Febrero incivil

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Foto: Francisco Solorzano | Archivo El Nacional.

A finales de septiembre del año pasado, el periodista Alonso Moleiro, presentó su más reciente libro titulado: La Nación Incivil, donde analiza las causas y consecuencias del Caracazo, suceso que nos marcó para siempre; más por lo que representó en sí, que por los mismos eventos que se dieron entre el 27 y 28 de febrero, sobre todo en Caracas y sus alrededores.

Los venezolanos no se esperaban un acontecimiento de tal magnitud, aun cuando, menciona Moleiro, existían informes de inteligencia, que daban cuenta del malestar creciente en la sociedad, pero se tomaban más como una situación de inconformidad, la cual no tendría una reacción, más allá de una protesta ciudadana, a través de algún sindicato o comunidad organizada. El liderazgo político, también creía que la democracia venezolana era sólida, que no podía haber ningún tipo de cuestionamiento, a pesar de que el sistema mostraba signos evidentes de anquilosamiento.

Luego del indiscutible triunfo de Carlos Andrés Pérez como presidente, con más del 50 % de los votos, el país entraba esperanzado en una nueva etapa política, o más bien, en el retorno a la época de la bonanza petrolera, donde los recursos eran ingentes y la mayoría de la población disfrutaba de los beneficios de la llamada Venezuela saudí. Lo que nadie pensaría era que la fiesta de derroche tendría sus consecuencias, y una de ellas era asumir que luego de grandes gastos y sin mayores controles, viene una etapa de considerables sacrificios.

Iniciando la década de los 80, comenzó la advertencia de uno de los fundadores de nuestra democracia: Rómulo Betancourt, quien consideraba la necesaria reforma del sistema democrático, adecuarlo a los nuevos tiempos, así como reducir el burocratismo y combatir la corrupción. Lástima que el Padre de la Democracia, fallecería el 28 de septiembre de 1981 y sus recomendaciones no fueron escuchadas por una generación que no hizo las necesarias autocríticas.

Tampoco podemos ignorar que el 18 de febrero de 1983 ocurrió una situación de la cual la nación todavía sufre sus consecuencias: nos referimos al conocido Viernes Negro, dónde el bolívar, que era considerada una de las monedas más estables del mundo, comenzaría una abrupta pérdida de su valor ante el dólar. A partir de entonces, nuestra moneda no volvería a ser la misma, producto de las incontables devaluaciones, la falta de disciplina fiscal y la impresión descontrolada del papel moneda, a tal punto que hoy, el bolívar es descartado para el intercambio comercial.

Parece que nuestra historia reciente tiende a tener a febrero como un mensis horribilis, ya que tanto el 18 de febrero de 1983, el 27 y 28 de febrero de 1989, sumado al 4 de febrero de 1992, sintetizan el país en el que nos transformamos: una nación en una eterna crisis, que se ha venido complejizando en los años más recientes.

Según lo antes expuesto, el Caracazo fue un evento inesperado para el venezolano común, tampoco se imaginó que unas autoridades electas por vía democrática, pudieran ser responsables de la violación a los derechos humanos. La mancha que dejó los sucesos del 27 y 28 de febrero en el liderazgo político es imborrable; nunca se pensó que los desmanes de algunos sectores de la población, justificados o injustificados, tuvieran la respuesta de las balas de policías y militares.

Hay que resaltar que los eventos ocurridos a finales de febrero de 1989 fueron espontáneos. El mito inculcado por el chavismo, no es más que la excusa para crearle una narrativa comprensible a la intentona golpista del 4 de febrero de 1992, así como apropiarse de un evento del cual nadie deseaba ser dueño.

Reconocido por el propio Hugo Chávez, la conspiración que concluyo con el 4F, comenzó a principios de los años 80, con su afianzamiento en la creación del conocido Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200), a través del Juramento al Samán de Güere en 1983. Esto demuestra que, con o sin Caracazo, la logia militar del MBR-200 estaba dispuesta a dar la estocada a la democracia venezolana.

Hechos como los del 27 y 28 de febrero, sumado al 4 de febrero, no solo demostraron la fragilidad del sistema democrático, también pusieron el cuestionamiento al liderazgo político, incapaz de comprender la gravedad de la situación que ocurría y que todavía permanece. La sociedad venezolana vivió en esa etapa una especie de válvula de escape, gracias a los medios de comunicación, que expresaban lo que no decía el liderazgo, a través de los programas de opinión, cómicos y de entretenimiento; expresiones como Radio Rochela Por Estas Calles, pusieron la guinda a la controversia, sin mayor profundidad y sin buscar una guía necesaria a la salida de la crisis.

También es fundamental destacar el papel de sectores activos de la sociedad venezolana, sobre todo en la intelectualidad. Los Notables, fue un grupo de personalidades destacadas en diversas áreas del conocimiento, encabezado por Arturo Uslar Pietri, que no cesó el cuestionamiento a la democracia, sobre todo al gobierno de Carlos Andrés Pérez, aun cuando las medidas económicas eran las necesarias y las que había demandado el propio Uslar Pietri por tantos años.

En este orden de ideas, no podemos negar el papel trascendental de Uslar Pietri en nuestra historia, ya que ha sido uno de los personajes más destacados por su sapiencia y aportes que son innegables, pero esto no debe ser excusa para ocultar su poco talante objetivo, al momento de cuestionar el sistema imperante de la época.

