Sobrevivir en el Hospital Central de Maracaibo

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Era la 1:30 de la madrugada cuando entré al área de emergencia del Hospital Central de Maracaibo, uno de los más importantes en la ciudad. El dolor dominaba mi cuerpo hasta el punto en que me revolcaba en la camilla; en minutos había terminado en el piso por los incesantes puyazos.

Mi estado era tan deprimente como el hospital. Sólo que yo llevaba tan sólo una hora así y el hospital lleva años agonizando sin que nadie se digne a atenderlo.

En cuanto llegué un doctor lo sospechó desde un principio: «Por los síntomas, parece cálculo renal». Yo seguía llorando por el dolor. Me pasaron a otra habitación con una doctora de guardia y su diagnóstico coincidió. Me acostaron en una camilla y unos minutos después me dijeron que no había medicamentos para calmar mi dolor: había que comprarlos, pues ellos sólo podían cumplir con inyectarme.

No me molesté.

Cientos de profesionales de la salud han emigrado del país y para mí el simple hecho de recetar en medio de la crisis de salud que vive Venezuela, ya es de héroes; es como cuando un periodista hace su trabajo aunque no tenga grabadora o conexión a internet.

Mi mamá me cuidaba y sostenía mi mano. Me pedía que aguantara el dolor; decía que pronto se calmaría. Mi novio en su carro fue una farmacia que, afortunadamente, quedaba cerca del hospital y atendía las 24 horas. Digo afortunadamente porque vivo en una ciudad donde no hay gasolina y para rodar el carro de un sitio a otro, hay que pensarlo dos veces: los usuarios suelen amanecer en las colas para poder surtirse de combustible.  

Cuando me pusieron el suero el dolor empezó a desaparecer. No sé si fue por el medicamento, pero mi mente se sumergió en un mar de recuerdos y se trasladó 12 años atrás, cuando padecí dengue hemorrágico; tenía 9 años y me atendieron en el Hospital General del Sur. Mi mamá cuenta que “no había tanta necesidad” y que el laboratorio funcionaba, sin que se gastara ni un bolívar por los exámenes. Además, «las medicinas eran fáciles de conseguir y también de costear». 

Ni para hospitalizarme

Sobre la marcha se fue resolviendo. Como si de un milagro de Dios se tratará empecé a cumplir con los exámenes requeridos y el cumplimiento del tratamiento. Su costo superó los 300 mil bolívares y, justamente cuatro días después, el gobierno decretó un aumento salarial de ese mismo monto, que se divide en 150 mil de salario y 150 mil de bono de alimentación.

La doctora me explicó que debía quedarme hospitalizada porque mi infección en la orina era muy delicada, además de que presentaba un cuadro de fiebre. Pero, aunque mi estado de salud era delicado, hospitalizarme no era una opción. «Debería hospitalizarte pero aquí no hay las medicinas para curarte, y además hay tuberculosis…», se lamentó.

Mi mamá y yo cruzamos miradas. Entonces, la doctora nos brindó la opción de cumplir tratamiento en casa, siempre y cuando yo fuera rigurosa con el cumplimiento del tratamiento.

Carretear agua para salvar familiares

Una semana atrás había pasado por el Hospital Central como periodista. Conversé con la gente que entraba y salía del hospital aproximadamente a las 10:00 de la mañana, y observé enfermeras carreteando agua de una tubería rota hacia el área de consultas externas; me acerqué para indagar y, por miedo a represalias, ninguna quiso identificarse, pero me contaron que desde hace 8 meses el hospital no recibe el servicio de agua potable. 

“Aquí estoy cargando agua para darle bomba al baño porque están tapados», dijo una enfermera. Ella tenía a su hermano en el área de hospitalización, Mariolina Paz, y debía llevar agua todos los días. «Estoy cansada de carretear agua, debo subir todos los días tres pisos porque los ascensores se dañaron».

Al menos no gastaba dinero en comprar agua, porque justo del otro lado de la avenida había una tubería rota, a donde iba a cargar. Me dijo que, con los familiares de las mujeres que iban a dar a luz, se repetía esta escena.  

Entre tanto, a una cuadra del hospital el alcalde de Maracaibo inauguró a finales de septiembre la plaza Alí Primera, en marco de la Gran Misión Venezuela Bella, orientada en la recuperacion de plazas y fachadas de la ciudad; mientras que en los hospitales hay gente sufriendo de dolor, muchos de ellos sin un bolívar en el bolsillo para comprar ni una inyectadora y los doctores sólo observando de manos atadas. Han sido mucha las protestas del gremio de salud sin recibir una respuesta oportuna por el gobierno nacional.