La mañana del 4 de marzo de 1918, Albert Gitchell se acercó a la enfermería de su trabajo porque sentía fiebre, dolor de cabeza y de garganta. Gitchell era el cocinero de Camp Funston, una instalación militar de Fort Riley, en Kansas, Estados Unidos, donde se entrenaban los soldados estadounidenses que eran enviados a las trincheras en Francia, donde se desarrollaba la Primera Guerra Mundial.
Al mediodía había más de cien personas con síntomas similares. A finales de abril, ya era una epidemia en Estados Unidos y Francia. En tres brotes consecutivos, la gripe española llegó a todos los territorios del mundo, con excepción de la Antártida, la isla de Marajó, en la desembocadura del río Amazonas, y las islas de Santa Helena en el Atlántico sur. En los países en guerra no se hablaba de la epidemia, quizás para no mostrar debilidad, para no desmoralizar a sus tropas o porque el conflicto robaba la atención de la prensa. Como España era neutral, sus medios no tenían reparo en reportar la enfermedad. En consecuencia, británicos, estadounidenses y franceses comenzaron a llamarla gripe española.
Los médicos no sabían qué tratamiento aplicar a los pacientes. Todavía no se habían descubierto los virus. En muchos casos, terminaron intoxicándolos con altas dosis de aspirina y de quinina, un fármaco usado contra la malaria. La atención se enfocó en aliviar los síntomas. Las enfermeras tuvieron un papel importante en la recuperación de pacientes, pero muchas estaban en la guerra y las que se quedaban estaban en riesgo de contraer la enfermedad. Muchos médicos y enfermeras murieron.
El primer caso en Venezuela se reportó el 16 de octubre de 1918. En solo 24 horas había 500 casos. El dictador Juan Vicente Gómez se retiró a Maracay. Cuando su hijo Alí murió por la enfermedad, Gómez se fue a San Juan de los Morros. No apareció en público durante los tres meses que duró la pandemia en Venezuela.
Venezuela era un país rural, con un sistema de salud precario y una población malnutrida. El doctor Luis Razetti dirigió la junta de médicos que atendieron la epidemia en Caracas. Cuenta el escritor José Rafael Pocaterra que, ante la indiferencia gubernamental, los estudiantes universitarios junto a los médicos asumieron la atención de los pacientes.
Se estima que la gripe española provocó la muerte de entre 50 y 100 millones de personas. En Venezuela se contaron 25 mil muertos. En 1933, quince años después de la pandemia, se documentó por primera vez un virus de influenza. La pandemia de gripe española fue causada por el virus de influenza A H1N1, proveniente de las aves. Cien años después, la primera pandemia del siglo XXI se declaró en 2009. Se le llamó “gripe porcina”. El agente causante fue el virus A H1N1.
Existen dos estrategias básicas de políticas públicas para enfrentar y controlar una epidemia: contención y mitigación.
Las primeras tienen el objetivo de confinar los casos a un área determinada para evitar su propagación. Las medidas de mitigación, por el contrario, no se concentran en evitar la enfermedad, sino en manejarla para evitar un impacto severo en la economía y la sociedad y, en especial, los sistemas de salud.
Cada epidemia requiere medidas de contención diferentes. Para afecciones respiratorias como la COVID-19, la cuarentena es una medida efectiva de prevención, pero no es eficiente en el caso del VIH/SIDA, que se transmite principalmente por vía sexual. La efectividad de las medidas también depende del momento en que son implementadas y, a la vez, su implementación influye en la evolución del brote, que se representa como una curva.
La curva epidémica es un gráfico que representa la cantidad de nuevos casos confirmados de una enfermedad por día. Su inclinación refleja la magnitud de un brote y su evolución en el tiempo.
Al inicio de una epidemia se pueden diferenciar tres grupos de personas en la población donde ocurre el brote: los infectados, los recuperados y los susceptibles, estos últimos son todas las personas que podrían contagiarse porque no tienen inmunidad contra la enfermedad.
Si es una enfermedad nueva, toda la población es susceptible antes del inicio de la epidemia. Cuando aparece la enfermedad, la cantidad de personas susceptibles que pasan a ser infectadas aumenta gradualmente a medida que se propaga la enfermedad.
Eventualmente, la cantidad de nuevos infectados llega a un pico máximo y comienza a disminuir. La curva epidémica es una curva logística, es decir, siempre llega un momento en que deja de crecer porque tiene límites y el crecimiento exponencial no se puede extender de manera infinita. Existe un límite total de personas que pueden resultar contagiadas, otras mueren y otras se recuperan y desarrollan inmunidad a la enfermedad, así que no puede haber un crecimiento infinito de casos porque sencillamente llega un punto en que se acaban las personas que se pueden contagiar. A medida que aumentan los recuperados baja la cantidad de infectados y la curva desciende hasta que la enfermedad sea controlada eliminada.
La aplicación de medidas de contención y mitigación, o su ausencia, influye en la curva. Puede hacerla más empinada o plana, alargar o acortar el tiempo en que se extienda la epidemia.
Cuando la contención de la epidemia falla y la curva se dibuja muy empinada, con muchos casos nuevos diarios, cambia el objetivo de las autoridades. Los recursos se enfocan en aplicar medidas de mitigación para “aplanar la curva”. Es decir, las medidas ya no tienen como objetivo principal evitar que la gente se contagie sino frenar el ritmo en que ocurre la propagación.
La OMS identifica cuatro fases generales en el desarrollo de una epidemia. Para cada una existen pautas de respuesta que deben implementar los gobiernos y sistemas de salud.
Este trabajo fue realizado originalmente por Prodavinci con el apoyo de Pulitzer Center y lo puedes ver haciendo click aquí.