No son tiempos para el desánimo, la desesperanza, la rendición y el miedo. Son tiempos para alimentar la resiliencia, el compromiso y la esperanza activa, que no se rinde ante las dificultades, sino que se crece ante ellas, con la fuerza que da la convicción de que se trabaja por una causa digna, que busca que resplandezca la verdad y la justicia.

En su obra “El hombre en busca de sentido”, el logoterapeuta austríaco, Viktor Frankl, nos cuenta las penurias y terribles sufrimientos que vivió en Auschwitz, el campo de exterminio nazi. Despojado de todo, con “la existencia desnuda”, como su única posesión, no duda en afirmar que la vida es digna de ser vivida y merecen la pena los esfuerzos, sacrificios y sufrimientos si se lucha con energía y esperanza por la verdad y la libertad. La esperanza, nos dice, confiere valor y le da sentido al esfuerzo, la lucha y el sufrimiento. El que pierde la esperanza, lo ve todo de un modo negativo, y considera inútil el esfuerzo. Cae en la pasividad, el escepticismo, le inunda la tristeza y la amargura. Nada merece la pena. No hay un porqué para vivir y uno se entrega al desaliento y la muerte.

En los campos de concentración, Frankl experimentó que las personas que tenían esperanza de reunirse con sus seres queridos, que tenían tareas que realizar y proyectos inconclusos, o un gran amor o fe en Dios podían resistir. El modo en que el hombre acepta el sufrimiento le brinda una oportunidad de dar a su vida un sentido más profundo. Puede conservar su valor, su dignidad, su generosidad, o bien, en la lucha por la sobrevivencia, puede olvidar su dignidad humana y convertirse en un ser peor que el más cruel de los animales. Frankl recuerda, por ejemplo, cómo había compañeros prisioneros, los “capos”, que mostraban una crueldad incluso superior a la de los guardias nazis, pero había otros que “iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última delas libertades humanas –la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias-para decidir su propio camino.

Y allí, siempre había ocasiones para elegir. A diario, a todas horas, se ofrecía la oportunidad de tomar una decisión, decisión que determinaba si uno se sometería o no a las fuerzas que amenazaban con arrebatarle su yo más íntimo, la libertad interna; que determinaban si uno iba o no iba a ser juguete de las circunstancias, renunciando a la libertad y a la dignidad.

Los prisioneros no eran más que hombres normales y corrientes, pero algunos de ellos, al elegir “ser dignos de su sufrimiento” atestiguan la capacidad humana para elevarse por encima de su aparente destino.. “Después de todo, como afirma Frankl en el cierre de su obra, “el hombre es el ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero asimismo es el que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración, con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el shema en los labios”.

El mensaje de Frankl es claro y muy esperanzador: por muchas que sean las desgracias que se abatan sobre una persona, por muy cerrado que se presente el horizonte en un momento dado, siempre le queda al hombre la libertad inviolable de actuar conforme a sus principios. Podrán arrebatarle todo, menos su dignidad y su libertad, la capacidad de elegir la actitud personal ante las circunstancias.

Antonio Pérez Esclarín es educador y Doctor en filosofía. @pesclarin

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