Una ciudad que se desvaneció

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Tras cumplirse un año de la pandemia por el Coronavirus, Maracaibo se desvaneció a tal punto que a sus habitantes solo le quedan recuerdos de aquella ciudad en la que vivieron.

Estela Durán, desde su puesto donde vende cigarrillos, café y caramelos, siente a su ciudad muy sola, sobretodo porque ella trabaja en el centro de Maracaibo, donde se concentran los principales poderes públicos y “Las Pulgas”, el mercado más importante de la capital zuliana, el cual fue hace unos meses el principal foco de contagio por la Covid-19.

“Yo antes me iba a las 5 de la tarde, ahora me voy en el mediodía porque ya no hay gente… Te puedes imaginar cómo están las ventas”, lamentó Durán.

Esta soledad en gran parte se debe a la dificultad que existe para acceder a la gasolina que impide que dueños de vehículos puedan circular con normalidad, además que quienes dependen del servicio transporte público deben disponer de efectivo, que cada vez es más escaso.

Para los que algunos es la paralización del transporte por el cumplimiento del “Quédate en casa”, para otros sencillamente es la paralización obligada de una ciudad sin combustible.

Por ejemplo, la ruta de Los Haticos, al sur de la ciudad, desapareció al iniciar la pandemia. Para trasladarse del centro de Maracaibo a Los Haticos, o viceversa, solo hay disponible mototaxis; lo mismo ocurrió con la ruta San José, la cual utilizaba Estela Durán.

“Yo me levanto a las 3 de la mañana y corro el riesgo de llegar hasta el centro a las 4:30 de la madrugada para abrir”, narró Durán.

A esa hora, ella, con un carrito de supermercado, mete toda su mercancía, junto a sus miedos, para continuar trabajando aunque las ventas sean mínimas.

Para el sociólogo Gildardo Martínez, Maracaibo “es la ciudad que vive en la memoria”.  

Nada es igual

Estela Durán tiene cuatro nietas, de las cuales dos están en el exterior y dos continúan viviendo con ellas: una tiene 5 y la otra 8.  

“Tenemos muchos problemas con ellas porque no quieren trabajar a distancia. No es igual cuando están en el colegio que tienen a la maestra”, aseguró.

Su nuera, (la mamá de las niñas), trabaja demasiado y no le da tiempo suficiente de atenderlas como corresponde: “no es igual, se han atrasado mucho”.

La única forma de defenderse es a través de un teléfono inteligente desde donde investigan las actividades que les asignan.

Gildardo Martínez, también profesor universitario, explicó que “este confinamiento ha alterado el ritmo natural o social de los marabinos y de todo el mundo, y se ha provocado un desorden de lo que son las rutinas comunes y corrientes”.

Este cambio que vive la sociedad amerita sacar resiliencia, crecer en la adversidad y ser solidarios con la familia, los amigos y crear grupo de apoyo, sugiere el sociólogo Martínez.