Don Pedro anda como loco. Unos le dicen una cosa. Otros le dicen otra vaina. Todo comenzó aquel domingo cuando escuchó al presidente informar en el programa de José Vicente que le pagaría su tercer mes de aguinaldo como pensionado en Petros. Desde ese día, cual Koyak o Columbo sus series televisivas favoritas de los 70 y 80, comenzó a investigar.
No se le salvó un vecino, un familiar lejano y cercano, un amigo con los que echaba broma en su taguara el «Último tiro» en la avenida el Milagro, a sus hijas e inclusive a su hijo que se fue a principio de año a Barranquilla. A todos los «cosía» a preguntas sobre aquel bendito petro. Supo que era una cosa que definen como criptomoneda. Que no se toca. Que no puede guardar en su vieja cartera marrón, al lado del escapulario que le regaló su mamá cuando era un chamo. Que su valor depende del precio del petróleo.
Cuando por fin se enteró la semana pasada que le depositaron el medio petro se puso contento. Ese día un vecino le informó que el «mollejo ese» superaba los dos millones y medio de soberanos por lo que calculó en su mente, sin necesidad de lápiz ni papel, que su dinero rondaba por el orden del millón 300 mil. Ahí comenzó el calvario porque él pensaba que, como todos los meses, iría al banco a retirar el «tuchito» que le permiten en efectivo y el resto lo utilizaría con su tarjeta de débito.
Se emocionó tanto porque por fin iba a aportar a sus hijas un poquito más para los gastos del mes, sobre todo para la «cenita» de navidad. Cuando escuchó todos los pasos que necesitaba hacer para convertir los petros en soberanos se molestó pero al final se calmó al escuchar a su hija menor, con la que convive: «Papi calmáte, dejáme meterme en la computadora y resolvemos». Al día siguiente sus dos hijas le prepararon café y se sentaron con él en el patio, debajo de la mata de mango. Yesenia le tomó la mano. Yisibeth tomó aire y le contó a su papá que no pudieron pasar los petros a bolívares porque eso era una subasta pública y nadie había ofertado.
Don Pedro no entendía. Le pasó por la mente cualquier cantidad de groserías de las que había escuchado, aprendido y dicho en sus recién cumplidos 80 años, sintió mucha arrechera pero no pronunció una sola palabra. Cada vez que se llevaba la taza a su boca sus hijas escuchaban el sorbo clarito. Se le «aguaraparon» los ojos pero al mismo tiempo con ímpetu se levantó de la silla: “¿Ajá y qué vamos a hacer?”. Ese fue el turno de Yesenia. Ella le contó que podían ir al centro porque Traki recibía los petros, al igual que otros locales comerciales.
Terminaron de conversar y se pusieron de acuerdo para ir el mismísimo 24 de diciembre al centro a canjear sus petros por «cualquier vaina», como exclamó Don Pedro cuando caminó serena y tranquilamente al cuarto a descansar. Yesenia y Yisibeth cruzaron sus miradas. Su papá no se alteró como acostumbraba con semejante noticia pero ellas saben muy bien que la «procesión va por dentro»