Día de la madre y la familia

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En el segundo domingo de mayo se celebró en Venezuela el Día de la Madre, y este año coincidió con la celebración al día siguiente del Día Internacional de la Familia, lo que nos indica que ambas celebraciones deben ayudarnos a fortalecer la familia como lugar de convivencia, respeto, honestidad  y solidaridad. Para enfrentar los problemas, carencias y sufrimientos, y sobrevivir con dignidad, necesitamos hoy familias muy unidas, donde cada uno pueda apoyarse en el otro y encontrar ánimo, fuerza y esperanza.  

A la madre le debemos el don más preciado, que hace posibles todos los demás: La vida. Nacimos  junto a su corazón y durante meses nuestra existencia tuvo lugar en la de ella, en una comunión total, donde nos alimentamos de su propia vida. Luego, nos desprendimos de ella como un fruto maduro, pero allí estaban sus brazos y su pecho llenos de amor para brindarnos cobijo y seguridad. A través de sus ojos nos asomamos al mundo y fueron un espejo maravilloso donde siempre nos vimos bellos y queridos. Su ternura guió pacientemente nuestra necesidad de comunicación y nos abrió al otro, al milagro de la palabra. Posiblemente ella fue también nuestra primera evangelizadora y nos enseñó a confiar siempre en  Papadiós, y a buscar refugio  en nuestra otra Madre, María. Cuando nos golpearon las enfermedades y quebrantos, ella siempre estaba allí, al pie de nuestro dolor,  multiplicando sus atenciones, más fuerte que el cansancio y la fatiga, sanándonos con su entrega y sus caricias. Las madres aman tanto y de tal modo que nos asoman al Amor Infinito de Dios, Padre y Madre de todos nosotros.

Por ello, el regalo mejor que podemos darles es esforzarnos por robustecer los lazos familiares. Ellas se sienten felices cuando  ven que nos apoyamos, que nos tratamos con cariño, que nos esforzamos por ayudarnos a enfrentar juntos los gravísimos problemas que sufrimos. Por ello, la celebración de este día debería  ayudarnos a asumir responsablemente el papel que nos corresponde en nuestra familia concreta, es decir, con las personas que vivimos: madre-esposa, padre-esposo, hijos-hermanos, abuelos, tíos… No olvidemos que la familia es el lugar privilegiado para aprender la honestidad, el respeto, la colaboración, el amor. En la familia, los niños deben echar  raíces sólidas y firmes para crecer fuertes y seguros, y los jóvenes alas para emprender el vuelo de su libertad responsable. Sin familia, la libertad se transforma en capricho, agresividad y violencia.

Para mantener vivo el amor y superar las dificultades y problemas que estamos padeciendo, es muy importante  mantener el buen humor, echarnos una mano en las tareas o trabajos, compartir los ingresos, ser muy comprensivos con los cansancios y, problemas  de los otros, evitar toda palabra que ofenda o desanime, y cultivar con esmero las palabras de ánimo, valoración, agradecimiento.

El amor verdadero es siempre fecundo: engendra hijos, ilusiones,  proyectos, entrega a los demás. El amor en la familia debe  extenderse a los otros. Una familia que viva encerrada en sí misma, pendiente sólo de su  comodidad y de aprovecharse de la situación para especular y enriquecerse, sin ojos, oídos y manos para las necesidades y sufrimientos  de los demás, no está alimentada por un verdadero amor. Por ello, la familia debe concebirse como una comunidad solidaria de personas que tratan de vivir un ideal común de justicia y solidaridad y se esfuerzan en avanzar hacia él.

Antonio Pérez Esclarín es educador y Doctor en filosofía. @pesclarin

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