Migrar por necesidad y volver por lo mismo

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Venezuelan citizens try to enter Colombia while wearing protective face masks to prevent the spread of Coronavirus, in Cucuta, Colombia, on March 15, 2020. Colombia has reported 34 cases of coronavirus and will ban the entrance to the country to foreigners and non-residents from Monday in a bid to slow the spread of the new coronavirus pandemic, President Ivan Duque said on Sunday. / AFP / Schneyder MENDOZA

«El verdadero Calvario para el venezolano comienza exactamente a la mitad del puente, donde están las vallas que separan a Venezuela de Colombia”. “No hay distanciamiento, no hay ningún tipo de protección.”

El que habla es Víctor, se fue a Colombia para luego volar a los Estados Unidos. La pandemia cambió sus planes y los de su familia. En Bogotá se consumió los ahorros, la cuarentena le impidió trabajar. Su relato es crudo, no hay resguardo. Hace más de un mes comenzó la odisea de regresar a su país.

Antes de la pandemia, Víctor estaba decidido a dejar su tierra para trabajar por un futuro mejor para su familia. La de él, es una historia de las miles que se sacan del sombrero de la migración. Este hombre es una víctima de la emergencia humanitaria, una presa de la insaciable crisis venezolana. Tiene 40 años y se define como un trabajador. Emigró por necesidad y volvió por lo mismo.

“Dios quiera que este audio les pueda servir”, dice al cierre de su mensaje de WhatsApp, el que nos envió a la redacción para narrar su historia. A quienes están en Colombia y quieren regresar les dice: “Tomen previsiones, traigan agua y comida para varios días, también utensilios para cocinar”.

Salir de Bogotá

A mediados del mes de mayo salió de Bogotá. Conseguir un transporte le costó una semana de espera. “No había buses para salir”. Dice y toma aire para narrar la travesía. En la capital colombiana fue sometido a una prueba rápida para descartar coronavirus. Dice que a los venezolanos los atienden funcionarios policiales, “se guarda el distanciamiento, en el terminal de pasajeros se hace todo lo que dice la Organización Mundial de la Salud”. Asegura con aplomo.

Del trayecto Bogotá-Cúcuta no hay mayor sobresalto. Es lo más parecido a un viaje “normal”. Al llegar a la capital del Norte de Santander se repitieron todos los protocolos. En el peaje de la ciudad “fuimos recibidos por Migración Colombia y por la Policía Nacional”, les tomaron la temperatura y los revisaron para detectar algún síntoma que indicara alarma de COVID-19. Después, los escoltaron directamente hasta el Puente Internacional Simón Bolívar”.

Ya estando en el puente, una organización no gubernamental los atendió y les entregó agua y comida “para varios días de camino”. Asegura Víctor, quien sentencia: “Hasta allí, todo normal”.

La narración de este migrante es calmada. Transmite el cansancio de semanas de incertidumbre.

El calvario

«El verdadero Calvario para el venezolano comienza exactamente a la mitad del puente”. Un suspiro se le escapa y rememora el apretuje y la improvisación que reina en la línea divisoria. “Se aglomera muchísima gente, todos queriendo pasar, las personas se empujan, no les importan los niños, es un verdadero desastre”. Todo esto ocurre, según su relato, porque la Guardia Nacional solo deja pasar por grupos y esto demora el ingreso. “Yo corrí con suerte y esperé solo una hora y pude cruzar el puente.

Efectivos de la Guardia Nacional son los encargados de recibir a los migrantes retornados. “Bajo un sol inclemente, hicimos una larga fila de aproximadamente seis horas”, relata Víctor. Durante ese tiempo les chequearon los documentos para descartar que alguno estuviese solicitado. También les realizaron una prueba rápida para descartar coronavirus. Insolado, con hambre y sed, después de pasar este nuevo control, caminó hasta el terminal de San Antonio del Táchira, apenas a unos metros de la aduana internacional.

