Ser mujer y migrante en Perú: cuando la migración viene acompañada de depresión y violencia

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Mujer migrante venezolana en Perú
Las mujeres venezolanas se ven afectadas emotivamente por la migración y su vivencia diaria/Cortesía

Seis mujeres venezolanas nos cuentan lo difícil que es vivir en un país donde no se sienten seguras ni protegidas, donde el acoso y la xenofobia les asedian constantemente.

Sale a las 7:45 de la mañana con su carrito en mano y comienza a recorrer las calles de Villa El Salvador, donde vive desde que llegó a Perú. Por lo general, vende café, empanadas, pastelitos y chocolates. A esa hora comienza su travesía cotidiana, donde además de vender sus productos, vive a diario el acoso callejero

“Una vez estaba parada, vendiendo a unos señores, y uno de ellos me quiso dar una nalgada porque había una mosca en mi glúteo. Yo reaccioné y le dije: ¿qué le pasa?, a mí no me tiene por qué tocar, y él me dijo; no te molestes, yo sólo quería ayudarte. Y así cómo él, muchos, muchos se acercan y quieren tocarte, rozarte, y es muy incómodo.” Así se expresó Paola Dacosta, quien lleva casi 4 años en Perú.

Acoso callejero y violencia basada en género.

Paola dice que desde que llegó ha vivido tanto xenofobia como el acoso de los hombres, por ser venezolana. Describe su experiencia como algo bastante incómodo porque le pasa todos los días, a ella y a sus otras amigas (venezolanas), que también trabajan vendiendo sus productos en la calle.

Esta mujer vive perturbada y en estado de alerta, y dice que le cuesta olvidar las palabras y los rostros de los hombres cuando le acosan. Ella aprendió a estar a la defensiva ante esta situación: “…y cuando me defiendo, me dicen que los venezolanos somos muy groseros, que yo tengo que aprender a ser más amable con ellos. Y para ellos amabilidad significa que yo me deje tocar, que me deje hacer lo que ellos en ese momento se les ocurra, y no es así”. Destaca Paola.

Además del asedio recurrente de los hombres, ha vivido el desprecio de algunas personas que le han querido golpear por el sólo hecho de ser venezolana: “…pasando por un negocio una señora me saco a escobazos y me dijo, no venezolanos acá no. Eso fue hace dos años. Me agredieron así, sin más…Eso me destrozaba muchísimo”. Expresa cuando narra la experiencia, añadiendo que le pasó en 5 oportunidades.

Paola no es la única en su familia que ha sufrido agresiones por ser venezolana. Su hija, que ahora tiene 10 años, pasó por una situación similar en la escuela.

Algunos de sus compañeros de estudios, específicamente niños, abordaron a la niña y  le insultaban usando frases como “eres veneca”,” las venecas nunca se bañan”, entre otras. Esto ocurrió en el 2019, cuando estaban recién llegados al país y se repitió unas 8 veces, según describe Paola. A pesar del aviso que su hija le daba a la maestra, no se hacían los correctivos en la institución.

La solución a esa situación llegó de manos de la propia niña; quien se cansó del hecho y un día golpeó a uno de los niños que le asediaba constantemente. En ese momento,  fue cuando la maestra se encargó del caso. “Entonces si me llamaron y yo aproveché de exigirle a la maestra que garantizara el respeto para mi hija”. Explica esta madre, que añade que ocurrido este evento, nunca más pasó algo similar en la escuela de su hija.

Por ese hecho y por lo que vive en la calle todos los días, Paola ha optado por llevarse a su hija con ella cuando sale a trabajar, para así poderle cuidar.

A esta mujer le da miedo dejar a su hija sola en su casa, teme que algo pueda pasarle y esa es su manera de cuidarla. Pero esa decisión, también le trae alerta  porque  la niña tampoco escapa a las miradas y frases de los hombres en la calle. “Aún siendo una niña, hay muchos hombres que la miran, como miran a una mujer mayor, cómo me miran a mí y a  las otras, y eso me causa mucha incomodidad y alerta”. Expresa al respecto.

