Los policías de Trinidad y Tobago ven trabajar a miles de venezolanos ilegales, que ni siquiera cuentan con el permiso temporal. Ellos simplemente prefieren hacerse los desentendidos como muestra de humanidad, revela Adriana Pacheco, una mujer de 30 años de edad que arribó a la vecina isla en el 2019.
Pacheco atravesó durante varios meses rezando para que no la descubrieran. Caminaba las calles de San Fernando mirando a cada lado, con tal de no ser capturada por los policías. Eran días de redadas porque se sabía del masivo arribo de venezolanos desde Tucupita y Güiria, huyendo de la severa crisis.
Ella es de piel trigueña, como se caracteriza la mayoría de los venezolanos por su mixtura cultural. Con el pasar de los días se hizo rutina su arribo al trabajo; una ferretería cercana al lugar de arriendo.
Relata que en alguna oportunidad «sudó frío» cuando, camino a su trabajo, desde una patrulla policial ordenaron detenerse. Por fortuna, realmente no fue con ella, sino con un venezolano de piel clara, que finalmente fue liberado tras pedirle, en perfecto inglés estadounidense, dejarlo libre. Adriana, que también habla inglés «norteamericano», oyó todo.
«Por favor, déjenme libre, tengo una familia a la que debo mantener en Venezuela, tengan compasión de mi, puedo colaborar con ustedes, solo déjenme libre, por favor».
De acuerdo con Adriana Pacheco, los policías solo exigen a los venezolanos- de los que ellos conocen sus hospedajes e ilegalidad migratoria-, a no incurrir en hechos ilegales y que estos mismos verifiquen estar trabajando. Les bastaría para ser «cómplices» del gesto humanitario.
«Si te portas bien, respetas las leyes, si te portas a la altura, ellos te dejan tranquilos, si estás ilegal, mucho que menos debes comerte la luz con los policías trinitarios», dijo Adriana Pacheco, quien a la vez lamenta que una minoría de venezolanos incurran en delitos relacionados con armas y drogas, así como trata de personas para la prostitución.