En este domingo 31 de mayo, día de la venida del Espíritu Santo, día de Pentecostés (50 días después de la resurrección de El Señor), el Papa Francisco pide a esa presencia de Dios entre nosotros que «nos libre de la parálisis del egoísmo y encienda en nosotros el deseo de servir, de hacer el bien».
Y fue enfático al señalar que lo peor de esta crisis es desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos. “Debemos ser constructores de unidad, para llegar a ser una sola familia”.
En la misa de solemnidad de Pentecostés Francisco reflexionó que «El Espíritu es la unidad que reúne a la diversidad. Jesús no cambió a los apóstoles, no los uniformó, ni convirtió en ejemplares producidos en serie. Jesús dejó las diferencias que caracterizaban a cada uno de ellos: los pescadores, quien era gente sencilla, quien recaudador de impuestos».
El Pontífice nos pide que no caigamos en la tentación de querer defender a capa y espada las propias ideas, considerándolas válidas para todos, y en llevarnos bien sólo con aquellos que piensan igual que nosotros.
El secreto de la unidad: donarse
La mirada mundana, dijo el Pontífice, ve estructuras que hay que hacer más eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia.
El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino telas irreemplazables de su mosaico.
El día de Pentecostés, en la primera obra de la Iglesia: el anuncio, los Apóstoles salen a proclamar el Evangelio, sin ninguna estrategia ni plan pastoral.
Se lanzan, dijo el Papa, corriendo riesgos, poco preparados, salen con el solo deseo que les anima: dar lo que han recibido. Porque es ese el secreto de la unidad, y del Espíritu, donarse.
Añade en la homilía que es importante creer que Dios es don, que no actúa tomando, sino dando.
¿Por qué es importante? Porque nuestra forma de ser creyentes depende de cómo entendemos a Dios.
Si tenemos en mente a un Dios que arrebata y se impone, también nosotros quisiéramos arrebatar e imponernos: ocupando espacios, reclamando relevancia, buscando poder.
Pero si tenemos en el corazón a un Dios que es don, todo cambia. Si nos damos cuenta de que lo que somos es un don suyo, gratuito e inmerecido, entonces también a nosotros nos gustaría hacer de nuestra vida un don”.
Examinar nuestro corazón
El Papa pide a cada uno de nosotros, que examinemos qué nos impide darnos al otro, si dentro de nosotros tenemos a los “tres enemigos del don”: el narcisismo, el victimismo y el pesimismo.
El narcisismo, que lleva a la idolatría de sí mismo y a buscar sólo el propio beneficio. Y en esta pandemia que el mundo sufre, duele ver en la humanidad el narcisismo, gente que se preocupa de sus propias necesidades, que es indiferente a las de los demás, que no admite las propias fragilidades y errores.
El victimismo, es peligroso, dijo Francisco. El victimista está siempre quejándose de los demás: “Nadie me entiende, nadie me ayuda, nadie me ama, ¡están todos contra mí!”.
Y al respecto, en el drama que vive actualmente la humanidad, cuán grave es el victimismo, exclamó el Papa, pensar que no hay nadie que nos entienda y sienta lo que vivimos.
Y el pesimista que “arremete contra el mundo entero, pero permanece apático y piensa: “Mientras tanto, ¿de qué sirve darse? Es inútil”. Y así, en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo, ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes”.
El pesimista, es quien piensa que ya no hay esperanza, y hoy día nos encontramos ante una carestía de esperanza y necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros. Por esta razón, necesitamos el Espíritu Santo, don de Dios que nos cura del narcisismo, del victimismo y del pesimismo.