Mujeres y niños de la comunidad de Maichemána reciclan basura para sobrevivir

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Basura: bolsas, sacos, cables, hierro y cajas que lanza los dueños de las carnicerías, panaderías, puestos de verdura y vecinos de los sectores cercanos a la comunidad de Maichemána, en la parroquia Guajira ocasionan daños en la salud de las 450 familias que viven en situación de pobreza.

Las sabanas de este sector del estado Zulia se convirtieron en un vertedero. Además, se empoza el agua putrefacta alrededor de las casitas construidas con tablas y láminas de zinc.

Vecinos del sector aseguran que desde el 2012 los camiones de basura pertenecientes a la alcaldía de Guajira y otras instituciones públicas llegan a botar los desechos en la sabana perteneciente a la comunidad.

Los desechos del hospital van a parar a la comunidad Maichemána sin ningún tipo de control sanitario. Denuncian los pobladores.

La comunidad sobrevive reciclando basura

Zuleida Paz, líder y vocera de la comunidad, dijo que “estamos mal por el servicio eléctrico. Gran parte de la comunidad están sin luz, ya que los constantes apagones terminaron de dañar un transformador. Nos queda uno y ya está por dañarse”.

Sin embargo, Paz ha hecho reclamos a los entes municipales para que busquen otro lugar donde puedan botar la basura, ya que esto pone en riesgo la salud de las familias en el sector. “El olor es insoportable y hay niños que se meten en el vertedero sin importar a contraer bacterias”, dijo a Radio Fe y Alegría Noticias.

También destacó que la vialidad es otro de los problemas que aqueja a los residentes del sector. «Cada vez que llueve nos quedamos incomunicados. Esto se llena de barro y nos quedamos sin agua porque no pasan los camiones cisterna», agregó.

La situación es cada vez más difícil. “Todas las mañanas los niños esperan a los camiones de la basura y entre plástico y chatarra recolectan para luego vender en el mercado y así ganarse mínimo dos mil pesos colombianos”. Sus manitas son hábiles para recoger trozos de cables que dejan en los picaderos de carros, que también han sido una alternativa para ganarse unos pesitos y poder llevar la comida a sus casas, contó la vocera

«No me queda más que recoger plástico en el basurero. No tengo trabajo»

Por su parte, María Iguarán relató con tristeza su situación: «a mí no me queda más que recoger plástico en el basurero, no tengo trabajo. Entiendo que la basura nos puede causar daño a nuestra salud, pero si no me arriesgo mis hijos no comen. Tengo tres niños, como madre y padre yo tengo que hacerlo para llevar la comida. No es mucho lo que saco por vender plástico y chatarra, aunque acumulo, solo puedo comprar medio de harina».

«Vivimos en el olvido, aquí no hay fuente de trabajo. La principal problemática que nos aqueja es la acumulación de los desechos sólidoa que se ha vuelto un peligro para nosotros», señaló con molestia Astrid González.

¿Quién bota la basura?

La mujer contó que esta basura viene de los hospitales y de los mercados del municipio. Entre los desechos se pueden ver guantes, algodón y jeringas.

Aseguró que la mayor parte de sus habitantes viven en pobreza. «Las autoridades municipales solo se acuerdan cuando hay elecciones, de resto cada quién debe salir a buscar el sustento diario. Desde hace meses no compramos la bolsa Mercal, nos toca ver a nuestros niños comer de la basura. Esto es inhumano, están jugando con el hambre que golpeas el estómago de la familia en esta comunidad”.

José palmar, un joven que pastorea su rebaño en la sabana, relató que sus animales también han sido afectados por los desechos sólidos. Muchas veces los animales se meten a comer papel o cartón y terminan muertos.

La basura inundó la comunidad.

Escuela en el abandono

La unidad educativa nacional Ana Cira González quedó desvalijada y abandonada luego de que se interrumpieran las actividades escolares por la pandemia. Los 250 estudiantes que había, se fueron. El colegio terminó de cerrar.

El hambre y la falta de empleo son dos factores que obligan a las familias de esta comunidad subsistir reciclando basura en medio de la pandemia. Por dos kilos de chatarra los niños logran ganarse mil quinientos pesos, que no alcanzan para comprar medio kilo de harina. Es una lucha constante por conseguir suficiente dinero para solo cubrir la comida diaria.