Mirando hacia los lados, Víctor se sorprendió de la cantidad de gente que esperaba ser trasladada a un refugio. “Eran como quinientas y se esperaba que llegaran más en el transcurso de la madrugada”. Su primera noche en territorio venezolano fue indigna. Durmió en el suelo, le dieron poca comida y el baño no estaba en condiciones. “Algunos niños pudieron dormir en colchones”. Hace otra pausa. Vuelve a suspirar.

“A mí me tocó dormir en el piso, había mucha gente durmiendo en los andenes de los autobuses. Ahí tampoco se guarda la distancia y no se cumplen las medidas para evitar contagios de coronavirus. Todo el mundo está mezclado.”

El refugio

Después de sobrevivir a una noche de calor, suciedad, sed y hambre, Víctor y otro grupo de migrantes fueron llevados a un refugio a tres horas de San Antonio.

Ya estando en el Punto de Atención Social Integral, nombre que le dio el gobierno nacional a los refugios donde hacen la cuarentena los retornados, Víctor volvió a dormir en el piso la primera noche. “Era una Unidad Educativa”, la escuela no estaba en condiciones para ser habitada. “Instalaron a 25 personas por cada aula, en un salón de 8×8 metros estábamos conviviendo 25 personas. Sin ningún tipo de distanciamiento ni protocolo. Lo único que cargábamos era un tapabocas”.

“Yo recomiendo a las personas que piensan venir de Colombia a Venezuela, que traigan comida, que traigan galletas y enlatados. Que traigan utensilios para cocinar: ollas y platos. Hay gente que vende comida, por supuesto, todo es en pesos, no aceptan bolívares, y los dólares te los quieren cambiar por debajo de su valor. Reina la especulación.

“La comida en el refugio es muy mala”, se refiere a la que proporciona el Estado. “Solo nos daban lentejas con arroz”.

No existen condiciones para evitar contagios. De aislamiento solo tiene el nombre, bromea Víctor. Ahí se ve de todo, desde drogas, hasta jovencitas que se prostituyen. “En esas condiciones estuve más de veinte días. Perdí la cuenta”.

Escucho una y otra vez el audio de Víctor. No quisiera que se escape nada. Así como él, también me gustaría que este relato le sirva a los venezolanos regados por Suramérica con intenciones de volver a su país.

Según cifras de Migración Colombia y agencias internacionales, hasta el mes de junio, más de 70 mil venezolanos regresaron al país en medio de la cuarentena ocasionada por el coronavirus.

Robados y amenazados

El transitar de Víctor no terminó en Táchira. Después fue llevado en avión hasta el aeropuerto de Maracaibo. Ahí se dio cuenta que su maleta estaba destruida y que a sus compañeros de viaje se las habían abierto y le faltaban cosas. “La mía no la pudieron abrir, porque le tenía seguro”. Igual se la dañaron.

“A los que protestaron por su equipaje y sus pertenencias robadas los amenazaron con meterlos presos”. Nadie respondió por los daños.

Desde la capital del Zulia, Víctor fue trasladado vía terrestre hasta su pueblo, desde ahí rememora y cuenta esta historia. Más allá del drama y de lo crudo de cada escena, este hombre insiste en advertir a los migrantes lo difícil que es volver al país. “A todos los que piensan volver, Dios quiera que este audio les pueda servir, que tomen sus prevenciones y que tengan mucha calma. De verdad es un verdadero sacrificio, por la forma en que te tratan cuando cruzas la frontera”.

¿Cuántas historias como la de este hombre se están viviendo en los refugios?, ¿Qué hicieron estos venezolanos para ser tratados así?, ¿Migrar es un delito?, ¿Volver a tu país es un delito?

Los Víctor que se fueron del país no lo hicieron por gusto. La gran mayoría lo hizo soñando con una vida mejor, con más seguridad, mejor alimentación y sobre todo, con la certeza de que trabajando se puede vivir dignamente. ¿Quién mira por los hombres y mujeres que se fueron por necesidad y volvieron por lo mismo?, ¿acaso están condenados?

Por ahora, esto hombre no sabe qué hará en su regreso, no tiene certezas y se planifica en función de la cuarentena y los días libres que le permiten trabajar. De lo que sí está seguro, es que no es justo que a los venezolanos retornados los traten tan mal.