El Padre Luis Ugalde, destacado jesuita venezolano, rector por veinte años de la UCAB y especializado en Estudios Políticos, conversó con Encuentro Humanista sobre la delicada coyuntura en que se encuentra Venezuela. El énfasis estuvo en temas relacionados con la transición y la necesaria reconstrucción que debe emprenderse en Venezuela. No rehusó ningún tema, ni siquiera los relacionados con la Iglesia Católica y el rol que debe asumir y mantener durante el proceso.
La reconocida periodista venezolana Macky Arenas se encargó de conducir el diálogo
_ La transición requiere conversión personal, nacer de nuevo.
_ Cuanto menos fuerza dediques a perseguir, más fuerza tienes para construir.
_ Lo peor que puede pasar es la resignación porque es servir en bandeja la continuidad.
_ la Iglesia debe levantar los ánimos, presentar un horizonte, mover los resortes espirituales. No es opcional: si no se hace usted no sigue el Evangelio.
– La frase más escuchada últimamente es la salida “pacífica y electoral”. En realidad, eso lo hemos venido escuchando desde hace dos décadas. ¿Usted cree que esa salida puede darse sin efectivas presiones internacionales y sin el pueblo en la calle pidiéndola con toda la fuerza de su poder soberano?
-En teoría. Pero creo que el pueblo no va a ir a la calle y la presión internacional no irá muy lejos, el factor principal para la transición es el militar. Es fundamental. Ellos tienen hijos y deben estar preguntándose cuál es el futuro que quieren para ellos. Pero la otra realidad es que ellos no llegan solos a esa conclusión. También miran afuera, lo qué dicen otros países con respecto a ese futuro. Y saben que quienes quisieran invertir en Venezuela no lo harán con este gobierno. El militar no vive en la luna. Conoce el profundo malestar que hay en Venezuela y que abarca el 80% de la población. No hace falta ir a la calle para ver el profundo descontento. Es verdad que esos factores hacen falta, sobre todo que la comunidad internacional diga “hasta aquí llegamos”. No creo que estos factores se den y coincidan de esa manera en este momento. No se saldrá a la calle de la manera como lo vimos hace años. Pero llega un momento en que nada funciona.
– Es lo que ocurre ahora en Cuba…
-Claro. Lo dijiste al comienzo. ¿Internacionalmente a quién tenemos?. China ya parece haber llegado al llegadero con Venezuela. No ven ganancias, no devuelven las inversiones porque no tienen cómo hacerlo. Europa no llamará a tumbar al gobierno pero ya ha dicho que las elecciones deben ser limpias, que no se puede inhabilitar de la manera como se ha hecho. Todos harán lo mismo, salvo Rusia y otros satélites. Ahora se las dan de fuertes desmereciendo todo lo que viene de afuera. Pero sí les importa porque no tienen un centavo. Las inversiones no llegan. Puede ser que vengan 30 millones pero 300 mil no vienen si no hay garantías. Está muy claro que el capital no se prodiga así como así. Lo que quieren es una política abierta con las garantías necesarias.
–Ud siempre ha mencionado un Gran Acuerdo de Salvación Nacional. ¿Cómo se convierte eso en factible e indetenible?
-Cuando alguien comienza en política lo hace dentro de un grupo o partido. Los horizontes son los de esa comunidad. Pero cuando ya se tiene la posibilidad de acceder al poder, tienes que empezar a cocinar para el país. Le puede a usted gustar mucho un plato, pero llega un momento en que debe preparar uno que guste a todos, a Venezuela entera. Ese es el salto fundamental que hay que dar. Hay partidos con mucha tradición pero ya vemos cómo están pues, de alguna manera, deben nacer de nuevo.
–En este punto, ¿usted percibe liderazgos políticos renovados, centrados en ese único y difícil reto que es el cambio democrático; o aún siente que falta para dar el paso del yo al nosotros?
