A 211 años del terremoto de 1812

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"Terremoto en Caracas" (1929), de Tito Salas. Fotografía de Cristóbal Alvarado Minic | Flickr

La estremecedora realidad que en este momento se vive en Turquía y Siria -producto de los potentes terremotos que durante el mes de febrero de este año azotaron a diversas regiones de sus territorios- debería invitar a todos los venezolanos a rememorar, este domingo 26 de marzo, la lúgubre fecha en que el país fue testigo del terremoto más importante de su historia.

El día 26 de marzo de 1812, Jueves Santo, aquel potente terremoto sacudió al territorio de Venezuela causando graves daños en las ciudades de Mérida, Caracas, La Guaira, San Felipe, Barquisimeto, Valencia y La Victoria. Si bien el total de muertes asociadas a ese desastre es aún objeto de controversias, la mayoría de las referencias disponibles sugieren un número de entre 5.000 y 15.000 fatalidades, una cifra muy alta para un país cuya población entonces apenas alcanzaba los 800.000 habitantes.

Uno de los elementos que más incidió en la alta tasa de mortalidad de aquel terremoto fue que el mismo impactó justo en el momento que se desarrollaban unos oficios religiosos multitudinarios que solían iniciar a las 4:00 de la tarde en las innumerables iglesias que entonces existían, y que penosamente aquel Jueves Santo se vieron dramáticamente interrumpidos por una fuerte sacudida del suelo que detuvo el reloj de la Catedral de Caracas a las 4:07 minutos de la tarde, mientras muchas de las bóvedas y techos de las iglesias  fallaban y caían sobre la feligresía. Sobre aquel dantesco escenario los reconocidos investigadores ulandinos Jaime Laffaille y Carlos Ferrer escribieron que solo en la ciudad de Caracas “los templos de Altagracia, La Trinidad, La Merced, San Mauricio y San Jacinto, quedaron convertidos en un montón de ruinas”.

Son diversas las razones por las que el terremoto de 1812 es reconocido como el evento sísmico más importante y devastador que ha afectado a Venezuela; sin embargo, hay dos de ellas que resultan particularmente significativas: la perspectiva del impacto que este evento tuvo en el incipiente proceso de independencia por el que transitaba Venezuela, y la perspectiva de la extensión territorial de los daños que se asociaron a aquella sacudida.

Con relación a la primera, conviene recordar que aquel terremoto se registró en un momento particularmente convulso en la historia política de un país que apenas dos años antes se había declarado independiente y que vivía en ese momento un complejo proceso de reorganización de lo que se supone que sería su aparato de gobierno. Aquel primer impulso republicano pretendía acabar con casi tres siglos de colonialismo y lanzar a Venezuela por un camino de autodeterminación e independencia que, si bien era abiertamente apoyado por algunas de sus principales provincias, contaba con un marcado rechazo por parte de otras.

El hecho cierto es que los mayores daños que dejó aquel terremoto se concentraron justo en las ciudades que estaban más identificadas con la causa republicana en aquel momento (Caracas, La Guaira, Mérida, El Tocuyo, San Felipe, Barquisimeto, La Victoria y Valencia), mientras que en urbes abiertamente conservadoras y defensoras de la monarquía, como Coro, Maracaibo y Angostura, los efectos del terremoto fueron prácticamente imperceptibles. Ese hecho fortuito dio pie a que el clero realista de la época se diera a la tarea de predicar que aquella calamidad no era más que un severo castigo que Dios había enviado a quienes habían osado levantarse contra el rey Fernando VII, y ello propició que rápidamente gran parte de las masas se desmarcaran y se opusieran a la consolidación del proyecto de la Primera República.

Estos hechos -aunados a que muchos cuarteles republicanos se derrumbaron y murieron unidades militares enteras, desangrando así a gran parte del ejército rebelde- facilitaron el rápido proceso de reconquista del territorio para la corona española que lideró el general realista Domingo de Monteverde, y que culminó con la capitulación del último bastión de defensa republicano en San Mateo el 25 de julio de 1812, y la entrada triunfal de aquellas tropas realistas cinco días después a la ciudad de Caracas. De esta manera, aquel terremoto quedó para la historia como una de las principales razones que propiciaron la caída de la Primera República de Venezuela.

En lo referente a la amplitud de la destrucción asociada a aquel terremoto, conviene mencionar que durante mucho tiempo fue un reto para los estudiosos de la sismología venezolana el poder entender cómo el mismo fue capaz de generar un arco de destrucción que, iniciando en el corazón de los Andes, atravesó importantes urbes de centrooccidente y llegó finalmente a afectar tan severamente al centro del país. La pregunta obligada aquí era: ¿cuánta energía pudiera requerir un sismo para que pudiese sacudir de un modo tan potente más de 500 kilómetros de corteza terrestre?

