Las agendas y los periodistas

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En el sentido más estricto, el periodismo sigue siendo esa vieja pasión de unos interesados en hacer que las cosas se sepan. Sobre todo, las de interés colectivo. Y es bueno que este concepto siga siendo la espina dorsal de una práctica que ha ido transformando los cómo, unas veces por la tecnología, y otras por intereses que se camuflan en las salas de redacción.

En todo caso, hay un interés superior por la noticia. Sigue siendo una locura desenfrenada ir detrás del tesoro de lo oculto, ir detrás de la pista que falta para revelar lo que los poderosos quieren que no se sepa. En este andar contra reloj están las agendas importantes, las que trascienden, las que no se convierten en periódico de ayer. En esta época de velocidades implacables cuesta ver las noticias, tocarlas y, sobre todo, creer que son importantes. Insistir en ellas muchas veces es impopular. Hasta pueden terminar costando el salario y frustraciones, pero al final, son las que valen la pena.

Hablar de periodismo en estos días y no fijarse en la vida del planeta es impropio de quien manifiesta la vocación del servicio. Pensar que el titular no es la biodiversidad y el agua y el extractivismo destructor es inconsistente con la aspiración superior de sobrevivir.

Hacer periodismo y no poner el ojo en las libertades colectivas, también es un pelón. No hablar de transparencia, de gobiernos abiertos, de corrupción y de corruptos es un problema grave porque, en último término, son los malos servidores públicos los que nos tiene así, jodidos.

Hacer la lista de lo relevante también es un peligro, porque lo que me importa como periodista, a veces, no es lo que las temidas audiencias quieren escuchar o ver. Por ejemplo, decir que hay unas dictaduras buenas y otras malas es un problema. Porque tan mala es la tiranía política cómo la esclavitud laboral, y, la segunda, a veces se disfraza de desarrollo y prosperidad.

Ser periodista es decidir por la consistencia. Ser, siempre honesto, siempre sensible y siempre buena persona, no hay matices. No somos relacionistas públicos, ni vendedores de rostros frescos y novedosos para una campaña política. Somos ciudadanos comunes y silvestres, sin privilegios ni dobles caras y sin agendas ocultas. Ser, ante todo, fieles a los hechos y a la aspiración de justicia. Ser periodista es estar claro que se aprende haciendo, pateando calle, cultivando fuentes y publicando lo distinto, lo que más nadie consiguió. Se hace periodismo siempre, en la redacción, en la clase, en la casa, de vacaciones.

Esta práctica diaria está llena de peligros y momentos de duda, como no. Porque los que hacen fechorías siempre intentan callarte, intimidarte, hacerte sentir que estás equivocado, que es ilegal contar los hechos o revelar las trampas. Por eso el periodismo se hace con otros, con pruebas, con la certeza de tener “los pelos del burro en la mano”. No hay de otra. Y es ahí, cuando sale la nota, cuando la gente lee y se da cuenta, justo en ese momento, es que se siente un fresquito y empieza la reportería de la siguiente entrega.

El periodismo es un camino sin retorno, quizás tomemos vacaciones, pero siempre se está en la jugada, no hay forma de andar por la calle y no preguntarse qué pasó, cuándo, dónde y quién lo hizo. Pensar en las circunstancias y el porqué de todo es una manía incurable. Se los aseguro. 

En esta época dura y de peligros constantes es importante informar y estar informado, quizás, sea el aporte colectivo para que las agendas sean comunes y los intereses sean compartidos. En las redes sociales, en la televisión, en la radio y en los pocos periódicos que quedan se puede contar la alternativa posible, con una narrativa que no meta miedo, ni juzgue a diestra y siniestra. Contar lo posible de forma clara y sencilla, para que todos y todas se sientan parte de ese camino. 

El día del periodista nos celebra y nos reclama presencia consciente. Ser parte de la noticia no está mal, siempre que la sujetualidad se sostenga en principios sólidos de honestidad, corresponsabilidad, libertad y respeto. Ser sujetos no es un delito ni una falta al código de ética. Puede resultar más productivo para el colectivo que las premisas comiencen a cambiar. Por el bien del periodismo y en honor a la verdad.