Ese estado de alerta, es compartido por otra madre que también  ha pasado por xenofobia y acoso. Esa mujer es Natalia (*), quien tiene 37 años de edad y de esos, lleva 5 años viviendo en Perú.

Ella es una profesional del diseño gráfico, era profesora del  Colegio Universitario Monseñor de Talavera (CUMT) en Caracas. Además,  tenía un proyecto personal de elaboración y venta de bisutería y joyas de plata, en un centro comercial en la capital venezolana.

Natalia cuenta que antes de migrar a Perú, vino varias veces de visita. Según su visión, son dos realidades completamente diferentes, porque de turista, recibió un trato muy distinto al que ahora recibe. “No había una xenofobia, al menos no tan marcada, habían incluso ofertas de empleo. Pero cuando migré años después,  pasó todo lo contrario”. Esas son sus palabras cuando cuenta su experiencia.

Esta mujer buscó trabajo en varios institutos de educación privada en el País y fue rechazada. Explica que pasó las entrevistas y evaluación para ocupar los cargos, pero no le empleaban. “Me dijeron que no había vacante, en otro; que no aceptaban venezolanos porque la cultura era diferente y eso podría llegar a los alumnos, que por el dejo (acento) no me iban a entender”, puntualizó.  

Natalia destaca además que le negaron un empleo por ser mujer y porque tener una hija, hecho que no le había pasado en ningún otro país, sólo aquí, haciendo alusión a los meses que vivió en Colombia, donde eso nunca lo vio. Esta situación le generó indignación y frustración.

Ante las negativas y las necesidades por cubrir, Natalia optó por retomar el proyecto personal que tenía en Caracas y decidió emprender con la bisutería, porque para eso, sólo necesitaba pagar el stand para vender en ferias, cuando llegaban celebraciones por fechas especiales del país.

Lamentablemente, tampoco fue lo suficientemente favorable y hoy depende del ingreso de su esposo para cubrir sus necesidades. Ese ingreso es poco y pasan por muchas situaciones, como por ejemplo, el hecho de que tiene que hacerse una cirugía urgente de vesícula, y no cuenta los recursos para ello.

La discriminación que vivió, la experimentó también su hija en la escuela cuando apenas estaba en el nivel de educación inicial. Una de las compañeras de estudio de su hija la discriminó por ser venezolana, según cuenta, la niña le dijo que ella y sus padres “no deberían estar acá porque eran extranjeros y debían irse”. Natalia enfatiza que de inmediato pidió una cita con la maestra. 

Para fortuna de esta madre y su hija, la maestra se encargó del tema, garantizando que no volvería a pasar y aclarando que no eran políticas del colegio, el rechazo a los extranjeros. Hasta allí llegó todo.

Natalia tampoco escapa a la VBG. Un día común y corriente para ella fue por frutas al mercado de Chorrillos, y allí un hombre le tocó el trasero.

Ella se levantó de inmediato y le reclamó el abuso a la persona, y la respuesta del hombre y la actitud de quienes se encontraban alrededor le indignaron mucho. Comentó textualmente: “el hombre lo que me dijo fue, que yo tenía una ropa provocadora, que no saliera así. Y lo que tenía era un mono deportivo y una franela manga corta. La gente se burlaba de mí, gritaba, yo me sentí muy molesta, luego muy indignada… cómo es que uno sólo está haciendo unas compras y viene un ser humano a tocarte y tú tienes que pasar por ese momento tan humillante”.

Esta mujer recuerda que entre los gritos de la gente, había frases como “qué quieres extranjera, si no te gusta vete a tu país”, “dile a tu marido que venga a hacer las compras”. Palabras que le dolían y molestaban. También le parecía increíble el hecho de que entre la gente que gritaba esas cosas, se encontraran mujeres.

Las mujeres venezolanas constantemente son protagonistas de acoso y VBG en las calles de Lima,  no tiene discriminación la edad ni lugar de residencia.  “Comenzó cuando tenía 10 años de edad, era apenas una niña, recuerdo que estaba caminando con mi mamá y  usaba un moño en la cabeza y estaba vestida normal, como una niña de 10 años,  y pasa un señor y se acerca a mi mamá y le dice: hola suegra, y mi mamá se queda en shock, y no entendí nada, le pregunté a ella qué pasó y me explicó lo que le había dicho el señor, y ese momento me marcó”. Esas fueron las palabras de Ana Sofía Lobo.

