Una maestra popular

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Luz Betina Fuenmayor

«Ser maestra es lo que me define como persona». Así comenzó la charla Luz Betina Fuenmayor, maestra de muchos años pero siempre renovada.

Y se inspira contando que esa vocación para ella significa haber desarrollado «todo lo que tengo, todo lo que soy, lo que Dios me ha dado para ponerlo al servicio de mis alumnos, de mis compañeros, de las comunidades donde me tocó trabajar».

También, en su definición particular de enseñar que nace desde la experiencia y no tanto de la teoría envejecida de los contenidos, dice que ser maestra es contribuir al desarrollo de otras personas, favorecer el aprendizaje de otros, porque con esa vivencia se siente plena, realizada, satisfecha «de esa misión que en algún momento decidí aceptar» como el Sí de María cuando el ángel del Señor le anunció que sería la madre del Mesías.

Nunca pensó en graduarse de maestra

Para esta bonita historia que viene contando Luz Betina esta confesión pareciera ser una contradicción.

«Es que cuando uno es adolescente uno se pasea por muchas opciones, y siempre recuerdo que quería trabajar en un periódico», y la carcajada retumbó en la oficina desde donde grababa el relato.

Y es que esa otra vocación de preservar la buena ortografía le impulsaba «a corregir una palabra que estaba mal escrita para que quedara más clara, por eso decía que podía trabajar en un periódico», y por lo que se ve como correctora, tal cual como lo hace con los textos de Una Palabra Oportuna.

No en vano, los escritores de esos mensajes alentadores desde el evangelio y que divulgamos por varias redes desde Fe y Alegría, su casa de siempre, la llaman «La Dama de la Redacción». Y ciertamente, lo es.

El viaje de regreso a su adolescencia prosigue. Soltó otra confidencia. Cuando tenía 14 años, ya hace mucho tiempo, no sabía qué hacer con su vida. «Por eso digo que llegué a esta profesión de la mano de mi mamá».

Es la hija mayor de 3 hermanos. Viene de una «familia muy humilde, con muchas carencias económicas y en aquella época estudiar en una escuela Normal era una opción. Mi mamá tenías varias amigas que eran maestras de Fe y Alegría, y en la casa estaba una etiqueta que decía «ponte a trabajar con Fe y Alegría» que yo leía todos los días».

En el barrio donde vía, al sur de su natal Maracaibo, funcionaba la Normal para maestros «Nueva América». Y allí la inscribió su mamá porque la idea era que hiciera «una carrera corta».

Cuenta que esa decisión materna fue clave porque «creo que llegué al sitio adecuado, a la edad adecuada, a los 14, porque las personas que ayudaron a mi formación me impulsaron a cultivar esa vocación que a lo mejor estaba allí pero yo no la había visto».

Su agradecimiento también lo expande a sus maestros de la escuela de primaria, quienes también labraron y pulieron esa obra de arte que luego se ha convertido en una gema reluciente para sus estudiantes.

Una maestra que aprende siempre

Cuando le preguntamos por los aprendizajes que le ha dejado este oficio de enseñar, sin vacilar Luz Betina cuenta que el primero es el haber estudiado en la Normal de Fe y Alegría «porque te sitúa en un modo de aprender permanentemente, de concebir el ejercicio de tu profesión».

Ese aprendizaje va impregnando, afirma, la manera de hacer las cosas, de actuar desde Fe y Alegría «y una de las principales diferencias es que en aquel momento yo viví los aprendizajes, luego descubrí que lo que aprendí tenía una razón de ser que me permitió poner en la práctica toda esa concepción de educación que iba aprendiendo».

Pero su ejercicio no solo se ha quedado en las aulas, en el día a día con los estudiantes y sus colegas, sino que también aprecia el aprendizaje que se obtiene «con la reflexión, con el estudio de documentos, análisis de situaciones, y que sirvió para reafirmar todo ese proceso que comenzó cuando estudiaba en la Normal».

Actualmente dirige el Centro de Formación «Padre Joaquín», al servicio de todos los educadores en el país.

Por esta razón recomienda no descartar la teoría que también se va reconfigurando «porque todo ese bagaje es lo que te permite entender, entre otras cosas, lo que es Fe y Alegría en este momento, sus pilares, su educación popular como una propuesta ética, política y pedagógica».

En la vida de la maestra Luz Betina se materializa lo que los teóricos llaman la dialéctica entre lo sistematizado y lo vivido en un proceso de constante retroailmentación. «Todo eso que yo iba leyendo ya lo había experimentado, por ejemplo, la relación con la comunidad, y luego asumí otros roles como coordinadora, directora, en la gestión de recursos, de talentos».

¿Qué significa la educación popular hoy en día?

No es militante partidista pero sí admite que desde que llegó la llamada «revolución bolivariana» al gobierno «se empezó a hablar de la propuesta de educación popular, basada en principios que compartimos de autores».

Pero aclara que «para Fe y Alegría (la educación popular) es mucho más amplia. No es popular por sus destinatarios, por quienes atendemos, para atender al pueblo, a los más necesitados, a los pobres, a los oprimidos».

Por eso, desde su práctica reflexiva, define a la educación popular como la forma de desarrollar procesos de transformación de las personas. O como ella misma lo apunta «se define por su intencionalidad, no por los sujetos a quienes atiende».

