“Me fui a dar clases sin comer porque no había, no había”

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Rut Oliva es una docente con varios años de labores a punto de ser jubilada. Pero en medio de la crisis humanitaria, ha vivido la experiencia de asistir a un salón de clases con hambre y percatarse que ni en el comedor de la escuela hay comida.

Rut ha visto en más de una ocasión a varios de sus alumnos desmayarse de una forma poco habitual en otros tiempos.

Asegura que al preguntar a los niños sobre sus preocupaciones, responden casi siempre lo mismo: “tengo hambre, no he comido”. Algo que a la misma docente le causa mucho dolor, porque en la praxis, un maestro “es un líder, un psicólogo, es padre, es madre, es enfermera”, pero ante esta realidad, se siente impotente porque no puede hacer mucho.

Ella misma ha ido al aula sin comer nada y se ha encontrado con una realidad muy similar a su padecimiento que incide en su capacidad de ser una dicente eficiente: “a mí me pasó una vez, yo me fui sin comer de la casa porque no había, no había, no había. No había para comer, no había nada”, relata con dolor.

Ese día, Olivo tenía que permanecer en su escuela durante ambos turnos y vivió en carne propia las consecuencias de no comer: “cuando tú estas mal alimentado, tu desarrollo cognitivo intelectual, que es la capacidad de razonamiento, no te da”, explica.

Ella recuerda que luego de pasar todo el día sin comer, perdió la secuencia de sus explicaciones. Esto le hizo pensar en las serias complicaciones de no ingerir los nutrientes necesarios para poder asumir la responsabilidad de ser docente, pero a su vez, recordó que este mismo efecto incide en el rendimiento escolar de los niños.

Ella comparte el sentir de sus alumnos. Tener que levantarse temprano, adentrarse en las calles y el transporte para cumplir con su jornada pero con el crujir del estómago vacío que no se quita.