Mis dos botellones maratónicos

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Jamás pensé que mi vida llegaría a un punto que se concentraría en dos envases que van conmigo para arriba y para abajo.

Me acompañan en mi rutina diaria y en las extraordinarias también. La típica relación odio-amor. Los cargo para «carretear» agua.

Al principio, los odiaba. Llenos de agua pesan, sobre todo cuando subo la escalera a mi casa.

Con el tiempo les he tomado cariño porque sin ellos, cómo cocinaría mis plátanos y mi arroz al mediodía, cómo desprendería mi sudor y cansancio en las noches con mi respectivo balde y tacita, debajo de la inútil regadera. Qué sería de mi poceta si no descargo parte del agua de mi par de botellones plásticos.

Son ellos los que consuelan mi pesar ante la falta del agua que no termina de llegar por las tuberías en la segunda ciudad más importante de Venezuela, en pleno siglo XXI y en una región surcada por ríos que desembocan la mayoría de ellos, en el lago más grande de toda suramérica.

Que no llegue el agua por tubería es un problema pero a eso hay que sumarle dos dificultades más: almacenamiento y traslado.

Vivo en una zona alta de Maracaibo por lo que siempre hemos padecido este mal. Pero al menos llegaba cada quince días o una vez al mes. Ahora nada.

He visto pasar doñitas con carretillas, carritos de supermercados y hasta en sillas de ruedas «carreteando» un solo botellón de agua en el barrio de la parte baja.

Son varios los viajes luego de hacer una cola pegadas a un tubito o de alguna manguera que un vecino buena gente dispuso frente a su casa. Yo también he hecho esa colita con mis adorados botellones.

Una noche soñé que los había llenado de cerveza en ese mismo sitio. Llegué a la casa rebosante de alegría. Había mucha comida, por supuesto agua que salía desde la llave del lavaplatos y electricidad permanente.

Cuando me dispuse a tomar mi primer sorbo de cerveza del primer botellón… me despertó el zumbido del respectivo «bajón» de la madrugada. Por supuesto que me levanté rápidamente a apagar el aire acondicionado, por si acaso.

Salí a la cocina a tomar agua y entre la penumbra… pummm… sin querer tropecé uno, de aquel par de botellones. Lo rompí. Se rajó. Qué dolor. Adiós a mi botellón.

(A 490 años de su fundación, Maracaibo tiene sed de justicia)

@rogeliosuarez