El país que no seremos

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Héctor Escandell
Héctor Escandell

Este cinco de julio me agarró escudriñando el informe que redactó Michelle Bachelet sobre los Derechos Humanos. Mientras lo leía, me decía que justamente ese no es el país que seremos. Hoy lo somos, sí. Hoy somos tortura, represión, atraso, llanto, pobreza y escasez, pero no seremos eso. No merecemos ser eso.

El país que no seremos se retrata en el informe de Bachelet, es una copia fiel y exacta del desastre en el que estamos metidos, pero podemos salir. Cada registro de tortura será una cicatriz en la geografía de nuestra historia futura. Así de complejo será explicar dentro de cien años la estupidez. El absurdo del que nos costó salir, pero salimos.

Este relato se escribe en presente, pasado y futuro, se redacta en varios tiempos verbales porque así somos hoy los venezolanos, una verdadera mezcla de sufrimiento, recuerdos y deseos posibles. El informe de Naciones Unidas no es el resultado de un error metodológico, como pretende decir el gobierno. No, el informe refleja lo que Cáritas tiene años denunciando, el documento muestra los datos que se quieren ocultar sobre la nutrición infantil. No es un error de cálculo, son las escandalosas historias de las ejecuciones extrajudiciales. Es la realidad puesta en un papel. No más.

Mientras hurgaba en los números, se me cruzaban las imágenes recientes de la barbarie. El teniente Acosta o el chamo Rufo, por donde se mire da vergüenza, da impotencia. Leer las consideraciones de Bachelet y la reacción de Jorge Arreaza es un ejercicio de cotidianidad. Es lo más parecido a estar en una cola para echar gasolina y que Pdvsa diga en Twitter que las colas son un Fake News. La realidad, al fin es lo que sucede, no lo que se dice en los medios oficiales.

Fui leyendo el informe y me fui imaginando la remota posibilidad de revertir cada descalabro. Digo remota porque, sin duda alguna, con estos actores que ocupan el poder no será posible. Lo remoto se traduce en otros venezolanos que puedan ocupar la presidencia y desmontar el sistema de corrupción y terror que se instauró. Pensaba en la Fuerza Armada institucional, en la que no grita consignas sino que se dedica a estudiar y reivindicar la vida en las zonas más remotas del país, esas que hoy estamos perdiendo con la minería y la incursión de grupos armados.

Bachelet dice que hay que eliminar a las FAES, yo estoy de acuerdo, pero agrego que también hay que repensar la utilidad del Sebin, de la Dgcim y de todas las fuerzas uniformadas. Es imperativo enfrentar y darle un parao institucional a los civiles armados, a los colectivos que siembran el terror en los sectores populares y en las manifestaciones en contra del partido que gobierna. Estoy de acuerdo con Bachelet, pero habría que ampliar el espectro.

El país que fuimos no es el que seremos

El otro día comentaba una publicación de Instagram que hizo una amiga que se fue a la Argentina. Bueno, ella es más que una amiga, es como mi hermana de infancia, pero ahora no viene al caso la filiación. Lo cierto es que ella tenía un ataque de añoranza, publicó fotos del pasado y recordó lo que la hizo supremamente feliz. En su post guayabo migratorio le advertí que ya no seremos lo que fuimos, que ya nada será como antes. Un buen amigo reargumentó que sí, que lo seremos. Que volveremos a ser.

Yo creo que no, no es posible. Simplemente porque ya somos otros, ahora estamos regados por otras tierras, hemos conocido otro mundo y eso nos enriquece. No podemos volver a ser los de antes porque tal y como lo dice el informe, hemos llevado mucho palo. Nos han dado hasta con la pala del jardín. Ahora somos diferentes, la adversidad, el hambre, la miseria, la precariedad nos ha hecho otros venezolanos que en el futuro saldrán a relucir como los que quedaron y se pusieron el overol para reconstruir desde los escombros. Seguramente algunos volverán a sus orígenes, otros no. No vendrán porque ya están echando raíces y sería egoísta pretender que vuelvan a mudar la casa solo para replantar. Los que no vendrán seguirán siendo venezolanos y seguirán cantando el himno, se erizarán con el alma llanera, pero se quedarán por ahí. Por el mundo.

Ya es seis de julio, un día después de la celebración de la independencia sigo con este relato, antes fui a Maracay y volví de suerte, porque se dañó la batería del carro. El país que seremos también se mide en las baterías que pueda comprar sin hacer magia, sin buscar un contacto ni pagar el sobreprecio de la hiperinflación. Ni que decir de la comida y las medicinas. El informe Bachelet dirá algún día que en esta tierra no hay violación de Derechos Humanos, que el 30% de los niños menores de 2 años no están desnutridos, que el salario cubre las necesidades de una familia y que las instituciones son robustas como el carácter de las madres que se aferraban a la vida cuando no había medicinas para curar el cáncer que padecían sus chamos.

Bachelet ha hecho un informe que me permitió retratar el país que no seremos, no el que fuimos ni el que somos. Este de hoy me da vergüenza, sus datos son un disparo a los ojos de los chamos que protestan. Pero el país que viene, ¡ay!, ese será de armas tomar, porque lo vivirán los hombres y mujeres que crecieron en la precariedad y serán muy cuidadosos en no repetir la historia que, por ahora, nos condena. Los venezolanos hoy somos eso que dice la ONU, pero seremos el antónimo. El país que no seremos lo puede leer usted en las páginas del informe de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. El país que no seremos está ahí, léalo, entérese.