El padre José Agustín Lazcano, Joseba, como le decíamos familiarmente, partió al encuentro con el Señor este 17 de abril, justo cuando los cristianos celebramos la alegría inconmensurable de la Resurrección de Jesús.
Qué buen signo este para un ser humano excepcional, sencillo, afable y siempre bondadoso. Entregar su espíritu en las manos del Dios de la vida desde la inspiración básica de todo jesuita: En todo amar y servir.
Murió lejos de su patria adoptiva, la Venezuela que tanto amó en su pastoral diaria como cura de barrio, en su dedicación denodada en la relectura del país a través de la revista SlC, en sus infinitas charlas sobre la ética, no como disciplina filosófica, sino como “el lugar desde donde uno se pone frente a la vida”, y finalmente, en su pasión por el Movimiento al que le dedicó casi la mitad de su vida: Fe y Alegría.
Joseba vibraba, se estremecía al hablar, descubrir y escribir sobre Vélaz, sobre los primeros laicos y religiosas que empujaron el surgimiento del Movimiento, y sobre todo de Abraham y Patricia.
De esta mujer y de este hombre del pueblo como él, Joseba se maravillaba cada vez que los ponía como ejemplos de vida virtuosa, de vida entregada, de familia, de gente humilde y sencilla, como la del Evangelio.
Fue el principal promotor de la causa de beatificación de los esposos Reyes García. Y no pudo tener mejor despedida que enterarse de la noticia de los primeros pasos aprobados por el Vaticano para seguir con el proceso que lleve a Patricia y a Abraham a los altares. Y de seguro ya Joseba retoza con ellos en el cielo, conversando amenamente como lo sabía hacer, sobre cómo ven a su Venezuela y a su Fe y Alegría que como expresaba, sigue siendo un Movimiento con espíritu, el mismo que tanto cultivó en miles de ciudadanos de acá y de Ecuador, de donde fue su director general.
Dios te tenga ya en su regazo.