Entre los primeros aportes científicos que trataron de aproximarse con rigurosidad a este fenómeno destacan los realizados por el ingeniero cumanés Melchor Centeno-Grau (1867-1949), quien en su reconocido libro Estudios sismológicos (1940) aborda este tema y llega a plantear varias hipótesis, algunas de las cuales incluso aún hoy permanecen vigentes. Consideró este autor que aquel terremoto tuvo un origen tectónico y que el mismo debería haber sido un sismo multifocal, con tres epicentros: el primero localizado en el mar Caribe frente al litoral central, el segundo ubicado en los alrededores de San Felipe, Barquisimeto y El Tocuyo y un tercer foco probablemente ubicado al sur del Lago de Maracaibo, en la cordillera andina.

Según relatan Lafaille y Ferrer, Centeno-Grau parecía dudar a ratos de aquella hipótesis del evento multifocal, pues ello aún implicaba dar cuenta de un evento con enormes cantidades de energía y en ese sentido este autor señalaba que “quizás una causa única, poco conocida y muy profunda dentro de la tierra, pudiera ser capaz de producir varias dislocaciones simultáneas en sitios diferentes”. También señalan Lafaille y Ferrer que en otros escritos de Centeno-Grau, particularmente  en su Catálogo general de los sismos de Venezuela entre 1530 y 1939 (1940), aquel destacado científico venezolano dejaba entrever la posibilidad de que el fenómeno sísmico de 1812 estuviese asociado al impacto de dos potentes terremotos que, por alguna razón no conocida, debieron haberse dado de forma simultánea.

Afortunadamente los esfuerzos por entender lo ocurrido en aquel terremoto continuaron, y hace relativamente pocos años fue posible dar con uno de los aportes más significativos para entender lo que entonces ocurrió. Este aporte se logró en gran medida gracias al esfuerzo del historiador/antropólogo y referente nacional de los estudios de sismología histórica: Rogelio Altez, quien en 1998 presentó la hipótesis de que el 26 de marzo de 1812 lo que se vivió en Venezuela no fue un terremoto; fueron dos, y que los mismos no ocurrieron simultáneamente. El primero de estos terremotos destruyó Caracas y la región centrooccidental a las 4:00 de la tarde, mientras que el segundo sacudió violentamente a la ciudad de Mérida y sus poblaciones vecinas cerca de las 5:00 de la tarde del mismo día.

Para sustentar su hipótesis, este investigador logró demostrar que en aquellos tiempos las iglesias importantes realizaban cinco cultos durante el día, y como no existían relojes en todas las ciudades, los prelados solían ser expertos determinando la hora a partir de la posición del sol en el cielo. En Caracas, el primero de aquellos sismos se registró pocos minutos después del inicio del servicio religioso y ello quedo claramente plasmado en el punto en que se detuvo  el reloj de la catedral. En Mérida, por el contrario, dicho servicio ya había terminado y ello lo relata el reconocido historiador merideño Tulio Febres Cordero de la siguiente forma “terminado el acto religioso el obispo se retiró a su palacio…, lugar donde lo alcanzó la formidable sacudida que redujo a escombros a la ciudad de Mérida” (cita de Lafaille-Ferrer).

Lo que logró observar Altez de estos hechos es que, si se considera que aquella misa se realizó entonces en la Iglesia de San Francisco (pues lo que sería la catedral de Mérida aún se encontraba en construcción) y ello se contrasta con el hecho de que dicha iglesia estaba localizada a unas dos o tres cuadras del Palacio Arzobispal, entonces el terremoto de Mérida debió ocurrir cerca de la cinco de la tarde, o sea una hora después que el terremoto de Caracas, pues solo ello explicaría que en Mérida aquella misa ya hubiese terminado y que el Obispo hubiese tenido el tiempo que le permitió trasladarse caminando desde aquel templo hasta sus aposentos.

La trascendencia de lo propuesto por Altez es inobjetable para la sismología y la ingeniería sismorresistente de Venezuela, pues sus resultados desmontaron la hipótesis de que el país estaba obligado a convivir con la amenaza de experimentar terremotos de magnitudes iguales o superiores a los Mw 8, y ello ha permitido brindar una aproximación mucho más realista sobre los fenómenos sísmicos que con toda seguridad se seguirán registrando en Venezuela en el futuro, y la manera como los ingenieros deberían tanto diseñar las futuras estructuras del país, como reforzar las existentes, a fin de garantizar que la factura por pérdidas humanas y materiales que debamos pagar cuando se repita un evento de similares características no sea tan alta.

Referencias

  • Lafaille J., Ferrer C. 2003. El terremoto del jueves santo en Mérida: año 1812». Revista Geográfica Venezolana, Vol. 44.
  • ALTEZ, R. 1998. Cronometrización extemporánea. Los sismos del 26 de marzo de 1812 en Caracas y Mérida. Revista Geográfica Venezolana. Vol 39.

Alejandro Liñayo PhD, del Centro de Investigación en Gestión de Riesgos CIGIR. @alejandrolinayo

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