Para Susana Raffalli, el incremento de la desnutrición en Venezuela, en parte, se debe a tres factores: primero, la baja en la actividad económica producto de la cuarentena; segundo, el nivel de hogares que recibió remesas bajó de forma importante; tercero, “la insostenible pérdida del valor del trabajo y de las pensiones”.
“A todo esto se suma la escasez de gasolina que hace difícil que los niños se puedan trasladar a los servicios hospitalarios. Y los que sí pudieron, han encontrado los servicios hospitalarios avocados al COVID-19”, dijo la nutricionista y experta en seguridad alimentaria en entrevista para En Este País de Radio Fe y Alegría.
Según ella, se estima que se ha mantenido una altísima proporción de hogares que solo basan su alimentación en tubérculos y almidones. “Básicamente harina, pastas, algún tubérculo y en menor proporción proteínas de bajo costo como granos o sardina”, explicó.
“El 59% de los niños que llegan a Caritas tienen un retardo del crecimiento o con riesgos de tenerlo. Entre ellos, aproximadamente el 32% tienen ya un retardo del crecimiento moderado y severo”, señaló. “Estos niños puede que nunca hayan sentido hambre, pero han estado sometidos al mal comer desde que nacieron; incluso desde su periodo de gestación y son productos de embarazos cruzados con hambre”.
“En Venezuela estamos viviendo una crisis humanitaria compleja sobre la que se ha añadido la pandemia, la sanciones internacionales con el agravamiento que produce, la escasez de combustible y el colapso de la producción de servicios básicos. La situación es realmente insostenible”, expresó.
Raffalli sostuvo que con la pandemia aumentó mucho la desnutrición, no solo en Venezuela sino en todo el mundo. En el caso venezolano, “aumentó un 70% por sobre las cifras que teníamos y ahora mismo está cerca del 15% de niños con desnutrición grave en las zonas pobres”.