Angélica tiene 22 años. A los 17 ya era madre soltera. Pero antes de esa edad no pudo terminar su bachillerato porque en su casa había una situación muy difícil. Su papá había muerto cuando ella tenía 14 años. Y su mamá sufría de artritis. Por tanto, le tocó a Angélica mantenerla a ella y a sus otros tres hermanos menores. Se puso a trabajar en una panadería.
En el pueblo donde vive, Achaguas, en el llano apureño, donde se cabalga con la tristeza diaria, no hay muchas alternativas para trabajar ni progresar. Se enamoró del hijo del dueño del negocio. Un joven “árabe” de apenas 15 años. Salió embarazada y la botaron de la panadería.
Escuchó del IRFA por la radio de la localidad. Se animó a terminar cuarto y quinto año de bachillerato. Angélica, con su muchacho de 5 años a cuestas, fue la única que se pudo graduar de su grupo de 11 participantes. Pero lo dice con orgullo animando al resto. Siempre el IRFA te brinda una oportunidad. Salió con su título en mano como bachiller en servicios administrativos, mención contabilidad.
Para que Angélica pudiera conquistar esta meta siempre contó con sus orientadores, «mis profesores», como diría ella misma y los más de 5 mil participantes que en este semestre están estudiando con IRFA.
Esos héroes sin capa que, sin pandemia o con ella, sin ningún tipo de pago, se entregan, con todo su corazón, a cumplir con este servicio educativo y cristiano.
Por eso, y mucho más, no podemos dejar de mencionar y valorar con suma gratitud el servicio generoso y desprendido de nuestros maestros voluntarios hoy 5 de diciembre en el día del voluntariado.
Sin ellos la educación popular de jóvenes y adultos en la modalidad de Educación Técnica, a distancia, no sería posible en los llanos, en la frontera, en el centro, oriente, occidente, en la Gran Caracas, en zonas indígenas, en las cárceles.
Voluntarios en su querer y poder
Y son voluntarios en el sentido pleno de la palabra. Voluntarios porque han decidido serlo, y que por su propia determinación, regalan una parte muy valiosa de su tiempo y energía para enseñar y aprender con los muchachos. Ponen su voluntad, su querer poder, al servicio de los más pobres para que culminen su bachillerato.
Pero también son voluntarios porque no reciben ningún tipo de remuneración. Nuestros aportes económicos a su trabajo siempre son insignificantes. Y siguen allí, yendo sábado a sábado o cualquier otro día de la semana, cuando se puede, y desde sus casas, para atender y compartir con sus “hijos”, como muchos de nuestros más de 240 orientadores los llaman.
Este espíritu de gratuidad y de entrega identifica a Fe y Alegría en estos 65 años, y en los 45 de IRFA, en muchos de sus mujeres y hombres.
Voluntarios que se adaptan a todo
“El proceso será seguido por tutores virtuales que evalúan el avance de los participante y con un acompañamiento más cercano realizado por los más de quinientos voluntarios y el equipo pedagógico de cada centro educativo a nivel nacional”, decía nuestro director de IRFA Luis Sánchez, cuando le tocó explicar como se reorganizaban para proseguir con la educación de jóvenes y adultos al decretarse la cuarentena».
Y es que nuestros maestros voluntarios se adaptan también las nuevas modalidades educativas, a las nuevas fronteras y contextos, y a las novedosas y aceleradas tecnologías.
Durante todo este tiempo nuestros «servidores educativos» se han estado capacitando en diferentes áreas y temáticas de la educación a distancia en tiempos de crisis. Participan de cursos on line, de foros interactivos, de conferencias virtuales y todo lo ponen a disposición de nuestros participantes.
En conclusión, desde la alfabetización, primaria y bachillerato los voluntarios del IRFA aprenden a “abrir los ojos” a la lectura, a las matemáticas, a nuevas narrativas, a nuevas maneras positivas de ser y hacerse, a nuevos proyectos para preservar la vida, la humanidad, la esperanza, que, por fortuna, ellos no dejan que se muera.