-Creo que falta. Pero hay cosas que se dan aceleradamente cuando viene la coyuntura. Previamente no se dan. Pasó en España, en Chile. Estando en el exilio no se les podía hablar de tolerancia. “¿Tolerar yo, que estoy exiliado?” Pero hay momentos de la historia donde se produce una condensación que permite lo que antes no era posible. Creo que en Venezuela esas cualidades existen pero hay que insistir en que se comprenda la dimensión del liderazgo. Ya no eres de un grupo o partido, tu misión es nacional, por tanto debes abrirte a todos. Eres de la transición, lo que implica que tienes que ser capaz de convertir algo que no sirve para nada en otra cosa. Puedes predicar que vas a barrer con lo que sea pero, cuando te ubicas en perspectiva de que hay que empujar juntos la cosa cambia. También hay que tener claro por qué pasó esto, cómo hemos llegado hasta aquí. Qué pasó en los 90 que no lo hicimos bien y perdimos el apoyo de la gente. Son preguntas esenciales y la coyuntura en la que estamos entrando acelerará las respuestas.
–Hace ratico tocó de refilón el tema internacional. Ya sabemos que la solución no viene de fuera. No obstante, ¿cree usted que la solidaridad internacional ha comprendido lo que pasa en este país y se presenta mejor encaminada que cuando se manifestó armando aquel grupo de 60 países que respaldó a Guaidó y desconoció a Maduro?
-Más bien pareciera que Europa está en otra cosa. Las guerras en desarrollo ocupan su atención. De cara a ellos no tenemos una imagen de seriedad política. Ellos parecen estar diciendo: “Bueno, únanse y luego volvemos a hablar”. Igual Estados Unidos. Por eso insisto, tiene que llegar un punto de condensación donde efectivamente se manifieste una alternativa válida, asumida por todos. El régimen puede replicar lo que quiera y en la forma que quiera a los factores internacionales, pero eso es de palabra. En la realidad, saben que por allí no es el camino pues afuera ya no se les cree. Y tampoco cuentan con apoyos significativos. De nuevo, ¿quién va a invertir aquí? Y el tema económico es clave. Los temas ideológicos, ya ni el propio presidente los menciona. Ya ni dice que estamos en socialismo.
–En el mundo democrático hay quienes piensan que es posible derrotar al gobierno en cualquier circunstancia, incluyendo las que plantea un cuadro ventajista. Son los partidarios del voto en las condiciones que sea, que la gente se exprese. Pero otros sostienen que la solución no es electoral o no es sólo electoral. Creen que eso es un instrumento, un camino que se debe transitar pero que se impondrá una confrontación final que liquide todo lo malo del presente, como escribió Oswaldo Álvarez Paz en uno de sus más recientes artículos de prensa. ¿Cómo lo ve usted?
-Es obvio. Después que cayó Pérez Jiménez -que tomó un avión y se fue- no podían dedicar toda la energía a sacar las raíces del perezjimenismo. Eso se irá consumando por la fuerza de las circunstancias. Unos se irán y otros se adaptarán a las nuevas realidades. Y cuanto menos fuerza dediques a perseguir, más fuerza tienes para construir. Las dudas serias que se me presentan es cuánta fuerza real tenemos para construir.
–Aquí es donde cambiamos de tercio. Usted ha hablado de transición. Vamos a hablar de reconstrucción. ¿Qué factores tendrían que confluir para que se consumara una reconstrucción de Venezuela?
-Cualquiera que llegue al poder se va a espantar al encontrar que la casa está destruida, que no hay un centavo en el banco y que tiene que decidir por dónde empezar. Es allí donde se plantea pasar del yo al nosotros. Eso significa un espíritu de grandeza y de comprensión de que el liderazgo es para Venezuela, no para un grupo. Que, aunque hayas ganado, no puedes solo. Pero no basta. La misma necesidad te obliga ir del yo al nosotros pues quien creía que tenía todo el poder, resulta que se ve en la indigencia total.
