“Este es el pensamiento fundamental de mi predicación: nada me importa tanto como la vida humana”. Mons. Oscar Arnulfo Romero. Homilía 16 de marzo 1980.
Este 24 de marzo se cumplen 44 años del martirio de Oscar Arnulfo Romero, San Romero de América. Una bala, encomendada por el poder político y militar de El Salvador que tanto amó, de esas tercas para matar gente, acabó con su paso terrenal por la vida de los pobres de América Latina, los predilectos de Dios.
Al llamado “la voz de los sin voz”, dentro y fuera del país que el mismo Alí Primera llamó el del sombrero azul, le acompañaba el Espíritu Santo que le concedía coraje, valentía, pasión y amor por los más desposeídos, por los excluidos, por los sufrientes, por los crucificados de su época.
Romero, no tanto por ser el cuarto arzobispo de San Salvador, sino por su condición genuina de considerarse un elegido por Dios, se concebía como el pastor que acompañaba, que acogía, que protegía a sus hermanos más desvalidos. Con su entrega de su vida, al mismísimo estilo de Jesús de Nazareth que dio su vida por sus amigos, el ahora santo de la Iglesia latinoamericana es un modelo atípico de esos líderes que se inmolan por los derechos humanos de los demás para que sean felices y vivan alegres.
San Romero de América, ruega por nosotros, por esta Venezuela que gime y llora de dolor, preñada de sufrimiento pero con síntomas de parto para que nazcan los nuevos simientes que nos permitan seguir construyendo el Reino de Dios.
In memoriam
En esta rememoración de Monseñor Romero, mártir y santo de la vida, de la resurrección y de la esperanza de nuestros pueblos, no puedo dejar de recordar al jesuita venezolano, un gran hombre de Dios, Acacio Belandria, hoy día también reunido en el paraíso con su máximo inspirador para predicar el Evangelio de los pobres.
A Acacio, que tanto nos enseñó de la vida de Romero, de Rutilio Grande, de San Ignacio, de Jesús Nazareno en los barrios Simón Bolívar y El Manzanillo de Maracaibo, Zulia, le pedimos también su intercesión para que renovemos nuestra fe en medio de estas oscuridades y tinieblas, caracterizadas por la opresión y la vulneración severa, que intentan invadir nuestras vidas.
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