Por Juna Salvador Pérez | Director de la revista SIC
Acompañar representa una especial responsabilidad para los medios de comunicación en general, y los comunicadores en particular. Comunicar es hacer común, hacer que algo sea de todos, lo cual nos obliga a reflexionar y repensar cuál debe ser la función específica de SIC en este sentido, 85 años después de su fundación y de cara a la Venezuela de hoy.
Cuando hablamos de la belleza de las palabras, entran en consideración dos elementos que se interrelacionan y complementan: la fonética (su sonoridad agradable) y el significado, es decir, lo que esa palabra representa.
Pensemos –por ejemplo– en la palabra conticinio, ese momento de la noche en el cual todo está en silencio. O la palabra perenne, como aquello que es continuo, incesante, que no tiene intermisión. O la palabra serendipia ese descubrimiento o hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera accidental o casual, o cuando se está buscando una cosa distinta.
Dentro de este grupo de palabras hermosas (por su forma y fondo), hay una quizás menos exótica por lo coloquial que nos resulta, pero igualmente altiva en su concepto, la palabra acompañar.
Acompañar es la palabra que se define en su etimología por la acción de ir juntos a buscar y compartir el pan (ad cum pane ire). Los que van juntos en busca de algo (digamos pan), y una vez que consiguen ese algo (ese pan, digamos), compartirlo.
¿No es este, acaso, un concepto hermoso? Pues no se trata de ir en manada, como lobos, al ataque de la presa y luego que los más fuertes coman primero y todo lo que puedan, mientras los demás esperan por las sobras. No. Se trata de algo que nos diferencia de los animales, que nos eleva de lo salvaje y nos lleva a compartir como iguales aquello que con necesidad buscábamos. El otro renuncia y comparte algo de lo suyo por mí, yo renuncio y comparto algo de lo mío por el otro ¿no es esta, acaso, una acción que dignifica, que nos hace humanos?
Al acompañarnos, los hombres nos hacemos más humanos, porque no solo nos reconocemos en el otro (la otredad), sino que además nos respetamos como iguales, con las mismas necesidades y como capaces de ayudarnos en la misma búsqueda.
Los compañeros de camino
De acompañar viene la palabra compañero, aquellos que comen del mismo pan. Aquellos que se acompañan, que se hacen compañía, que van juntos en la misma búsqueda, que comparten el mismo sendero, el mismo camino. Quizás por ello así se definieron a sí mismos los primeros cristianos: los seguidores del Camino. Ser cristiano supone saber acompañar, y acompañar supone compartir. Pero ¿a quién acompañamos y qué compartimos?
Comencemos por lo primero, ¿a quién acompañamos?
Partamos de la frase de Cipriano de Cartago extra Ecclesiam nulla salus (fuera de la Iglesia no hay salvación), que se remonta a los primeros siglos del cristianismo, para llegar a la fórmula de Vaticano II extra mundum nulla salus (fuera del mundo no hay salvación), la cual otorga a la salvación no solo una dimensión religiosa, sino también “histórica y social”, la evolución del concepto de quiénes son (o deben ser) nuestros compañeros de camino ha ido desde una visión estricta –acaso excluyente– hasta una concepción amplísima que abarca a todo el mundo.
Ciertamente, se ha intentado avanzar desde la segunda mitad del siglo XX en una profundización posconciliar –y podríamos apurar en calificar como aún más excluyente– que hace un planteamiento aún más radical: extra pauperes nulla salus (fuera de los pobres no hay salvación).
Esta es una sentencia durísima, y de entrada resulta excluyente. “Los pobres son la inmensa mayoría” y desde su condición de pobreza nos brindan a los no pobres la respuesta a su situación mediante la esperanza (la verdadera esperanza, el que “espera”) y la denuncia (que exige nuevos modelos humanizantes). Los pobres marcan la dirección y el contenido fundamental de la praxis, pero ¡cuidado! no se trata solo “… sobre dar a ellos, sino sobre recibir de ellos”.
El planteamiento entonces no es a quién acompañamos, sino quiénes nos acompañamos.
Debemos enfocar el tema distinto, sin pretensiones ni visiones redentoras verticales, sino cambiando tanto la posición de quien ayuda y también del que es ayudado, para colocarnos todos en una posición activa, en la cual todos damos y recibimos, en un juego entre iguales, de “tú a tú”.
En este sentido, se entiende pues la sentencia extra pauperes nulla salus, no como una suerte de “pauperización universal”, sino de una búsqueda real –de nuevo, activa– de solución al drama de los pobres, de las mayorías y, en última instancia, una respuesta que incumbe o debe incumbir a todos, una garantía de que todos salgamos ganando.
Implica esto una manera de abordar los conceptos de pobre y pobreza, más calmada y más amplia, sin gríngolas ideológicas. Se nos presenta así el “mundo de la pobreza” desde una concepción más abierta, más honda y más diversa, en la cual se cuenta no solo a los pobres en lo económico, sino a los excluidos socialmente, los marginados religiosamente, los oprimidos culturalmente, los dependientes socialmente, los minusválidos físicamente, los atormentados psicológicamente, los humildes espiritualmente.
Podríamos atrevernos a ofrecer un planteamiento en torno a lo arriba expuesto: fuera de los otros, de los demás, no hay salvación. Nulla salus sine alliis, vel, Extra alios nulla salus.
