“Es una bendición ser una Madre Promotora de Paz”, así dijo la señora Elsy, de San Félix, estado Bolívar, una vez que la entrevistaron. Y es que este programa de Fe y Alegría, nacido en Ciudad Guayana, en el 2010, trae muchos beneficios para las madres que participan en su curso básico, y sobre todo, para las que quedan integradas en algún grupo.
Recuerdo su origen. En Fe y Alegría Guayana, se habían tenido varias víctimas producto de la violencia delincuencial. En solo 2 años, mataron a una estudiante de 15 años de un colegio de Ciudad Bolívar; una pequeña que estudiaba 5 grado quedó atrapada en una balacera en San Félix; un adolescente de 13 años fue asesinado por una banda en Puerto Ordaz; un chico de 17 lo mataron en un atraco; la madre de unos alumnos fue secuestrada y asesinada; y el esposo de una maestra lo mataron al robarle su carro. Dijimos que teníamos que hacer algo más por la convivencia pacífica en hogares, centros educativos y comunidades.
Mientras tanto, las tasas de violencia en el país crecían, y Venezuela se iba convirtiendo en un país muy violento.
Fe y Alegría decidió que había que trabajar de manera sistemática el tema de prevenir, reducir y erradicar diversos tipos de violencia. Ello suponía atender a estudiantes, maestros y familias. Propusimos entonces comenzar por las madres, pues a ellas todo el mundo le echa la culpa y nadie o casi nadie, les tiende la mano. Surgen pues los primeros ensayos del programa Madres Promotoras de Paz (MPP) en varias comunidades de Ciudad Guayana. Luego se convertiría en programa nacional.
Al principio sólo pensamos en un curso, para dar herramientas a las madres participantes. Este curso lo constituían 3 niveles: el personal, el del hogar y el de la comunidad. Después comenzamos a soñar con un movimiento de madres organizadas. No hemos dejado de soñar.
Con el primer nivel del curso las participantes, después de entender el fenómeno de la violencia, que es pluricausal y no natural –no se nace violento, se aprende a ser violento– pero que se puede prevenir, reducir y erradicar, como se ha demostrado en países en donde se han implementado políticas públicas para ello. En este nivel se trabaja la paz personal: descubrir y sanar heridas de la infancia, descubrir la historia dolorosa y también la bondadosa, y trabajar el perdonarse, pedir perdón y perdonar. Las participantes salen felices, sanadas, con autoestima elevada. No son charlas, son ejercicios personales.
En el segundo nivel, se trabaja el hogar: cómo comprender mejor a la familia, algunas habilidades sociales como saber escuchar. Las causas de la violencia en la casa. En ese nivel nos volvemos “comadres”, porque los hijos de ellas, son ahijados de los educadores. La familia y la escuela deben jugar del mismo lado de la cancha. Son aliados, no enemigos.
En el tercer nivel, se hace un diagnóstico de la comunidad, las amenazas y las oportunidades, con quiénes se pueden aliar para promover la convivencia pacífica; también se ven los derechos que tienen los niños, niñas y adolescentes en relación a la vida en paz y posibilidades de acción para conseguir esa paz. Se ven propuestas de participación para promover la convivencia pacífica.
Al final, sucede una “graduación” y cada participante dice por qué se puede graduar, qué fue lo más relevante de lo que aprendió. Recuerdo que una señora dijo que ella se podía graduar porque su esposo le había dicho que desde que estaba en ese curso se llevaban mejor y que entrara en todos los cursos de la escuela. Nos reímos y la graduamos.
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