Hablar de educación popular no es nuevo. De hecho, sin proponérselo, el concepto y la práctica forman parte de la génesis del Movimiento que hace 66 años impulsó el P. José María Vélaz.

Por eso para Luz Betina en el actual contexto de esta Venezuela «cobra más vigencia por la necesidad que tenemos los educadores de fortalecer esos procesos de transformación en nuestros alumnos, en nuestros participantes y en nuestras comunidades».

Y eso se traduce en la vivencia diaria en la escuela, hoy en día afectada por la pandemia, «pero manteniendo también el diálogo intercultural, contextualización de los saberes, descubrir los problemas que tenemos que atender y cómo abordarlos, recoger nuestras experiencias para sistematizarlas y compartirlas, de producción de conocimiento y de nuevos aprendizajes», aún bajo la modalidad de educación a distancia.

Claro que hay motivos para celebrar

En este capítulo admitió que era la pregunta que más le gustaba de todas «porque es muy recurrente que nos la hagan a los maestros y a mi me encanta porque le doy la vuelta, es decir, siempre nos preguntan, y no solo a los educadores, desde los temas laborales, y claro, visto desde esa óptica cuesta celebrar los sueldos que tenemos, las condiciones socioeconómicas en las que estamos, de salud, de precariedad. Pero me gusta verlo desde lo que es el Ser maestro».

Para Luz Betina ese Ser maestro implica, en primer lugar, celebrar «que hemos descubierto una vocación y que nos debemos a ella, por eso seguimos en las aulas, en las oficinas, en las escuelas, en los centros de IRFA, en las universidades, y porque asumimos esta vocación como una compromiso».

En segundo término celebra los aprendizajes que han venido adquiriendo y sobre todo «celebramos las transformaciones que vamos viendo en los alumnos, en nuestras escuelas, en nuestras comunidades».

Y remata con una premisa que ha marcado su vida. Y es que celebra el día del maestro «como celebro mi cumpleaños, es decir, celebro todo lo que he vivido, todo lo que tengo, celebro que me gusta lo que hago, el ejercicio de la profesión que le pone pasión a mi vida».

En Venezuela celebrar el día del educador cada 15 de enero puede sonar contradictorio y hasta incomprensible.

Sin embargo, «la maestra popular» reflexiona y destaca que en nuestro país este día adquiere mucho más significado «porque celebramos que hemos sido capaces de dar respuesta a esta realidad, que hemos sido capaces de mantener activos a nuestros alumnos, de hacerles sentir que la educación es importante, que solo con la educación pueden lograr superar dificultades».

Se despide no sin antes hacer dos peticiones. La primera va dirigida a sus compañeros de camino, los docentes. Que en este día recuerden cuál fue esa fuerza que los empujó a decidirse por esta vocación «y que a esa motivación le podamos seguir dando vida, que la recreamos cuando nos encontramos con nuestros alumnos, cuando nos abrazan, cuando nos encontramos con algunos de quienes fueron nuestros estudiantes y nos saludan «maestra, cómo está».

Y una segunda petición, imposible obviarla, se la envía a las autoridades venezolanas «para una revalorización de nuestra condición de educadores. Que revisemos lo que ha significado para este país la presencia de sus maestros, en qué hemos contribuido para fortalecer esta democracia, esta historia, y que se nos conceda el lugar que nos merecemos, se trata de un reconocimiento moral, además del económico, es cuestión de reconocer que ayudamos a construir dignidad en otros».

Anécdotas en 38 años de servicio

Se dice muy rápido. Pero en casi 40 años de servicio como maestra innumerables son las anécdotas que Luz Betina Fuenmayor puede contar y compartir también como si diera una clase.

No las valora como positivas y negativas «porque aún de las negativas se aprende algo, así que también son positivas».

Una de las que recuerda, y cuenta, es su estreno como maestra. «Me incorporan a la escuela Nueva América de Fe y Alegría y me encuentro con un grupo de maestras que tenían mucho tiempo de experiencia y con ellas, yo por ser la nueva, podía aprender mucho. Además era un grupo de alumnos bien llevado y con los que iba a tener menor dificultad y se supone que iba a tener un bueno estreno».

Pero llegó la sorpresa. «Eso no lo pensaban los alumnos. Nadie quería estar en la sección de sexto C con la maestra Luz Betina, todos querían estar con las otras maestras. Así que cuando fueron diciendo las listas de quien iba con cada maestra vi muchas caras largas»

Se ríe, otra vez la carcajada, cuando la recuerda. «Pero no me predispuso, si me arrugó el corazón y me retó. Ellos tenían 13, 14, 15 años y yo tenía 17. Así que todos éramos unos chamos. Luego fue muy satisfactorio ver que después de salir a la escuela buscaban a su maestra Luz Betina para seguirle contando sus situaciones, sus dificultades. Ahí reafirmé que estaba hecha para eso, que podía llegar a las personas, a los alumnos, que podía darles una palabra de aliento, de reflexión, de seguir adelante».

La segunda anécdota que nos regaló no fue tan grata. Una serie de diferencias y dificultades con quienes trabajaba en una escuela le supusieron momentos tensos y muy tristes. Pero luego de la tempestad, el amplio horizonte de nuevas amistades, de resolución del conflicto en paz, de reconstrucción de relaciones personas, se tradujeron para la maestra «lo que dice el evangelio, trabajar el perdón».