–Como la canción aquella, “dueño de nada”…
-Exacto, dueño de nada, por muchos votos que hayas sacado. La prioridad es reordenar, reorganizar. Llegan las mil millonarias deudas, siguen las demandas insatisfechas del país. Eso coloca al liderazgo, no importa la popularidad y el respaldo que tenga, en debilidad. Ya hay que dejar atrás las facturas personales y políticas y llamar a todo el que tenga algo que aportar. Se llama crear un clima distinto. Eso fue lo que conocemos como “el espíritu del 23 de enero”. AD y Copei no se hablaban. El trienio adeco en Venezuela fue muy fuerte. Unos eran tildados de anticlericales y comunistas disfrazados; y los otros “cureros, reaccionarios y franquistas”. Pero dejaron de condenarse mutuamente y terminaron en el Pacto de Puntofijo. Y no sólo eso, terminaron generando una fidelidad mutua entre Rómulo Betancourt y Rafael Caldera que sostuvo la democracia en tiempos muy difíciles de transición y reconstrucción del país. Si comparas eso con el ambiente que había durante el trienio, es otra cosa completamente distinta, lo que yo llamo nacer de nuevo. Porque la transición requiere conversión personal. Es una palabra que a veces pensamos que es sólo para el terreno religioso pero no. La conversión personal es fundamental.
Contaré una anécdota personal. En ese entretiempo que media del triunfo a la proclamación, habiendo ganado Chávez, me invitaron a Miraflores al cumpleaños de Asdrúbal Aguiar. Era profesor de la UCAB. Yo no solía ir a Palacio, no me gustaba pero, tratándose del gobierno saliente pensé que pocos irían, así que resolví acudir. Me sentaron al lado de Caldera y hablamos de los tiempos del colegio San Ignacio, de la fundación de Copei y otros temas. De pronto me dice: “Mire, ése para mí ha sido una revelación”. Pensé que hablaba de Aguiar pero me dijo que se refería a Teodoro Petkoff. Teodoro siempre hablaba bien de Caldera y sus virtudes. En otras palabras, se redescubrieron después de aquella etapa de izquierdismo, guerrilla y violencia. Ya Caldera no era el reaccionario al que había que combatir y Teodoro no era el violento al que reprimir. Se redescubrieron en el trabajo por un gobierno donde estaban ambos comprometidos. Teodoro elogió el papel de Caldera en la transición y Caldera descubrió que Teodoro no era un tirapiedras sino un tipo muy capaz que hizo un buen papel al ayudar a reflotar un gobierno que naufragaba.
–¿Cuál piensa usted que será el papel de la Iglesia en estos tiempos? Parecen, tanto laicos institucionales como autoridades eclesiásticas, algo adormecidos. Y no me refiero al trabajo humanitario que siempre ha sido eficiente y comprometido. Pero se percibe la falta de orientación y acompañamiento cuando hasta hace años la voz de los obispos era un constante ejercicio pastoral de guía y conducción espiritual con eco en la sociedad. ¿Qué será lo que ocurre?
-Efectivamente, es este tipo de regímenes, se enfrenta un gran peligro en momentos como el que vivimos. Se trata de la resignación. La gente no ve salida y opta por sobrevivir, por mantener un bajo perfil. Esa es la tentación. Se ve en los empresarios, por ejemplo. No buscar pleitos sino entenderse y correr la arruga. Hay un poco ese clima, también en la Iglesia. Lo peor que puede pasar es la resignación porque es servir en bandeja la continuidad. Toda institución pasa en este momento por esa tensión. Otro elemento es que en la Iglesia también influyen mucho las personalidades y en el episcopado hemos tenido gente que se formó en una situación de combatientes. Obispos como monseñor Ovidio Pérez Morales quien fue militante político antes de hacerse sacerdote. Estos se formaron para enfrentar coyunturas como la actual y son obispos muy convencidos del aporte público, no partidista pero sí público, que debe hacer la Iglesia. Y en estos momentos, entra gente nueva, distinta, muy valiosa, inteligente pero que probablemente viene de experiencias diferentes pues pertenecen a otra generación.
