No fue confeccionada en los talleres de D&G en Milán ni se elaboró en el atelier de Haute Couture (alta costura) parisina de LV, no se trata de un Balenciaga original, con patente de marca, sin embargo, es tan original y meritoria como cualquiera de los productos de esas casas comerciales. Quizá más, porque nunca se repetirá, es única.
La artesana que la tejió, tuvo a su cargo realizarla de principio a fin, extrajo la fibra de la palma, la preparó, la coloreó, la imaginó y puso sus sentidos a la obra.
No hubo sección de corte, área de confección, departamento de prensado y división de etiquetado, ni siquiera logística y transporte, ella mismo la trajo hasta la ciudad de Tucupita y la vendió.
Si revisamos su currículo, seguro, podemos apostar, no tiene cursos de diseño de modas, no estudio en una escuela de arte reconocida ni fue alumna de Dior, Gucci o Prada, escasamente tendrá el bachiller.
Lo que de ella sabemos es que es de mediana edad, proviene de Nabasanuka, municipio Antonio Díaz, estado Delta Amacuro y es genuinamente indígena.
También que, es capaz -lo lleva por dentro- de construir sin más ayuda que sus ojos y manos, una bella pieza de simetría perfecta. Solo eso necesita.
Ah, ya va, si tiene marca, una más antigua, clásica e imperecedera que Dolce & Gabbana, Louis Vuitton, Balenciaga, Dior, Gucci o Prada, una que data de 7.000 años de antigüedad y lleva por nombre: Warao.
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