Un éxodo lleno de penurias (Parte I)

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Foto referencial

En los últimos 4 o 5 años, muchos venezolanos han migrado a países vecinos en búsqueda de mejores horizontes y calidad de vida.

Además, no es menos cierto que en 2017 y 2018 hubo una fuerte campaña publicitaria promoviendo la migración y se facilitaron medios en las rutas internacionales desde Cúcuta (Colombia) hasta Ecuador y Perú, instalando “puestos de apoyo a los venezolanos que salían de su patria”. No obstante, por múltiples factores no siempre se consiguen buenas oportunidades.

Hoy presentamos el testimonio de una venezolana migrante repatriada a quién llamaremos, para preservar su integridad, María.

“Motivado a la fuerte crisis económica que no me permitía alimentar a mi niño y cubrir los gastos de la casa, el día 28 de diciembre de 2017 decidí emprender el viaje fuera de Venezuela con destino a Perú. (Me fui) en compañía de mi hijo de 3 años y dos sobrinos; me tocó hacer una cola de madrugada en un terminal pequeño cerca de la zona del cementerio (Caracas) para poder conseguir el pasaje hasta San Cristóbal. Después de varios intentos, al fin compramos los boletos y llegó el día de la partida. Llorando subimos al autobús iniciando, sin saber, un éxodo lleno de penurias”, relata.

“Ya comenzaban los problemas de gasolina y en el camino nos dijo el colector que si le pagábamos más, nos llevaba hasta San Antonio porque no había transporte. Cuando llegamos al terminal de San Cristóbal constatamos que era verdad así que accedimos a cancelar más y así pudimos llegar a San Antonio. En Cúcuta, Colombia, compramos pasajes para Quito. La cola de venezolanos que huíamos era enorme, allí intercambiábamos historias. Todos teníamos el mismo sueño obtener mejor calidad de vida en esos países”, prosigue.

Según diversas fuentes, entre las que podemos citar ACNUR, refieren que en los últimos 5 años más de 4 millones de venezolanos salieron del país por la crisis económica que la ONU a calificado como emergencia humanitaria compleja que incluye falta de medicinas, poniendo en peligro la vida de los pacientes con enfermedades crónicas. Asimismo, las “sanciones al país” han agravado el panorama.

«Había una carpa de asistencia a los viajeros donde nos donaron sábanas, almohadas, agua y gel para manos. Al llegar a la taquilla a sellar notamos que uno de los señores le dijo al otro, viendo el boleto que nos solicitó, que porque hacía eso. Sin entender lo ocurrido nos dio un presentimiento que era algo malo así que corrimos hasta donde se suponía que estaba esperando la unidad. La sorpresa era que estaba saliendo el último autobús e iban a cerrar la taquilla. Asustados, corrimos y el encargado nos dijo que efectivamente era el ultimo carro», cuenta.

«Nosotros estábamos en otra lista, la cual no se había llenado para otro autobús, así que nos tocó quedarnos en un hotel de la zona y esperar al día siguiente para poder abordar otro. Entre el susto, el llanto, pues nos tocó cruzar la calle y la línea nos pagó el hospedaje. Casi no pudimos dormir, era horrible el sentimiento de miedo”, recuerda.

Cuenta que a la mañana siguiente, salieron antes de que los buscaran. La incertidumbre los angustiaba. Durante el día se fue llenando la terminal de venezolanos que migraban a otros países en búsqueda de mejores oportunidades. Finalmente, a las 4: 00 de la tarde llegó un autobús para llevarlos a Ecuador.

El viaje fue de susto, con lluvias, curvas peligrosas y la unidad a alta velocidad con el argumento del conductor que si no corrían, no llegaría a tiempo para el carro que los esperaba en la frontera Rumichaca, entre Colombia y Ecuador. En la madrugada arribaron, «gracias a Dios», dice.

Luego de los tramites migratorios de Colombia y cruzar el puente con cautela y sellar la entrada a Ecuador, reiniciaron el viaje. En el camino tuvieron una parada donde se bañaron con agua helada, pero las penurias recién iniciaban.

Legaron a Quito y encontraron la terminal cerrada. Explica que «de repente nos percatamos que abren una taquilla mi sobrino corre a preguntar. Le dicen que sí saldrá un carro con destino a Piura (Perú). Logramos comprar los boletos. Ya era el 31 de diciembre. Al fin nos tocó un autobús cómodo en comparación con los habilitados que nos habían tocado. Le pedimos a la señorita bus moza que si se hacían las 12 en el camino, no nos despertara con temor de agarrar «el cañonazo» (de año nuevo) y ponernos nostálgicos, pero no fue así”.

 “Cuando llegamos a la frontera Huaquillas para sellar eran las 12 de la medianoche y no nos dimos cuenta sino hasta salir que vimos los relojes. Emprendimos de nuevo el viaje hasta Piura llegando a las 6:00 de la mañana. Ya no teníamos más dinero, solo contábamos con los pasajes que nos mandarían por correo», dice,

«Pasamos la mañana esperando los boletos. Mi sobrino caminó y consiguió una familia que nos invitó a comer y nos brindaron Internet para comunicarnos. Al fin llegaron los tan ansiados tickets y salimos a las 3:00 de la tarde rumbo a Lima, Perú», sigue.

«El camino se hacía interminable. Fueron 16 horas de angustias. Al fin nos reencontramos con nuestros familiares y nos fuimos al cuarto donde ellos estaban para poder bañarnos y comer. Ellos tenían unos amigos peruanos que nos invitaron para darnos la bienvenida”, finaliza María su relato.

Casos como este se repiten en el historial de la migración venezolana.

@MOISESFQUINTERO