Sofía (como le llaman) vive en Miraflores. Llegó al país cuando tenía 5 años de edad, ahora tiene 18. Actualmente goza del título de “Miss Teen Perú Supra Grand International”, para ella el acoso comenzó mucho antes de obtener este título, cuando era apenas una niña. Esta joven dice que desde ese momento le pasa siempre lo mismo, en sus palabras textuales, “todos los días y a cada rato”.

Esta reina de belleza comenta que siempre se viste con ropa holgada; aun así, siempre le acosan. “Cuando pasas te ven mucho, te desvisten con la mirada y te dicen: hola mamacita, que rica que estás”. Sofía puntualiza que esas son algunas de las palabras que recibe en las calles y que le generan asco. Afirma que  les grita para hacerse respetar,  pero no puede evitar sentirse mal e insegura cuando eso pasa.

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Ana Sofía Lobo/Miss Teen Perú Supra Grand International/Foto:

Lo que le molesta ante el tema es la complicidad de la sociedad peruana en hechos como estos. “En la calle, las personas, incluso mujeres, dicen cosas como que, es porque llevas un falda y así lo pides, si llevas un top, lo estás pidiendo, Esos son los comentarios en la calle cuando pasa”. Detalla indignada al respecto.

Sofía  afirma también que le da miedo salir sola y por eso, la mayor parte del tiempo anda acompañada. Asimismo, si le toca salir sola; va en taxi y siempre está compartiendo su ubicación con sus familiares y amigos. ”Tengo miedo a que me hagan cualquier cosa, que me violen, que pase algo así en la que pueda salir lastimada”, manifestó con preocupación.

Esta chica venezolana considera que se debería educar a los hombres en el respeto a las mujeres.  “Este es uno de los países donde más insegura me he sentido, con respecto a ser mujer”.  Expresó esta joven, cuando comenta que  ha visitado a sus tías en Europa y allá, nunca se sintió como se siente acá, porque nunca le pasaron cosas como las que le pasan en las calles de Lima.

Otra mujer que cayó en estado de alerta y “paranoia”, como ella lo describe ella misa, es Arany Carvajal. El año pasado alquiló un mini departamento en el distrito de Pueblo Libre, era algo temporal  mientras esperaba para mudarse en conjunto con unos amigos.

El señor que le alquilaba el espacio, tenía más de 60 años de edad. El mini departamento donde vivía era un anexo a la casa de ese señor, y la puerta de su cocina daba a la sala de la casa del hombre. Su arrendador no le permitía visitas de hombres, sólo de mujeres, y gracias a la visita de una amiga, descubrió que él le espiaba y escuchaba todas sus conversaciones. Todo eso le generó incomodidad.

Ante la incomodidad que le generaba tener cerca a su arrendador, Arany comenzó a quedarse de vez en casa de una amiga y cuando esto ocurría, el señor le llamaba preguntándole cuándo volvía a casa.

“Me puse paranoica, porque él siempre quería estar cerca, siempre quería sacarme información, me daba pánico de verlo allí”. Describe la licenciada en dirección musical, que hoy día está en un lugar más seguro.

Mencionar su profesión es importante, porque Arany aclara que en su trabajo (Sinfonía por el Perú), se vive un ambiente completamente distinto al que se vive en las calles. “Los músicos peruanos valoran a los músicos venezolanos por su profesionalismo, y por eso en esos espacios, ya dejan  de vernos como los delincuentes y las prostitutas”. Enfatizó Carvajal, mostrando parte de la estigmatización que tienen de los venezolanos.

Alta vulnerabilidad y poca protección, son algunas de las razones por las que no se denuncia.

Según el informe “Desprotegidas: Violencia de Género contra mujeres venezolanas refugiadas en Colombia y Perú”, de Amnistía Internacional, sólo 30% de las migrantes venezolanas denuncia la VBG. ¿A qué se debe esto?, ¿por qué las venezolanas no denuncian, a pesar de todo lo que describen de su vivencia en Perú?

