María Egeas, nativa de Santander Colombia, llegó a Venezuela hace 45 años. En aquel momento el conflicto armado en su país de origen la obligó a dejarlo. Atrás quedó el hogar y las tierras de su familia, donde ya no soportaban seguir durmiendo con el ruido de los fusiles.
En entrevista con Radio Fe y Alegría Noticias, contó que con resiliencia logró superar los primeros años en Venezuela, por las limitaciones de documentación, relatando que vivió momentos difíciles por la persecución hacia los ciudadanos colombianos no regularizados.
Según ella, en las décadas de los años 80 y 90, los organismos policiales maltrataban y perseguían a los extranjeros para deportarlos, un hecho que cambió luego de 1998, con la llegada al poder del expresidente Hugo Chávez, quien aseguró y prometió respetarles sus derechos, además de regularizarlos.
Al llegar a Venezuela su hermano le entregó una pala para que empezará trabajar sacando arena del río, con ese trabajo se dio a conocer en la comunidad y ganó reconocimiento por ser una de las pocas mujeres dedicadas a ese oficio.
De esta forma, trabajó sacando arena del río, fue cocinera en restaurantes, vendedora de chorizas, pasteles y petos. Todo lo hizo para salir adelante con dos hijos.
Los pobladores de Guasdualito se convirtieron en su familia
María ahora es una persona reconocida por la comunidad. Venció el cáncer, la operaron de una rodilla y presenta limitaciones en sus piernas, pero durante muchos años su sazón particular le abrió la puerta de muchos hogares y restaurantes, que la contrataban para deleitar a sus comensales.
Un día decidió independizarse, mandó a construir un triciclo y comenzó con la venta del famoso peto, una bebida tradicional colombiana hecha a base de maíz.
“Los primeros días la gente en la calle se reía de mi cuando gritaba ‘¡el peto, el peto!’. Los llaneros me preguntaban qué cosa es esa. Después vendía 400 vasos de peto. Salía a las 6:00 de la mañana y a las 12:00 del medio día ya yo había vendido mi termo de peto, porque las personas me esperaban”, resaltó, quien afirmó que aún tiene fuerzas en sus manos para seguir preparando sus petos.
Y así como se ganó el cariño de los llaneros, ella misma resaltó la hospitalidad del llanero. Por ello, insistió en que no se va de Guasdualito porque hizo su vida en la región. Actualmente duerme tranquila, sin ruidos de fusiles y, gracias a la solidaridad de las personas, tiene acceso medicinas y alimentación. Por esta y otras razones, siempre va estar agradecida con los pobladores de la zona.
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