“Soy un súper héroe… Soy el capitán América”

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New York Times - Darién
Foto: New York Times.

El Zapallal es una pequeña comunidad cerca de Santa Fe, Darién. Allí, desde julio, el Padre Eric y un equipo de personas de la comunidad, más un voluntario que viene desde Pacora, acogen diariamente entre 60 a 100 personas. Sus cuentas son enormes: 8,000 personas atendidas.

“Todo comenzó con una cena” nos contaba el Padre Eric, claretiano panameño, oriundo de Aguadulce. “Venía de misa y me encontré a un grupo de migrantes caminando. Compre unas galletas y jugos, organizamos a algunas personas de la iglesia y les ofrecimos una cena y que se quedaran en la capilla”. Desde entonces el flujo no paró.

El Zapallal empezó recibiendo personas que no pasaban por las Estaciones de Recepción Migratoria (ERM) en San Vicente o Lajas Blancas. Hoy son muchos los que dejan las ERM y van “a la iglesia”. Con colchonetas básicas, donaciones de ropa y comida se ha improvisado un albergue que valientemente gerencia Alberto, un joven laico católico cuya fe lo sostiene en esta titánica tarea.

Han conseguido coordinar, con las autoridades, salidas de buses con aquellos que tienen el dinero para seguir. Otros comen, duermen y siguen a pie su camino; cada día esto se vuelve una escena común en la carretera hacia ciudad de Panamá. No son cantidades enormes, son grupos de tres o cuatro, familias, amigos o conocidos en el trayecto desde Necoclí o la selva. Nada los detendrá en su camino, van a los Estados Unidos. Parafraseando diríamos que están “tan cerca de Dios y tan lejos de los Estados Unidos”.

En el Zapallal vimos alrededor de cuarenta niños y adolescentes. Entre los 3 meses y los 17 años. Aun entre el dolor, sus risas y ojos curiosos, nos seguían. Nos acercamos a uno, le preguntamos por su nombre. Su respuesta me dejó en silencio por varios minutos: “Soy un super héroe. Soy el capitán América”. Era lo que su mamá le repitió todo el camino de la selva. En mi corazón, me repetí varias veces, no hijito “eres el capitán milagro, el capitán esperanza”.

Por seguridad a este héroe le llamaré “K”, tiene 5 años y una mirada viva y una sonrisa que es una luz. Me dijo “quiero un jugo y otro para mi amigo”. Le dije que se lo compraría, pero me dijo “quiero de naranja”, cómo me voy a negar a un super héroe. La solidaridad se vive más entre los pobres.

“K” me contó que, en el camino hubo mucho lodo, “pero mi mamá me cargó mucho y después un señor”. Su mamá estaba en cama, tenía los pies ampollados. Le pregunté por ella y me dijo: “está dormida, pero ya se va a despertar”. Un chamo vivo e inquieto. Morocho de Maracaibo. De hecho, la mayoría de los que estaban allí, 160 en total, eran maracuchos (unos 100). Ya luego con su jugo, se fue con su amigo a jugar, no sin antes decirme: “gracias, señor”.

“K” es parte de la historia de tantos que sin saber por dónde, caminan hacia el norte, aquí da igual si son venezolanos, haitianos, cubanos, senegaleses o de cualquiera de las más de 90 nacionalidades que se han arriesgado por el Darién. Hombres, mujeres, jóvenes, niños, niñas, abuelos y abuelas que huyen de estructuras de muerte y cargan en sus mochilas casi vacías, sus historias y sueños, con los pies llagados y cansados avanzan y como dice la canción de Calle 13 muestran que seguimos siendo un pueblo “sin piernas, pero que camina”.

Sus historias hablan de horrores y nos marcan a sangre la pregunta ¿Cómo llegamos a esto? ¿Quién permite este flujo imparable? ¿Quién gana con el dolor de tantos? La respuesta fácil es “las bandas delincuenciales”, “los coyotes”, “los malos gobiernos”. Y sí, quizás sea parte de la respuesta. Pero sabemos hay más. Los que tranzan bajo las mesas en las que se insultan y se pelean, los de siempre. Los que todo lo miran en números, en ganancias y pérdidas.

También Estados Unidos con sus políticas migratorias ambiguas, las autoridades de los países en ruta que no vieron venir la ola, que pensaron que todo acabaría con el flujo de los haitianos. No hicieron un estudio de la realidad, a conciencia.

Y es que el problema migratorio no es de cuántos entran y cuántos se van o se quedan. Es ¿por qué lo hacen? Y repito, hay respuestas ya acartonadas, fáciles, de manual. No son números, son historias que calan, que obligan y exigen respuesta. No podemos seguir siendo mudos testigos de su dolor. Pero para ello debemos estar cohesionados y claros en las razones que nos exigen actuar frente a esta realidad.

Hoy mi héroe va camino al norte, y seguro irá con su escudo, su mamá. Quizás nunca lo vuelva a ver, pero estoy seguro de que sí, en el día de mi juicio, no para decir que soy bueno, sino que vi el rostro de Dios en medio de su pueblo. Porque con esta presencia de miles de seres humanos en camino, Dios está pasando por Panamá y está llamándonos a ser testigos de su amor, a responder y construir la esperanza. A no dar la espalda o girar la cabeza para otro lado. Y aunque parezca “cliché” y no nos suene bonito, quizás mi “capitán América de Maracaibo” nos esté diciendo: ¡América, Únanse!