No recuerdo con exactitud cuándo conversé por primera vez con José Virtuoso (1959-2022), pero sí recuerdo el momento en que le pedí que fuese una fuente, como se dice en el argot periodístico, para unas entrevistas diarias, antes de las 7:00 am, que realizaba a fines de los 1980 junto a Carlos Correa por la histórica señal 1390 AM de Radio Fe y Alegría.
Debió ser 1987. Ya Joseíto, como le decían todos y como pasé a decirle yo también, había regresado a Caracas, a Catia, tras obtener su licenciatura en Ciencias Políticas en Maracaibo.
Por aquella época, Carlos y yo buscábamos tener entrevistas con jesuitas para el análisis social y político. Era nuestra forma de buscar legitimarnos dentro de la radio. Nos veían como los muchachos y queríamos demostrar que estábamos ya fogueados como periodistas, a pesar de que aún no nos habíamos graduado.
Dado que con mucha frecuencia habíamos entrevistado a Arturo Sosa, que apareciera otro jesuita con herramientas de análisis político, nos vino como anillo al dedo.
Así pasaron los años. Con Virtuoso en diversas ocasiones me encontraba y conversábamos. Nuestra amistad se fraguó, sin embargo, en el período 2000-2008, cuando estuve bajo su dirección en el Centro Gumilla y en la revista SIC, y cada martes -religiosamente- nos encontrábamos. En los años álgidos de la polarización coincidimos en instancias que buscaban el acercamiento y el reconocimiento del otro.
La cotidianeidad en el Gumilla, el interés en los temas políticos, una aproximación no militante a lo político, generó mucha empatía. Nos dolía el país y creíamos que la palabra, el análisis y el encuentro podían ser antídotos ante una democracia que ya mostraba signos inequívocos de su agotamiento.
Una imagen que evoco de aquel tiempo es ver a Joseíto tirado en el piso -literalmente- de mi recién comprado apartamento en el centro de Caracas, cuando aún había escasos muebles, cerveza en una mano y un cigarrillo (el cigarrillo perenne). Habíamos hecho un open house vespertino. Se levantó y dijo que se tenía que ir. «Hoy es mi cumpleaños», esa fue toda su explicación. Era un 17 de septiembre y ya nunca más lo olvidé, pasamos algunos años sin conversar con frecuencia, pero siempre lo felicitaba ese día.
Este año, ese día, me confirmó que estaba enfermo, pero no quiso pronunciar la palabra cáncer. Recién la semana pasada nos escribimos por WhatsApp y me aseguró que estaba haciendo todo lo posible por recuperar su salud.
Hicimos planes para que asistiera a la presentación de mi nuevo libro La democracia desmantelada, que hemos programado para fines de noviembre en el marco de la feria del libro de la UCAB, una de sus grandes iniciativas por conectar a la universidad con la ciudad y en particular con el oeste de Caracas. Me quedó su promesa de que lo iba a leer.
Escribo poco después de saber de su muerte. Sabíamos de su enfermedad, pero no de lo grave de su condición.
Me vienen recuerdos diversos de los últimos años. Fue él quien bendijo mi matrimonio con Elsa, en 2008, en una ceremonia civil, pero totalmente consagrada por la Compañía de Jesús: seis amigos jesuitas estuvieron allí y José nos dio una bendición, corta pero sentida.
Vino luego su designación como rector de la Universidad Católica Andrés Bello. Como signo de las presiones a la que comenzó a verse sometido, por tan alto cargo, recuerdo claramente que casi que de inmediato empezó a padecer de la tensión alta. Aquello no le hizo revisar lo que eran sus hábitos, fumar y tomar café. En Gumilla, recuerdo, hacíamos chistes sobre las reuniones en su oficina, aquello parecía envuelto por la neblina digna de Londres.
José fue compañero de ruta en el proceso de despedirme de mi madre, una vez que supe que ella tenía cáncer y le quedaba poco tiempo de vida. A su manera, porque esa espiritualidad ignaciana la traducía en acciones, encontró la forma de darme un soporte económico extra para hacer frente a los gastos médicos y de atención que sobrepasaban la cobertura del seguro médico.
Cuando tomé la decisión personal de mudarme a Barquisimeto, y estaba en una encrucijada porque no quería separarme de la UCAB, me dijo una frase que tuve presente por muchos años: «Donde tú estés, Andrés, tú eres la universidad».
Por razones obvias, siendo yo profesor de la UCAB, me dirigí a él en todas las reuniones como rector. En las conversaciones privadas, que cada tanto sosteníamos, volvía a ser Joseíto.
Si había algo administrativo de la universidad, entre ambos, lo despachaba rápido con una pregunta: «¿Cómo estás viendo la vaina?». En ese instante, sabía yo que habíamos pasado a lo que le apasionaba, la vida política y democrática de Venezuela.
Francisco José Virtuoso nació el 17 de septiembre de 1959, en un tiempo febril cuando en Venezuela se recuperaba la democracia. Su preocupación central, como intelectual, académico y hombre de fe, fue justamente el país y su devenir político y social. Murió este 20 de octubre de 2022 y partió sin poder presenciar algo que tanto le desveló, la recuperación democrática de Venezuela.