Francisco
La tumba del papa Francisco tiene solamente una inscripción con su nombre. Sobre ella, la cruz del buen pastor | Foto: Héctor Escandell | Radio Fe y Alegría Noticias

La basílica de Santa María Mayor o Santa Maria Maggiore se convirtió en un lugar de peregrinaje, en un refugio moderno de nostalgia y oración. Lo segundo ya lo era, pero lo de moderno es por Francisco, el argentino.

El lugar, una iglesia que se edificó en este sitio porque nevó en agosto.

La historia cuenta que durante la noche del 4 al 5 de agosto del año 352, la Virgen María se le apareció en sueños al papa Liberio pidiéndole que construyera una iglesia en su honor. El sitio donde debería levantarse se distinguiría por un hecho sorprendente: una nevada.

Imagínate una nevada en agosto, en pleno verano. Y sí, dice la leyenda que esa noche nevó en Roma y ahí se levantó el templo en honor a la Virgen María.

Hoy no es agosto, es 10 de mayo, pero igual hace mucho sol y no hay ni sospechas de una nevada. Eso sí, en la parte de atrás se hace curva una fila de personas con sombreros y gorras para cubrirse la cara. No hace menos de 30 grados bajo el sol. La gente no se impacienta y da pasitos conforme avanza la cola. Todos van a cruzar la Puerta Santa para luego ver la tumba de Francisco, la última modificación de la arquitectura.

Los seguidores de Francisco

Esta fila hace recordar la de su funeral, la de la capilla ardiente que duró tres días con sus noches en la basílica de San Pedro, en el Vaticano. Todo el mundo habla del nuevo papa, el hombre del momento en la capital del antiguo imperio romano. Al igual que aquella noche del 24 de abril, aquí se oyen idiomas y acentos de todos el mundo; Francesco, Francis, Robert, Roberto, León… “¿Es trece o catorce?”, pregunta una señora de Guatemala.

Sin embargo, la mayoría habla de Francisco, de su lugar de reposo y de por qué de su última voluntad. La gente recuerda que el papa iba a este santuario a rezarle a María antes y después de cada viaje. Cuando recién empezaba la espera, la señora Carmen, de El Salvador, se acercó y preguntó si esa era la fila para ver la tumba de San Francisco, “pero no el de Asís, el otro, el papa, el argentino”.

Y mira que no sonaría mal: San Francisco, pero el otro, el argentino.

En la fila se rieron los hispanos o los que entienden el castellano. Una joven voluntaria italiana le respondió que sí, que ahí era la fila. Pero es posible que no le haya entendido nada.

Otro flash de Francisco

Después de cruzar la Puerta Santa, aparece la nave, el cielo cubierto de formas y colores. Se camina lento y sin parar. Sorprende el techo, ¿Cuánto oro habrá aquí?, ¿Será de oro?, un amigo jesuita que me acompaña me contó la historia de la nevada y ahora me dice que la nobleza española puso lo suyo para construir este palacio. Hay una placa de Endesa que lo evidencia, también hay muchos nombres en castellano.

Igual que en San Pedro, la composición artística impresiona, abruma. Tras unos pocos metros, aparece una luz pegada de la pared que cambia el panorama y lo llena de calidez. Ahí está Francisco, debajo de un rectángulo de piedra, que como su ataúd, no tiene adornos ni lujos.

El nombre Franciscus está tallado sin más, simple. Cuando lo tengo en frente, otra vez le doy las gracias y también le dije que ya había gente preguntando por un tal San Francisco, pero no el de Asís, sino el otro, el papa, el argentino. También alcancé a pedirle que rezara por nosotros, por mis amigos, por mi familia y en especial por el nuevo, por Adrián. Finalmente, al girar, ante el apuro de los guardias, le dije que el su amigo Prevost ahora era León XIV y que él, el día de su elección, también dijo: Gracias, papa Francisco.

Igual que en su capilla ardiente, esta visita fue rápida. Se puede decir que fue un flash de Francisco.

La conquista de Roma

Esta fue una semana intensa en Roma, en el Vaticano, para los cristianos de todo el mundo, en fin. La sede ya no está vacante, el jueves hubo humo blanco y eligieron al discípulo de Francisco como el nuevo obispo para Roma y nuevo papa. El hombre de moda nació en Chicago y sirvió en Chiclayo, en el Perú. Es decir, back to back, como en el béisbol, de papas americanos.

Unas horas después, León XIV apreció en Santa María Mayor para rezarle a su amigo Francisco, de rodillas, frente a la luz cálida pegada a la pared. En la foto se le ve contemplando al mismísimo infinito de Francisco.

El papa León se arrodilló ante la tumba de su compañero, al que visitaba todas las semanas, lo hizo como lo haría cualquier cristiano que acaba de perder a su amigo, al que ahora van a buscar los creyentes que preguntan si es ahí que está enterrado un tal “San Francisco, pero no el de Asís, si no el otro, el papa, el argentino”.

Este artículo forma parte de un conjunto de relatos que narran los días de la muerte del papa Francisco en la ciudad del Vaticano y el Cónclave que eligió a León XIV como nuevo obispo de Roma.

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