Paola, nuestra primera entrevistada, deja claro que no vale la pena hacerlo: “Si denuncio, no nos van a hacer caso, porque lo he visto con las mismas peruanas. Son pocas las que denuncian, y luego que denuncian, no les hacen nada a los agresores, por el contrario el agresor vuelve con más fuerza a hacerles daño”.

La afirmación de Paola, no es una impresión personal. Martha Fernández, presidenta de la Asociación Protección de Población Vulnerable (APPV), quien lleva tiempo trabajando con el tema, afirma que el 75% de las mujeres víctimas de feminicidio en el País, ya habían denunciado ante los organismos correspondientes antes de ser asesinadas.

Una de las grandes dificultades que viven las mujeres cuando van a denunciar, es que los mismos efectivos policiales son los primeros que les hacen desistir. Esta afirmación la comparten Fernández y la Psicóloga Evelyn Sosa, quien es la coordinadora del Servicio Psicosocial, del proyecto Centro de Apoyo Emocional de la ONG Unión venezolana en Perú.

Esa situación la evidenció Natalia (*), nuestra segunda entrevistada, cuando vivió el episodio en el mercado. El oficial de seguridad  que se acercó, le dijo que ella era extranjera y que el hombre no había abusado de ella (refiriéndose a violencia sexual) y que por lo tanto, era algo sencillo. “Además me dijo que si ponía la denuncia, yo iba a estar retenida 48 horas mientras se investigaba, y yo decía, pero ¿cómo yo voy a estar detenida si yo fui la agredida?, eso no tiene sentido”. Agregó al respecto.

Así terminó todo para Natalia ese día en el mercado. Impactada por cómo ocurrieron las cosas, por la reacción de las personas, y la respuesta del oficial de policía, no puso la denuncia.

Por casos como estos, Martha Fernández decidió crear la APPV, porque hay una alta impunidad en el tema de VBG y Perú, es un país de alto riesgo para las mujeres. Según expresa, en esta nación la vulnerabilidad es mucha más alta, porque se ha normalizado la situación.

Fernández manifiesta que en el caso de las venezolanas, el porcentaje de acoso y violencia es mucho más alto que hacia las mismas mujeres peruanas: “En estadísticas, el acoso a la mujer venezolana está un 30% por encima del acoso a la mujer peruana”. Pero deja claro que el hecho principal del problema es, que es violencia a la mujer, porque no te vulneran por ser venezolana, te vulneran por ser mujer.

La afirmación de Fernández, tiene base en muchos estudios que se han hecho sobre el tema, ya que no es una situación nueva. Basta con ver un informe del Instituto Nacional de Estadística e Informática de Perú, donde se deja claro  el 62,3% de mujeres fue víctima de violencia intrafamiliar.

Tienen acceso a esa información, en el siguiente link: https://m.inei.gob.pe/prensa/noticias/63-de-cada-100-mujeres-de-15-a-49-anos-de-edad-fue-victima-de-violencia-familiar-alguna-vez-en-su-vida-por-parte-del-esposo-o-companero-11940/.

La mujer venezolana llegó a un país con esta realidad y como indica Fernández, eleva las cifras al respecto.

Para la psicóloga Evelyn Sosa, este alto índice se debe a la hipersexualización de la mujer venezolana. “A la mujer venezolana se le hipersexualiza entre muchas otras cosas, por tener la fama de ser caribeñas, de ser fuego por dentro”. Expresó Sosa.

Gracias a esa hipersexualización, las venezolanas también pasan por otro acoso común: el laboral. Estas dirigentes informan que a muchas venezolanas  les han hecho propuestas de trabajo a cambio de sexo, o les niegan el trabajo por negarse al mismo. Dos de nuestras entrevistadas también vivieron este tipo de acoso.

El acoso y la VBG trascienden las calles de Lima, el caso de Mónica(*) lo demuestra. Esta venezolana que tiene poco más de 20 años de edad,  pasó por secuestro, violencia sexual y física, explotación laboral y muchas cosas más.

