Pánico, angustia, resignación y gaita

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Foto: Archivo.

Algunos rompen a llorar. Otros se ponen en posición de descanso y se niegan a levantar la cabeza. Los más valientes tratan de animar a sus compañeros y un número reducido se alegra por la suspensión de clases que para ellos son como vacaciones. No faltan los que enseguida culpan a los chinos porque mucha gente morirá en el país. Tienen entre 11 y 12 años, están en sexto grado y se acaban de enterar, mientras estaban en el salón de clase, que el Coronavirus ha llegado a Venezuela este jueves 13 de marzo. Uno de ellos, que constantemente consumía noticias sobre el virus, se desesperaba cuando se tocaba el tema en el aula, pues afirmaba que hablar del Coronavirus era atraer al Coronavirus. Su pesadilla se ha cumplido.

Su maestra les había ocultado la noticia porque pensaba decirlo en la salida, pero uno de ellos la vio en un teléfono y enseguida informó al resto. Aunque estudian en un colegio privado, la mayoría pertenece a una clase media pobre: a veces ni siquiera tienen para comer las tres comidas básicas. A ello, hay que agregarle que muchos pasan hasta seis horas del día sin electricidad en sus casas, lo cual es una “normalidad” a la que se han acostumbrado desde que empezaron los racionamientos descontrolados tras el apagón del 7 de marzo de 2019. La niñez nunca fue tan dura en Maracaibo, la capital del Zulia, considerado el estado petrolero más importante de Venezuela. Sin embargo, estos chamos nunca sintieron que podían morir. Esta mañana algunos no tienen consuelo, porque están convencidos de que esa posibilidad es completamente real.

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Luce sereno, como queriendo aparentar que tiene el control de la situación, a pesar de que está a punto de dar una noticia que pondrá en alerta total al país: Nicolás Maduro informa que este domingo ya hay 17 casos confirmados de Coronavirus.

Y agrega que siete estados entran en cuarenta, entre ellos el Zulia. Horas después Omar Prieto, Gobernador de esta región, ordenó a los conductores que permanecían en colas de estaciones de servicio que se fueran a sus casas, porque no se les vendería gasolina.

Prieto, quien pidió buscar días antes con la Contrainteligencia Militar a un médico que alertó de dos posibles casos de Covid-19 en el Hospital Central de Maracaibo, agrega que sólo se venderá en estaciones específicas a quienes tengan un salvo conducto, que se les entregaría básicamente a funcionarios, personal de salud, transporte público y medios de comunicación.

A pesar de que la noticia del combustible podría poner en caos a la población, no parece que sea ese el efecto precisamente. Parece que este es un estado acostumbrado al caos y la anarquía: desde hace meses, en esta y otras regiones del país se reportan kilométricas colas en las gasolineras, por la escasez de combustible. Muchos ciudadanos se han visto obligados a dejar de usar sus carros y empezar a hacer diligencias básicas a pie o en transporte público.

Hace un año, cuando se registró el apagón nacional que duró más de cinco días, el Zulia fue una de las regiones más afectadas, pues a diferencia de otros estados la agonía de no tener luz se convirtió en racionamientos eléctricos posteriores, sin ningún tipo de control, que hoy se mantienen en algunos sectores.

Tras el anuncio de cuarentena, no faltan los ciudadanos que repiten en las calles que el apagón del 2019 fue un entrenamiento para esta nueva crisis. Lo dicen con gracia: parece estar en la sangre de los maracuchos -quizás más que en cualquier otro venezolano- eso de reírse de las desgracias, incluso con frases o chistes que violan lo políticamente correcto. En los grupos de WhatsApp rueda una gaita -música tradicional de esta región- que parodia la crisis de salud que ha generado el virus y que hoy aterra tanto a Venezuela, como al mundo entero: “Esos coños por andar comiendo vergas cochinas / ahora andan todos enfermos con guantes y mascarillas / y si vos miráis un chino que anda con una tos seca / ahí mismo le gritáis, hermano tapate la geta”.

Justo al terminar la cadena de Maduro, se va la luz en varios sectores de Maracaibo y un amigo me dice: “El chavismo es más letal que el Coronavirus”.

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La principal arma contra el Coronavirus es lavarse las manos. Lo han repetido decenas de organizaciones, expertos y medios de comunicación. Suena sencillo, pero en Maracaibo no lo es.

En la casa de María, al igual que en decenas de hogares de la capital zuliana, ni siquiera hay agua para asearse con normalidad. De hecho, es una crisis que tiene meses y que ha generado incluso protestas en los sectores populares de la ciudad, que en ocasiones han sido reprimidas. El Coronavirus llegó para empeorar la situación.

“No tenemos agua y no podemos buscar porque no tenemos gasolina. Antes de la cuarentena mi papá intentó echar tres veces y no pudo”, dice María, quien confiesa que pasó dos días sin asearse “en ningún sentido”.

Su papá suele ir con ella y toda la familia a buscar agua en una cañada o en la casa de su abuela, recorrido que no han podido hacer desde que se decretó la cuarentena porque no tienen gasolina y no califican para recibir un salvoconducto. “Somos siete personas en la casa y ya sólo queda una botella de agua de cinco litros”, sentencia.

A ello hay que agregar la comida: se le empiezan a acabar las municiones en medio de la cuarentena y algunos miembros de su casa, quienes obtienen dinero del día a día, se les ha complicado resolver frente a la cuarentena decretada.

“El domingo comimos sopa que nos pasó una vecina y ayer mami hizo pasta y arroz con leche del CLAP. Ya no tenemos suficiente comida, sólo algunos paquetes de arroz y harina”, dice.

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Josefina tiene 57 años y no ha podido convencer a su madre de 80 años, quien vive sola desde hace años, para que se vaya a su casa durante esta crisis por el llamado virus chino.

“Es muy terca”, sostiene. Desde que se anunció que había llegado el virus a Venezuela, la visitó varias veces, caminando una distancia de 2,1 kilómetros, porque el transporte público es prácticamente inexistente por el sector donde vive en estos primeros días de cuarentena. Ahora, teme que llegue el momento en que no pueda salir de su casa y quede completamente incomunicada de su madre, quien además no tiene teléfono.

La última vez que intentó convencerla recibió una respuesta tan contundente que hizo que dejara de insistir: “No me voy a ir de mi casa. Ya yo estoy vieja y no importa que me muera”, le dijo su madre.