El resultado de las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (Paso) en Argentina, esta semana, ha dejado a medio mundo perplejo. Este formato, instaurado en ese país desde 2011 para incentivar la participación política y el establecimiento de alianzas de cara al balotaje presidencial, ha sorprendido por un acontecimiento que no debe dejarse de lado: la victoria obtenida por Javier Milei con poco más de un tercio de la votación del padrón electoral participante.

Este candidato, cuyo atractivo principal ha sido una narrativa irreverente, antisistema, antipolítica y arrogante es un claro indicativo del alto nivel de toxicidad presente en muchas sociedades alrededor del mundo.

Las sociedades actualmente están demasiado barnizadas por la desinformación. Este fenómeno, alentado por la aparición de nuevas tecnologías de la comunicación y la radicalización de la narrativa política, están causando profundos impactos en el hastío que siente el ciudadano hacia fórmulas tradicionales de liderazgo. El bombardeo es tan constante y de amplio espectro que ya las poblaciones son presa fácil de manipulaciones desde lo emocional-reactivo.

En consecuencia, esa manipulación está teniendo impactos tremendos en la promoción de conductas absolutamente autoritarias que afectan el funcionamiento institucional de los sistemas políticos. La democracia se sacrifica y los extremos se convierten en protagonistas de narrativas insultantes, amenazantes, groseras y hasta cínicas con alcances extraordinarios en la opinión pública. ¿Quién gana con esto? Sin duda alguna, el autoritarismo.

Javier Milei obviamente está fuera de sus cabales y sus propuestas son absolutamente inviables en términos institucionales, políticos, económicos y sociales; pero que más de siete millones de argentinos lo respaldaran es el hecho más resaltante de esa jornada electoral. ¿Qué están pensando estos electores para votar a una opción tan controvertida?, pues sencillamente están intoxicados de desinformación y odio.

El odio al estatus económico actual de la Argentina, que cíclicamente ha venido repitiendo estas desventuras, y a una clase dirigente que pierde conexión con los problemas reales de la gente, hace que los electores sean proclives a “fórmulas mágicas” y quieran arrasar con todo. Además, las disputas por el poder, que han llevado el tono político de adversario a enemigo, han consolidado múltiples laboratorios organizados para esparcir desinformación por doquier contaminando la psiquis colectiva y promoviendo reacciones virulentas y extremas en muchos lugares alrededor del mundo.

Las redes sociales le han caído como anillo al dedo a las élites como bien apunta Moisés Naím en su célebre libro La Revancha de los Poderosos. La información, la contrainformación y la desinformación lleva a la gente a estadios de irracionalidad que les movilizan a favor de poses autoritarias. Sutil y no tan sutilmente se dejan colar argumentos para cuestionar las debilidades de la democracia y se justifica la adopción del hiperliderazgo y el personalismo con narrativas radicalizadas como verdaderas alternativas a los males de la actualidad. Los países totalitarios, o en vías de serlo, ayudan a impulsar estas tendencias con grandes recursos económicos para crear argumentos excesivamente emocionales que mueven la fibra popular.

El nivel de toxicidad esparcido en nuestras sociedades por los adversarios del pasado, hoy enemigos, ha venido creciendo de manera exorbitante. Las consecuencias no se están haciendo esperar, cada día observamos tendencias de opinión pública proclives a líderes y sistemas autoritarios.

La noción de democracia actualmente se encuentra muy debilitada y en riesgo de seguir deteriorándose, o nos organizamos o los Javier Milei serán cada vez más comunes y más fuertes y serán presidentes también y tendrán mucho poder. Algo así como “monos con hojillas” como decimos coloquialmente en Venezuela.

Piero Trepiccione es politólogo y Coordinador del Centro Gumilla en el estado Lara. @polis360

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