Ciertamente, la puerta a la felicidad nunca la abre el rencor, la envidia, los celos, la violencia, la maldad. La abren la amabilidad, el esfuerzo, la honestidad, la solidaridad, el servicio. No somos Tagore, pero a lo largo del día y de la vida nos encontramos con otras personas, cercanas o lejanas, y podemos hacer que, cuando se alejen de nosotros, se vayan más ilusionadas o más pesimistas, más seguras o más confundidas, más amables o más violentas.

Si servir es un privilegio, pues “hay más alegría en dar que en recibir”, aprovecha las oportunidades de servir que te ofrece la vida y da gracias por ellas. Acepta también agradecido lo mucho que recibes de los demás y trata de responderles con generosidad. Es lo que hacía Albert Einstein que llegó a escribir: “Cien veces al día recuerdo que mi vida interior y exterior depende del trabajo que otros están haciendo ahora. Por eso, tengo que esforzarme para devolver por lo menos una parte de esta generosidad, y no puedo dejar ni un momento vacío”.

Atrévete a vivir preocupándote por los demás, ocupándote de ellos, regalando sonrisas, saludos, palabras cariñosas y amables, sembrando vida, esperanzas, acercando corazones. Vive cada día como un regalo para los demás en los mil pequeños detalles que nos ofrece la vida. Sé amable, escucha intensamente, interésate en las cosas de tus familiares, compañeros y vecinos, felicítales por sus éxitos y logros, acompáñales y tiéndeles la mano en sus problemas. Cuando veas que alguien (chofer, cocinera, empleado, obrero…,) hace bien las cosas, felicítalo aunque no lo conozcas. Vive alegre y alegra, pues en el mundo hay demasiada tristeza, dolor y soledad. Haz que la gente se sienta valorada y querida. Evita toda palabra ofensiva. No permitas que la rabia, el desamor o la violencia de otros te arrebaten la alegría y la paz del corazón. Derrota la agresividad y la violencia con dulzura y amabilidad.

Tal vez sea oportuno recordar la historia de aquel jefe indio que le contaba a su nieto que sentía que dentro de su corazón habitaban dos lobos, uno amable y servicial, y el otro egoísta y violento, que se la pasaban siempre peleando. Cuando el nieto le preguntó cuál de los dos ganaría la pelea, el anciano le respondió con una amplia sonrisa: “Aquel al que yo alimente”. Podemos alimentar nuestra amabilidad o nuestro egoísmo, nuestro perdón o nuestro rencor, nuestra esperanza o nuestra desesperanza. Pero, para ello, debemos comenzar aceptando que dentro de nosotros habitan dos lobos, un lado positivo y un lado negativo, y que ganará el que alimentemos: si alimentas el egoísmo, actuarás con egoísmo y sembrarás dolor; si alimentas la generosidad, actuarás con generosidad y recogerás alegría, pues cada uno cosecha lo que siembra. Todos podemos llevar una vida rastrera, sin ideales ni metas, dedicados a sembrar dolor y malestar, o podemos levantarnos de nuestro egoísmo y comodidad para emprender el vuelo de una vida libre, servicial y generosa.. Todos tenemos una misión en la vida que debemos esforzarnos por conocer y realizar. Todos somos instrumentos de Dios que nos necesita para cumplir en este mundo su proyecto de amor.

Para ello, debemos fortalecer nuestra voluntad y nuestro carácter. De la comodidad, la flojera, la rutina, las quejas o la autoconmiseración no suele salir nada valioso o importante.

Antonio Pérez Esclarín es educador y Doctor en filosofía. @pesclarin

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