Clara (*), mamá de Mónica, agradece hoy, tener a su hija a su lado a pesar de todo lo ocurrido. “¿Quién es el responsable, la mujer que no pone la denuncia,…que se cansa de poner la denuncia, o la ley que permite que cometan feminicidio?” Puntualizó Clara, al hablar de la experiencia vivida.

Clara describe que su hija de fue secuestrada por un hombre durante el año en el que inició la pandemia, que abusó sexualmente de ella todas las veces que quiso,  la violentó física y psicológicamente, la explotó laboralmente, y a pesar de eso, este agresor sigue libre.

Esta mujer cuenta que supo todo lo que vivió su hija luego de recuperarla, porque hasta ese día; fueron sólo momentos de martirio y desesperación para ella, con el miedo de que Mónica no volvería a aparecer,  ya que podrían matarle.

Esta madre dice que durante casi dos años, su hija estuvo bajo la posesión de su agresor quien la manipuló psicológica todo ese tiempo, amenazándole con matar a sus familiares y a las personas que ella amaba, si ella intentaba escapar o contar lo que le hacía.

Esta venezolana indica que ellos hicieron la denuncia ante la policía de tratas del Perú cuando hubo el mínimo indicio de lo que ocurría. La hizo personalmente la madrina de su hija que ya vivía en Lima, y ella, como mamá, estaba en constante comunicación con el oficial a cargo. Este oficial le recomendó inicialmente que actuara con la mayor normalidad  cuando su hija se comunicara,  porque sabían  que los mensajes los leía el hombre que la tenía.

Clara afirma, que el agresor le indicaba a su hija lo que debía decir cada vez que se  comunicaba, y que su hija no se arriesgó a escapar porque él le hacía sentir que era una persona sumamente peligrosa, con todos los flagelos que le hacía. Además, cuando ella gritaba pidiendo auxilio en el sitio donde la tenía cautiverio, el maltrato era mayor. 

Además de los golpes u abusos sexuales, el agresor le hacía pasar días de hambre, como un castigo por el atrevimiento de pedir ayuda. Para ese entonces su hija tenía 21 años y su agresor más de 40.

“Yo me le pegué a la policía, porque ellos no avanzaban nada y me decían, pero su hija tiene que decirnos donde está, y ella no me iba a decir en donde está, porque no podía. Sabíamos que estaba en Chorrillos, pero Chorrillos es muy grande.” Describe Clara, cuando narra parte de lo ocurrido.

Mónica logra salir de esta situación mucho tiempo después, porque queda embarazada, producto de las violaciones. Eso hizo que su agresor  fuese un poco menos duro de lo que venía siendo con ella.

Pero luego que nació la niña las amenazas de él cambiaron, porque ya no era únicamente la advertencia de muerte a sus seres queridos, sino que  le aseguraba que le iba a quitar a su hija si intentaba algo, porque la ley estaba de su parte al ser padre peruano.

Clara comenta que un día su  hija se armó de valor cuando  su agresor se fue, y quizás por descuido dejó las llaves del departamento donde la tenía secuestrada. Entonces, de inmediato se fue a la comisaría del sector para denunciarle, pero para su sorpresa, la policía no le quiso tomar la denuncia.

Ante esto, a distancia, Clara contactó con alguien que se comunicó en Lima con una Comisión del Ministerio de la Mujer, para que se apersonara en el lugar. Sólo cuando llegó esa comisión, la policía le recibió la denuncia a su hija.

Esta venezolana cuenta que hay muchas cosas que no alcanza a comprender en una situación tan delicada como la que vivieron, entre ellas;  que inicialmente no  pensaran en ubicar a Mónica  en un refugio (como luego pasó), sabiendo que el hombre era peligroso y podía buscarla.

En segundo lugar, que cuando dan con el verdadero nombre del agresor e ingresan sus datos en el sistema,  se encontraron con que este hombre tenía 12 denuncias y aun así, estaba libre. Las denuncias eran por violación y agresión a mujeres, todas venezolanas. Sumado a ello, había también denuncias por hurto.

Clara describe indignada y dolida que el hombre agresor siga libre y se atreviera a  enviar mensajes a los amigos y  familiares de su hija en Venezuela, intentando ubicarla.

