Ya arrancó el otoño y se pinta bien frío. La gente celebró su carnaval en noche de brujas, pero nadie se atrevió a disfrazarse de Trump o de Biden. No entiendo si fue una cuestión de respeto o de gustos.
Desde hace días vengo medio perdido porque aunque nací en este país, esta es la primera que voto, luego de 45 años y toda una vida en Venezuela. El cuento es largo. Lo importante es que puedo ejercer mi derecho al voto como ciudadano estadounidense en unas elecciones donde muchos analíticos se atreven a apostar, no solo por el futuro exitoso o decadente de los Estados Unidos, sino por el futuro del mundo en lo que se establece como un nuevo orden mundial; al menos para los siguientes cuatro años.
Son las 6:45 a.m. de este 3 de noviembre, el frío es más intenso que ayer. He llamado a un 0800-NOSEQUEDESINVOTAR y mientras espero al teléfono que me atiendan, busco una chaqueta más gruesa que la de ayer. Me toco de suerte, es una hispana –mi inglés todavía es lento–. La chica se siente adormilada pero contesta mi primera pregunta:
– «Señor, tiene tres centros de votación muy cerca de su casa, cualquiera de los tres puede ir»
– «Ya va… ¿Tres? ¿No es uno solo?», pregunté
– «No señor, en cualquiera de esos tres colegios puede acudir», contestó.
Primera sorpresa… ¿ser práctico, le llaman?
Al ver la ubicación del centro de votación en el GPS, me percato que son 10 minutos caminando. Qué bueno: me ahorra un taxi, porque del que tengo que tomar para el trabajo si no me salvo.
Sí, hoy trabajo. En este país me toca trabajar todos los días. En los Estados Unidos nadita es igual como en Venezuela a la hora de ir votar.
Inicio el camino mientras me doy cuenta que 6°C es la temperatura que hace en esta mañana texana; apuro el paso para que nada se congele y me encuentro con la popular fila. Hay poca gente en ella: 6 pies de distancia. Hay letreros de información para el votante en inglés, español, mandarín y árabe.
En la primera mesa, la que verifica tus datos, hay una tableta que contiene la data del registro electoral. Allí presento mi pasaporte estadounidense, corroboran mi registro, me piden una firma y listo.
– All right sir, go ahead next vote box.
Es en la cancha de baloncesto del colegio y, distribuidas de lado y lado, están varios cubículos cubiertos de un vinilo plástico: al estilo caseta telefónica. También hay una pantalla que te da instrucciones en varios idiomas para comenzar el proceso de votación.
Hay una perilla que puedes ir manipulando con tu mano para ir cambiando las opciones y luego apretar un botón de «enter» e ir seleccionando los candidatos. No solo se elige al próximo presidente de los Estados Unidos. También es una elección por los senadores, diputados, jueces, alguaciles, autoridades municipales, escolares; es decir, todo el Estado se está eligiendo para los próximos cuatro años.
Después de terminar una lista de unas ocho páginas, quedando de primera la del presidente, apreté el botón de «finish» y la pantalla me dice: «su voto ha sido procesado correctamente«.
No hubo tinta. No hubo guardias o policía. Todos eran civiles custodiando las instalaciones y el proceso, donde no tardé ni 20 minutos para votar.
«¿Qué viene ahora?» Es la pregunta que muchos nos hacemos.
No puedo decir que espero que gane el que mejor lo vaya a hacer porque en estas elecciones trascendentales para los Estados Unidos, muchos estamos conscientes que una nueva forma de gobernar se está estableciendo en el planeta. Para muchos eso significa «progreso», para otros significa «preservar la tradición».
Yo creo que sea quien sea el que resulte ganador, le espera un camino difícil para calmar la necesidad de tantos fuera y dentro de este país pues, aunque muchos se empeñen en negarlo, los Estados Unidos de Norteamérica sigue siendo el país de las oportunidades.
Y de ese pastel, todos quieren comer.
Por Mario Pérez Chacín