Puede que quepa la duda, si las opiniones emitidas por Uslar Pietri, durante el segundo gobierno de Pérez, fueron una respuesta, ante lo que vivió tras el derrocamiento de Isaías Medina Angarita el 18 de octubre de 1945, cuando fue obligado a exiliarse de Venezuela, siendo despojado de sus propiedades, acusado de corrupción en un juicio sumarial, que no demostró su responsabilidad en dicho delito.

Otro de los personajes claves de esta etapa histórica es Rafael Caldera, uno de los constructores de la democracia que, para el momento de los sucesos de febrero, tanto de 1989 como de 1992, se encontraba disminuido producto de la derrota electoral de las elecciones de 1983 y la renovación interna en COPEI. Era innegable la tenacidad de Caldera y su ímpetu por lograr recuperarse políticamente. La oportunidad de oro la tuvo el 4 de febrero de 1992, cuando aprovechó la tribuna del Congreso de la República para realizar un discurso – improvisado–, donde visibilizó la precaria situación que se vivía en Venezuela.

Caldera, más allá de la valoración positiva o negativa que se tenga de él, fue un político que palpaba la realidad venezolana, sus mensajes eran claros para una sociedad que reclamaba un liderazgo que fuera voz de los excluidos dentro del debate nacional. Supo determinar el momentum político para decir las palabras adecuadas y así volver a estar en el radar de la opinión pública, lo que conduciría a su triunfo electoral en las elecciones presidenciales de 1993.

El último personaje que debemos analizar en esta aritmética es Carlos Andrés Pérez, presidente de la república por segunda ocasión, bajo la premisa del retorno a la Venezuela saudí. Todo lo contrario, ocurriría: la nación necesitaba ajustarse a la falta de recursos y había que comenzar a sanear el gasto público, algo inimaginable para un país acostumbrado a la bonanza y el derroche.

Aquí vale la pena preguntarse: ¿las medidas de El Paquetazo eran necesarias? ¿Se pueden considerar las acciones emprendidas por Pérez como neoliberales? La primera interrogante tiene una contundente respuesta afirmativa, ya que al final del gobierno de Jaime Lusinchi, el país estaba en una situación precaria económicamente, las reservas estaban al mínimo y los precios del petróleo no eran los más altos (un promedio de 16 dólares por barril).

La segunda pregunta cuestiona el argumento donde se acusa al gobierno de Pérez de neoliberal, cuando la verdad es que su ministro de planificación, Miguel Rodríguez Fandeo, es un keynesiano clásico, formado en la Universidad de Yale y que promovió planes con una clara intervención del Estado, según lo afirma el economista José Manuel Puente a Alonso Moleiro para La Nación Incivil.

Aunque el debate sobre el denominado Paquete es algo inacabado, resulta evidente que tales medidas eran necesarias. Al final Pérez fue víctima de su incapacidad para transmitir un mensaje preciso, por lo tanto, se ganó grandes detractores, no solo en la oposición encabezada por COPEI, sino también a sus viejos compañeros de partido. Para el liderazgo de Acción Democrática, el presidente había perdido el rumbo y buscaban la manera de retomar el control en las decisiones oficiales.

Esta situación tendrá su desenlace con un sacrificado: el propio Carlos Andrés Pérez, quien será destituido por el Congreso el 21 de mayo de 1993. Este evento será un hito importante, donde se evidenció una fortaleza institucional, pero a su vez demostró que el sistema democrático se encontraba enfermo.

Más allá de las consideraciones que llevaron a la caída de Pérez, se tiene que analizar el contexto previo y de cómo sectores políticos, sobre todo a lo interno de Acción Democrática, no estaban preparados para un gobierno tecnócrata, se sentían indispensables para asumir posiciones claves dentro de la administración pública, aun cuando no estuvieran preparados para los cargos. Aquí también el propio Pérez pensó que su liderazgo era suficiente para imponerse sobre su partido, sin percatarse como la rebelión interna se fraguaba en su contra.

El febrero incivil nos marcó para siempre, de esos vientos estamos cosechando estas tempestades. Un evento de malestar generó un desmadre social, donde a un sector social no le importo llevarse comida, mercancía y quebrar a miles de comerciantes; se le perdió el respeto a la autoridad y generamos la denominada antipolítica. La intentona golpista del 4F nos trajo a un aventurero a la política, que nos llevó de vuelta al pasado; prácticas como el caudillismo, personalismo y la autocracia, que dábamos por superados, regresaron y pareciera que no fueran a erradicarse tan fácilmente.

Hoy el gran reto, no es solo del liderazgo político, sino también de toda la sociedad: comprender que todos somos necesarios para la reconstrucción nacional, eso es importante entenderlo. La reconstrucción del tejido social, que nos conducirá a la convivencia ciudadana, tenemos que levantarla, no solo por nosotros, sino también por las generaciones futuras.

La incivilidad tenemos que erradicarla, recuperar el civismo que costo tanta sangre, sudor y lágrimas; así como entender que la conexión entre lo político y social no debe romperse jamás. Esperemos que de esta etapa histórica nos queden las lecciones aprendidas para superar los escollos y avanzar hacia un futuro más prometedor.

Rafael G. Curvelo es analista político, coordinador de la iniciativa Unión por Venezuela y miembro del Consejo de Redacción de la Revista SIC.

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