–Vienen, como generaciones en este país, de la placidez democrática…
-Sí, entonces se plantean que los políticos hagan su trabajo y ellos el suyo. Creo que algo de eso puede estar pasando. Por ello es bueno que los cristianos, como tú y yo, y tantos, alerten que en este momento el país necesita más que nunca de la Iglesia, de su voz, de la voz de los pastores. Y en la reconstrucción será más necesario todavía. Hay que mover a las parroquias, a las comunidades, hablarles y acompañarlos. Hay que inducir un nuevo espíritu creativo y un nuevo espíritu de perdón y reconciliación nacional. Eso no llueve del cielo. La palabra reconciliación, si no es de la Iglesia no es de nadie.
–Y qué decir de la palabra esperanza, que es difícil vender si desde la Iglesia hay resignación. ¿Cómo se contribuye a generar y mantener la esperanza si la Iglesia se contamina de acomodamiento y conformismo?
-Eso que dices es fundamental: esperanza. Nos encontramos en una tentación muy grave de desesperanza. La manera de salir de ello y donde la Iglesia puede aportar es en la medida en que hace aquello que hemos aprendido. Tiene que ser voz de los que no tienen voz. En Venezuela hoy, si bien la situación de la Iglesia es estable porque no ha sufrido lo que otros, es obligación pensar en los millones que la están pasando muy mal. En los millones que no tienen empleo, en los que, teniendo empleo, no ganan ni $30 al mes. Esa es la inmensa mayoría del país. A nadie le gusta meterse en pleitos, pero no es cuestión de gusto. Usted -Iglesia-, si no hace suyas esas tragedias, usted no sigue el Evangelio. Tan sencillo como eso. No es algo optativo. Es verdad, siempre hay la muy humana tentación de pensar “no se meten demasiado con nosotros, y como estos van a durar, mientras tanto hay que subsistir”. El tema no es si usted sobrevive. El tema es si sobreviven esos millones y millones de venezolanos, si tienen esperanza y si usted tiene la responsabilidad de volver a despertar la esperanza en ellos. Y en la esperanza está la fuerza. Si usted no cree que esto puede cambiar, no aporta nada y se conforma. Cada católico puede y debe, de manera constructiva, aportar lo que deba, tanto la jerarquía como el laicado. Y si se percibe que no se está haciendo, reclamar que no se haga silencio, que no se callen ante lo que ocurre. Que, ¡ojo!, no es lo mismo que ser tirapiedras. Se trata de levantar los ánimos, que presenten un horizonte, que muevan los resortes espirituales.
–El Papa Juan Pablo II, en una de sus visitas a México dijo: “Allá, donde sea que se violenten los derechos humanos, eso es un asunto de la Iglesia”. Así de claro. Y usted ve, por todo el continente, a los obispos, de manera constante y desde una perspectiva humanista y eclesial, hablando fuerte, terciando o tomando la delantera en todos esos temas que afectan a la gente…
-Ciertamente, desde el Concilio Vaticano II y la Asamblea de obispos de Medellín en el año 68, la Iglesia, en todos los países de América Latina, ha sido portavoz de los pobres, oprimidos y perseguidos. Con lo cual, lleva gran esperanza a los pueblos. Aquí en Venezuela igual, por lo que resulta lógico que ahora la gente diga “oiga, si tiene más aporte más”. Y es que, si estamos en el desierto y nadie tiene agua, mientras la Iglesia tiene cantimploras llenas, pues saque y brinde, ¿no? El desierto es la desesperanza y el agua es la esperanza que lleva la Iglesia.-
Por Macky Arenas/periodista
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