Enfrentando la pandemia en el extranjero, con Dios y una bicicleta

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Foto: Archivo.

Aproximadamente 13 horas al día tiene que trabajar Lenin Guerrero con su bicicleta para poder alimentar a su familia.

Cuando el COVID-19 llegó a Colombia, fue despedido de su antiguo trabajo como muchos venezolanos que viven en el exterior. Situaciones similares a la de él, ha provocado que cientos regresen a Venezuela, incluso caminando. Pero él no. Él se ha rebuscado haciendo a domicilios para plataformas digitales como Rappi, con lo cual enfrenta la realidad de ser un extranjero sin trabajo estable, casa o condiciones mínimas para sobrevivir a un confinamiento.

“Con el dinero que gano alimento a mi familia, pago arriendo y servicios”, dice Guerrero, oriundo del estado Zulia, de donde decidió irse hace unos años por la escasez de alimentos, la crisis de servicios públicos y el futuro de sus hijas.

“Era supervisor del Servicio Autónomo para los Rellenos Sanitarios del Estado Zulia, tenía un buen cargo pero me tuve que ir por muchas cosas del día a día, por no tener calidad de vida. El dinero que ganaba no me alcanzaba para nada”, agrega.

Guerrero, a pesar de tener la dicha de vivir con toda su familia –a diferencia de muchos venezolanos en el exterior–, reconoce que la crisis por la pandemia a veces lo deprime y le “hace pensar cosas negativas”.

“No te lo voy a negar, esto pone mal a cualquiera y es una lucha diaria”, expresa.

Buscar fuerzas en Dios

En medio de todo ese caos, asegura que busca a Dios para refugiarse. “Mi creencia cristiana es lo que a veces me da la fortaleza para seguir cada mañana. Al despertar, le doy las gracias a Dios por un día más de vida, le pido que me guarde, que me proteja y me abra las puertas de bendición”.

“Me ha tocado llorar y desahogarme en oración porque es la única fuente para revivir fuerzas nuevas y seguir adelante”, concluye.