Había una vez un rey que ofreció un gran premio al artista que lograra captar en una pintura la paz perfecta. Numerosos artistas presentaron sus cuadros en los que intentaron plasmar sus visiones de la paz. El rey, tras observar todas las pinturas, seleccionó dos que le habían impactado profundamente.

La primera recogía la imagen de un lago muy tranquilo. En él se reflejaban las montañas plácidas y sobre ellas un cielo inmensamente azul con unos tenues brochazos de nubes blanquecinas. Ciertamente, la visión del cuadro producía paz y todos estaban seguros que esta pintura sería la ganadora.

La segunda pintura ofrecía un paisaje de montañas abruptas y escabrosas, sobre las que un cielo enfurecido descargaba una colosal tormenta de rayos y truenos. De la montaña caía un torrente impetuoso.

La gente no entendía cómo el rey la había seleccionado como finalista. Mayor fue su asombro cuando, después de largas cavilaciones, el rey la eligió como ganadora.

-Observen bien el cuadro –les dijo el rey al explicar su decisión-. Detrás de la cascada hay un pequeño arbusto que crece en la grieta de la roca. En el arbusto hay un nido con un pajarito que descansa tranquilo a pesar de la tormenta y del fragor de la cascada. Paz no significa vivir sin problemas ni conflictos, llevar una vida sin luchas ni sufrimientos. Paz significa tener el corazón tranquilo en medio de las dificultades.

Sólo los que tienen el corazón en paz podrán ser sembradores de paz y contribuirán a gestar un país mejor en medio de tantas violencias, enfrentamientos, odios y tormentas. La lucha por la paz debe comenzar en el corazón de cada persona. Ser pacífico o constructor de paz no implica adoptar posturas pasivas o dejarse derrotar por el pesimismo y los problemas, sino luchar por la verdad y la justicia, con métodos no violentos y con el corazón lleno de fuerza y esperanza. En estos momentos, construir la paz exige que resplandezca la verdad   que  construimos con coraje cívico y una gran alegría y esperanza el pasado 28 de Julio, y que debemos defender sin violencia pero con determinación. Verdad que sigue siendo verdad aunque pretendan ocultarla por la fuerza,  la persecución y el engaño. Verdad que conocemos todos:

El Gobierno, el poder electoral, el fiscal, la Corte Suprema de Justicia, los militares y policías, los chavistas, los maduristas,  los opositores, los  abstencionistas, y prácticamente  el mundo entero. Verdad tan evidente y tan comprobada que no va a ser posible ocultar por mucho que pretendan hacerlo, y que todos, si en verdad somos humanos y amamos a Venezuela, debemos defender. La oposición ha demostrado su verdad con actas y pruebas muy sólidas. ¿Dónde están las pruebas y las actas que sustentan la verdad del Gobierno? ¿Por qué si tienen dudas serias sobre los números que presenta la oposición no permiten una auditoría internacional e independiente con personas muy bien capacitadas y de reconocida moral?

“La verdad les hará libres”, nos dijo Jesús. Nos libera de la prepotencia, la ambición,  el odio y la violencia, y nos conduce al encuentro y la reconciliación. Pero también es cierto que sólo los libres, es decir, que no están esclavizados por la mentira, la ambición, el egoísmo, el odio, podrán ser verdaderos. No hay nada más detestable que la elocuencia de una persona que no dice la verdad. Libre no es el que hace lo que quiere, sino el que hace lo que debe, el que se responsabiliza de sus actos y tiene el valor de aceptar la verdad aunque suponga su derrota. De ahí que la genuina libertad debe  transformarse en servicio, en liberación de toda estructura inhumana e injusta y de toda actitud que siembra el odio y pretende dominar y esclavizar. Sobre la mentira y el engaño no va a ser posible construir la convivencia ni la paz.

Antonio Pérez Esclarín es educador y Doctor en filosofía. @pesclarin

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