Describe que incluso, llegó a Trujillo a la casa del exnovio de su hija (con el que se vino de Venezuela) y quien también fue amenazado por el agresor. Ante lo cual, ella le recomendó que denunciara, pero tampoco le tomaron la denuncia.

Gracias a las denuncias hechas en el caso de Mónica  y  la documentación de las mismas,  junto a la ayuda de APPV, lograron que ambas (ella y su hija) pudieran obtener el estatus de refugio.

Esto  les permitió la atención médica de la niña, que nació con un problema cardíaco, y posteriormente la posibilidad de salir del País. Ahora están temporalmente en Colombia, solventando problemas de salud de Clara e intentando darle un poco de paz a Mónica.

Ante todo lo vivido en Perú, Clara añade: “La campaña que tiene el ministerio de la mujer es excelente, de verdad que la vi,… me cansé de verla. Pero no hay coherencia en lo que dice y la ley no hace. No hay nada de coherencia…la ley no te apoya, porque ese es una persona que debió haber estado detenida enseguida”. Expresa con indignación.

La hija de Clara sigue afectada por lo que vivió, sigue presentando ataques de pánico, que son atendidos a distancia, gracias al apoyo que le brinda APPV.

Afectaciones de salud mental por la movilización obligatoria y VBG, dificultades para el acceso a la salud

Paola Dacosta enfatiza que la migración le afectó mucho  y si tiene que describirla, tiene sólo una palabra: dolor.  “Siempre me daban crisis, lloraba mucho, me sentía muy triste,… Fue muy fuerte para mí, porque el venezolano está acostumbrado a ser tan sociable, educado, con una sonrisa en la cara siempre. Y las personas de acá son todo lo contrario”. Expresa cuando nos cuenta al respecto.

Paola sabía que no se encontraba bien, pero no buscó ayuda profesional para salir de ese estado  porque eso implicaba dinero, y como dijo, estaban comenzando desde cero y la prioridad  era la subsistencia.

Arany Carvajal, comenzó siendo empleada doméstica, lo cual dice le deprimió mucho, porque era un trato muy distinto al que los venezolanos daban a sus empleados en casa.

Ella afirmó que en Venezuela la persona de servicio era como de la familia, mientras que acá, el trato es frío y distante. “Eso para mí fue muy duro, el trato era muy distante y muy frío me deprimí y llegué a sentir que no tenía sentido haberme venido, ni la vida que llevaba en ese momento”. Destacó, añadiendo que se fue de allí a los 3 meses intentando mejorar su situación.

Estas experiencias las vivió también Natalia (*) quien nos dice que el ánimo le cambió completamente y quiso buscar ayuda psicológica, pero su realidad no se lo permitió. “los primeros días busqué información, pero los precios no eran muy accesibles para mí, y lo descarté porque no podía pagar”. Justificó.

A Natalia le dio un ACV, que no ha podido atenderse en el sistema de salud porque no goza de seguro médico. Ese beneficio lo tuvieron por poco tiempo sólo su esposo y su hija.

Cuando su pareja contaba con un empleo formal y estaba en planilla  (lo cual es poco habitual en Perú, donde reina la informalidad a gran escala), el seguro médico no la incluyó a ella porque el acta de matrimonio de ellos no está apostillada, y sin eso, no le validan el matrimonio para gozar del seguro de salud.

Actualmente, ninguno cuenta con seguro médico.  “ le están contratando cada cierto período, descansando uno o dos meses, para no tener continuidad, aunque tiene ya 3 años y medio con ellos, y eso no les otorga el seguro de salud, por eso ninguno lo tiene hasta ahora”. Explica Natalia al respecto.

Acceder a la salud en Perú no es sencillo. Según el censo del 2017 del INEI, más de 7 millones de personas, carecen de seguro de salud en el País. https://www.inei.gob.pe/media/MenuRecursivo/publicaciones_digitales/Est/Lib1587/libro01.pdf. En este link, consiguen más información sobre le informe.

Los migrantes y refugiados se vuelven más vulnerables que los locales ante esta situación. Algunos venezolanos son embargo, creen que sería más fácil si tuvieran buenos ingresos, porque podrían pagarse un seguro médico privado. Pero eso podría ser sólo una fantasía, la siguiente historia así lo demuestra.

