En las canchas a nivel profesional se concretan los sueños. Pero antes, muchos antes, el barro y los pies descalzos conjugan el molde de jugadores en cualquier barriada de Delta Amacuro, como ocurre en cualquier parte del país.
Allí, en esas canchas muchas veces improvisadas, casi todos sueñan con ser profesional y jugar en clubes de Europa antes que en Venezuela, principalmente influenciados por las transmisiones de las empresas televisivas satelitales. Pasa con el béisbol, el baloncesto y otras disciplinas deportivas.
Delta Amacuro apenas posee dos campos de fútbol, que sirven más como potreros que como canchas. También existe un envejecido gimnasio construido en tiempos de la llamada Cuarta República, y cuatro canchas techadas que retan al tiempo: si llueve se inundan.
Las gradas siempre muestran el lado más humano: un niño con un uniforme; un padre empapado que se esconde tras una columna en medio de la lluvia; el hermano que guarda el agua; el vendedor que grita. Mientras tanto en las canchas los chamos juegan y sueñan en grande, pero bajo estas condiciones, los posibilidades de triunfar son mínimas.
Si se mira hacia el paso de los años, lo que puede ser un instrumento de ascenso social como es el deporte, termina siendo una seguidilla de fracasos, muchas veces en contra de la voluntad de quienes sueñan.
Caídos en desgracia
«Hacer deporte es hacer patria»: esas trilladas frases se pueden leer en las paredes de las canchas. «No a las drogas, mente sana en cuerpo sano», se lee en otra. Estos mensajes solo refuerzan el fracaso de la tesis del uso de deporte para superar ciertos males de la sociedad, al menos en Delta Amacuro, pues la construcción social o ascenso social a partir de la praxis deportiva termina siendo una quimera.
«Era un buen jugador, creció jugando conmigo y el chamo era bueno», se lamenta David Gómez, entrenador de categorías menores y actual presidente de la Asociación de Fútbol de Salón del estado Delta Amacuro. Su lamento se debe al asesinato de un joven al cual entrenó, y que funcionarios del Cicpc habrían ejecutado en su propia casa.
Este joven se había posicionado como uno de los presuntos delincuentes más peligrosos y sangrientos del Delta, aunque familiares negaban esta versión catalogándola «fantasía más que otra cosa».
Casos como estos o similares se cuentan por decenas. Las oportunidades de triunfar en esta región son mínimas y los atletas que surgen a la alta competencia son contados.
En la historia deportiva contemporánea de Delta Amacuro, solo tres figuras han trascendido gracias a su extraordinario talento, pero sobre todo su sacrificio y disciplina: Darwin Machis, futbolista del Granada de España; Carlos Polo, miembro del equipo nacional de FutsalFIFA; y Ely Valderrey, futbolista del torneo local.
No es falta de talento
Hay otras figuras deportivas con menor marketing en disciplinas individuales, pero el deporte en esta región ha demostrado que el ascenso social es para pocos «tocados por Dios».
Quizás no falta talento, sino disciplina para encarar la etapa de formación cercana a la adolescencia. Muchos talentos se pierden en la delincuencia e incluso caen en fosas de la muerte, de los mundos criminales que pescan a sus nuevos miembros en la población juvenil. Otros simplemente no logran explotar su potencial por no contar con canchas dignas.
En los años que tengo siendo un visor del deporte en Delta Amacuro, he visto cómo varios talentos, que incluso jugaron a mi lado en la adolescencia, han muerto víctimas de las luchas entre organizaciones criminales; algunos están privados de libertad.
Allí está la deuda de las pocas condiciones del deporte que hay en Delta Amacuro para convertirse en un elemento de construcción social, además de una esperanza de ascenso en los tiempos de crisis de la Venezuela del 2019 y los años que están por venir.