italiano, latín y hebreo. También era filósofo, músico y teólogo.
Vida profesional
A pesar de que tuvo la oportunidad de establecer un consultorio en Caracas, decidió regresar a su pueblo natal para cumplir con la petición que le hizo su madre de “aliviar los dolores de la gente humilde”.
En Isnotú ejerció hasta el 30 de julio de 1889, atendiendo a pacientes en los estados Trujillo, Mérida y Táchira, en una época donde enfermedades como la tuberculosis y el paludismo azotaban a la población.
En noviembre de 1889, obtuvo una beca para estudiar en París materias experimentales y así contribuir a la modernización de la medicina en el país. Luego continuó su formación en Berlín, ampliando sus conocimientos en histología y anatomía patológica.
Tras completar sus estudios, regresó a Venezuela para desempeñar labores de docencia en la UCV y trajo consigo equipos médicos para el Hospital Vargas. Fue pionero en la introducción del microscopio, instaló el Laboratorio de Fisiología Experimental y fundó la cátedra de Bacteriología.
“Introdujo una enseñanza más práctica y menos teórica, diferente a la que se impartía en Venezuela”, afirma el padre Magdaleno Álvarez, rector del Santuario Niño Jesús del Beato José Gregorio Hernández en Isnotú.
Su impacto en el aprendizaje médico impulsó una metodología basada en la observación, experimentación y pruebas de laboratorio. Asimismo, realizó investigaciones sobre la teoría celular de Virchow y sobresalió en áreas como la fisiología y la biología.
“Él sostenía que un buen médico es aquel que cura, esa es la esencia de la medicina: sanar y atender a los pacientes”, señala el padre Álvarez.
Fe y servicio
Más allá de su carrera médica y científica, “Goyo” intentó ser sacerdote en dos ocasiones, en Italia y en Roma, pero problemas de salud lo obligaron a desistir.
“Se levantaba temprano para ir a misa, luego visitaba a sus enfermos, regresaba a casa, tomaba un breve descanso y partía a la universidad para formar nuevos médicos y servidores de la salud”, relata Francisco González Cruz.
Además, fue miembro de la Orden Franciscana Seglar en la fraternidad de la Merced en Caracas. Su compromiso con los valores cristianos lo llevó a profesar como franciscano seglar, siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís y haciendo del Evangelio su guía de vida.
Por otro lado, de acuerdo con González Cruz, un hombre multifacético como él también disfrutaba de la música, la lectura y la escritura. De hecho, comenta que era un gran bailarín que asistía a las retretas en la plaza Bolívar de Caracas y a cuantas fiestas lo invitaban.
Su vida ejemplar llegó a su fin el 29 de junio de 1919, cuando fue atropellado por uno de los pocos vehículos que circulaban en Venezuela en ese entonces y su cabeza se golpeó con el borde de una acera.
Devoción y camino a la santidad
Tras el fallecimiento, su figura pasó a ser objeto de devoción y su imagen se empezó a plasmar en diferentes lugares, hasta el punto de estar omnipresente en carteles, murales, junto a las camas de los enfermos y las tumbas de los difuntos.
Ha inspirado numerosas pinturas, esculturas y murales. En el teatro, la televisión y el cine, sus vivencias y virtudes han sido retratadas en diversas obras como El venerable de RCTV, José Gregorio Hernández, el siervo de Dios de Venevisión y La médium del venerable.
El camino hacia la santidad de José Gregorio Hernández tomó 76 años desde que su causa fue abierta en 1949 por el arzobispo de Caracas, monseñor Lucas Guillermo Castillo.
En 1986, el papa Juan Pablo II lo declaró venerable al reconocer sus virtudes heroicas, y en 2020, el papa Francisco aprobó su primer milagro que fue la recuperación de Yaxury Solórzano, una niña que, tras recibir un disparo en la cabeza en 2017, sanó de manera inexplicable para la ciencia.
De esta manera, se concretó su beatificación el 30 de abril de 2021. Finalmente, el 25 de febrero de 2025, tras la confirmación de un segundo milagro, su santidad quedó plenamente reconocida.
La Arquidiócesis de Caracas aseveró que este hecho es un “reconocimiento a la vida ejemplar y a las virtudes heroicas de un hombre que dedicó su existencia a aliviar el sufrimiento humano y a transmitir un mensaje de amor y esperanza”.
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