María Eugenia Moreno, es una venezolana de 43 años de edad, que tiene más de una década en Perú, su ingreso mensual es aproximadamente de 10 mil soles, lo que equivale a casi 10 salarios mínimos. Aun así,  pasa por la misma situación de los venezolanos que ganan 9 veces menos que ella.

 María Eugenia o Maru (como le dicen sus amigos)  dice que no le alcanza para sustentar todos los gastos familiares. Entre sus gastos, está el pago de un seguro privado de salud, pero éste, no le da una cobertura total de los gastos médicos.

Un seguro médico privado en Perú dista mucho de los acostumbrados en Venezuela.  El seguro contratado no les da una cobertura total de los servicios.  “Los exámenes clínicos y de imagenología, siempre tienen un co-pago, no te cubre la totalidad del servicio, nunca cubre a un 100 por ciento.  Las cirugías las cubre, pero siempre hay un copago”, añade al respecto.

Ella describe que ella y su esposo invierten más de 500 soles mensuales en el seguro médico, esta cifra equivale a medio salario mínimo en el país. Maru  cuenta que en una ocasión su pareja necesitaba una  endoscopía y una colonoscopía, y por ello debían pagar alrededor de 700 soles. Eso marca una gran diferencia con los seguros médicos con los que se contaban en Venezuela, dónde sí había una cobertura total de los servicios.

Esta venezolana que vive en Miraflores no escapa de las afectaciones emocionales por la que pasan los venezolanos. “Por todo lo vivido, yo desarrollé ataques de pánico y ansiedad,empezó hace 3 años y medio, empezó porque no alcanzaba el dinero, tenía que trabajar más y pues no pude más, y se desembocaron los ataques de pánico”. Comentó al narrar su experiencia.

Maru describe que va al psicólogo, al psiquiatra, se hace acupuntura, hace muchas cosas para superar la afectación, y afortunadamente está mejor, pero no termina de sentirse completamente estable en Perú, por la dura realidad que viven como migrante.

Por estas realidades de falta de acceso a la salud y afectaciones mentales de los migrantes venezolanos, las ONG y Asociaciones han optado por ofrecer servicios alternativos, para contribuir en este complejo escenario social;  como lo describe la psicóloga Evelyn Sosa, quien afirma  que asisten con sistematicidad entre 250 a 300 personas mensualmente, en el Centro de Atención Emocional (CAE) de la ONG Unión Venezolana en Perú, y entre 12 a 15 personas en el servicio de psiquiatría.

Estos programas fueron creados porque en sus jornadas de asistencia migratoria, observaron que todos los venezolanos presentaban depresión, la primera causa  era el duelo migratorio y la segunda, todas las situaciones que viven a diario en la compleja supervivencia.

En este centro, cuentan con terapias grupales e individuales, virtuales y presenciales. Se crearon de esta manera, porque no todos pueden acudir con regularidad por la explotadora jornada laboral, y porque los proyectos no permiten mayor continuidad. Haciéndolo de esta forma pueden atender a una mayor población.

Sosa, como coordinadora del servicio psicosocial del  CAE  de la UVP, comenta también que la mayoría de afectaciones mentales de las mujeres que reciben, están vinculadas a la VBG; siendo muy común la económica y psicológica.  Lamentablemente las ONG y Asociaciones tienen limitaciones porque trabajan con financiamientos por proyectos.

Según explica la especialista, para que una persona supere las afectaciones mentales por VBG, debería recibir por lo menos una asistencia de 3 años. Los programas con los que cuentan, no dan para eso, por temas de financiamientos. En el caso de la VBG, Sosa destaca la importancia de trabajar con los agresores; pero ese proceso requiere más especialización, y por eso no pueden abordarlos, por el mismo tema del financiamiento.

La psicóloga explica que los casos de VBG que reciben, viene sobre todo de parejas peruanas a sus cónyuges venezolanas, enfatizando que la mujer venezolana se ve en la necesidad de sostener esos procesos de violencia, por sus hijos. Según describe, a esas  mujeres sus parejas les amenazan con el hecho de ser extranjeras por lo que le pueden  quitar a sus hijos; porque el hombre, al ser peruano; tiene los documentos y la estabilidad que la mamá migrante no posee.