El pan que hay que compartir
Definido, pues, que los compañeros son todos los hombres y mujeres (así, amplio y sin etiquetas) sigamos con la segunda pregunta que surge del acompañar, el objeto sobre el cual cobra sentido la compañía, ¿cuál es entonces ese pan que debemos y necesitamos compartir?
El papa Francisco nos lo hizo saber en reciente reunión con los empleados del Dicasterio de Comunicación del Vaticano:
Las periferias existenciales no son sólo las que por razones económicas se encuentran al margen de la sociedad, sino también las que están llenas de pan, pero vacías de sentido; son también las que viven en situaciones de marginalidad debido a determinadas elecciones, o a fracasos familiares, o a acontecimientos personales que han marcado indeleblemente su historia1.
Ese pan que da sentido al acompañar no se trata de una respuesta estrictamente material (aunque en ocasiones lo sea), no es una categoría sociológica, no es una condición social específica, y por supuesto no puede ser de ninguna manera un constructo ideológico.
Acompañar, ser compañeros, es más una cercana sonrisa, una paciente espera, un sentido consejo, una sincera advertencia, una genuina entrega, una desprendida entrega de lo mío para que el otro también sea un compañero, se haga mi compañero.
Pero, sobre todo, el acompañar demanda, exige y requiere una constante actitud de comprensión del otro, sus circunstancias y condiciones, su verdadera situación pues la realidad siempre es más compleja que la teoría.
Comunicar es hacer común
El acompañar representa una especial responsabilidad para los medios de comunicación en general, y los comunicadores en particular. Comunicar (del latín communicāre) significa compartir, expresar, transmitir, difundir; es decir, comunicar es hacer común, hacer que algo sea de todos.
Esto nos obliga a reflexionar y repensar cuál debe ser la función específica de SIC en este sentido. Nos dice el papa Francisco al respecto: “La comunicación es, por decirlo así, el oficio de los vínculos dentro de los cuales la voz de Dios resuena y se hace escuchar”2.
En este sentido, tres son las recomendaciones que hace el pontífice a los comunicadores3. En primer lugar, hacer que las personas se sientan menos solas. Escuchar a la gente y poner especial atención a las preguntas e inquietudes de las personas.
Por lo pronto, toda verdadera comunicación está hecha sobre todo de escucha concreta, está hecha de encuentros, de rostros, de historias […] Si no sabemos estar en la realidad, nos limitaremos a señalar desde arriba en direcciones que nadie escuchará. La comunicación debe ser una gran ayuda para la Iglesia, para vivir concretamente en la realidad, favoreciendo la escucha e interceptando los grandes interrogantes de los hombres y mujeres de hoy.
La segunda recomendación, o consejo, es dar voz a quien no tiene voz, para evitar que las personas se sientan y se encuentren marginadas y censuradas. Esto implica dos acciones importantes: saber escuchar a las “periferias existenciales” y “dirigir una Palabra que salve”.
La tercera recomendación que plantea el santo padre es buscar siempre preservar la unidad y la verdad, luchando contra la calumnia, la violencia verbal, el personalismo y el fundamentalismo.
Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la revista SIC es actualmente no solo un medio de comunicación de la Iglesia universal, sino acaso hoy –en Venezuela– es una de las voces vigentes y más longevas de la Iglesia venezolana. Sus 85 años de existencia así lo comprueban y evidencian, pero además de ello, esta larga trayectoria histórica trae consigo una responsabilidad mayor de cara al futuro del país.
Los desafíos que se vislumbran en el camino
La revista SIC ha asumido desde su comienzo en 1938 esa doble función de acompañar comunicando. Nos hemos propuesto hablar con firmeza desde la esperanza, entendida esta como virtud teologal que lleva a la acción audaz. Nos hemos abocado a comprender la importancia y los tiempos de las realidades y los procesos sociales y comunitarios. Hemos centrado en el bien común toda la reflexión y todos nuestros planteamientos, partiendo de la concepción que la Enseñanza Social de la Iglesia ofrece desde la persona humana como digno hijo de Dios.
Sin embargo, hoy desde SIC debemos avanzar en un asunto pendiente y verdaderamente urgente para Venezuela, sobre todo de cara a la importante coyuntura que se vive en estos tiempos aciagos.
El país requiere de un debate nacional serio, de nivel y contenido profundo sobre las visiones y soluciones en lo relativo a lo que significa en este momento ser venezolano, nuestra identidad y nuestra cultura. Es necesario ofrecer propuestas al liderazgo social, económico y político del país y al mismo tiempo hacer un responsable llamado a la acción. Es necesario asumir la formación ciudadana, repensar la función del Estado. En fin, resulta urgente ocuparnos con compromiso y concreción de la reconciliación y la reconstrucción nacional como prioridad.
Por todo esto, es menester que SIC haga todo lo que esté a su alcance para lograr fomentar esta necesaria discusión.
Sepa Venezuela que cuenta con todo nuestro esfuerzo y tesón.
¡Sigamos adelante!
Notas:
- Encuentro del S.S. Francisco con los empleados del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano. 12 de noviembre de 2022.
- Ibidem.
- Los tres consejos del Papa Francisco para los comunicadores vaticanos. https://www.aciprensa.com.