Con un escenario tan complejo, parece no haber solución a corto plazo, por eso, esta especialista en salud mental, manifiesta la necesidad de un cambio de políticas que incluya modificaciones en el campo educativo,  ya que allí inicia todo. Destaca que si no se dan los cambios, durante las siguientes décadas; estaremos viviendo la misma situación en VBG en el país.

Sosa ve con buenos ojos la reciente creación de los centros comunitarios de salud mental, que considera un gran paso en el abordaje de la salud mental en el País. Pero propone generar programas de empoderamiento, tanto personal como económico, para que las personas migrantes puedan hacer uso de sus decisiones, en pro de su bienestar.

En contraste  a eso, Martha Fernández destaca que los centros comunitarios de salud mental no funcionan, porque  en los conos (zonas lejos del centro de la ciudad de menores recursos) no hay especialistas que atiendan a la población peruana, por lo tanto, mucho menos podrán atender a la población venezolana.

“Aquí el tema de la salud mental es muy grave, es muy alto, porque no hay mayor atención, no se dan abasto, no hay suficientes psicólogos”, expresó.

Esa afirmación tiene base en diferentes investigaciones que se han hecho sobre salud mental en el País. Un estudio realizado en el 2006 por el  Instituto Especializado de Salud Mental Honorio Delgado – Hideyo Noguchi, describe que en ese año la prevalencia de depresión en Lima Metropolitana era del 18,2%.

Esa realidad se incrementó luego del inicio de la pandemia, según refleja un estudio del Instituto Nacional de Salud Mental (INSM) del Ministerio de Salud (Minsa), pues ahora, el 52.2 % de la población de Lima sufre de estrés causado principalmente por la COVID-19 y los problemas de salud, económicos o familiares que trajo consigo.

https://cqfdlima.org/salud-mental-y-efectos-de-la-covid-19-en-el-peru-un-problema-silencioso/ Allí pueden acceder a la información.

Por todo lo anteriormente descrito, Fernández y el equipo de la APPV, lanzaron el programa llamado “Boss Woman”, cuyo fin es empoderar a la mujer venezolana, para que se prevengan estos escenarios de VBG. Fernández enfatiza que allí está la prevención, en el empoderamiento, pues los programas de atención a la víctima, no previenen más víctimas de violencia.

Enfatiza la dirigente, que las mujeres desmejoran su autoestima con los cambios que viven en el País, donde no pueden ejercer sus profesiones y llegan a cumplir con oficios que están por debajo de su nivel profesional y capacidades. Eso sumado al acoso, la xenofobia y la VBG, afecta el autoestima de cualquier persona y da pie para que sea vulnerada.

Esta lideresa, al igual que la psicóloga Sosa, coinciden en que la solución a todo el tema de VBG tiene que ver con reformas de políticas públicas que den respuestas de fondo, pero esto llevará muchos años.

Por ahora, las mujeres venezolanas deberán seguir apostando a su resiliencia, como lo han hecho, y recordar de dónde vienen; para seguir adelante. Como lo expresó la psicóloga Evelyn Sosa: “en psicología profunda, la mujer venezolana es muy matricentrista, es decir; nosotras culturalmente estamos acostumbradas a salir adelante con los hijos”.

Quizás por eso, la mujer venezolana muestra resiliencia a pesar de su compleja realidad en este País, tal como como lo expresó nuestra primera entrevistada, quien con una sonrisa en la cara se despidió diciendo: “yo soy guerrera y lloro un rato cuando me duele, y luego me vuelvo a levantar y a salir a la calle a trabajar, porque tengo que echar pa´ lante, por mis hijos”.

Producción realizada en el marco de la Sala de Formación y Redacción Puentes de Comunicación III, de Escuela Cocuyo y El Faro. Proyecto apoyado por DW Akademie y el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores de Alemania.

(*) Nombre falso que pidió usar la entrevistada, para proteger su identidad y resguardar su seguridad.