Abuelos migrantes entre los venezolanos que cruzan el Río Grande

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Foto: Iván Reyes | Efecto Cocuyo

Abuelos, adultos mayores, tercera edad.  Cruzan las aguas en la frontera de Estados Unidos, algunos van con sus nietos. Otros van a su encuentro.

La profa N. es huerfila. A su hijo mayor lo mataron de un  balazo en una protesta . Ella que tiene 75 años y orgullosamente dice que es deportista, que por eso cuando su hija en Estados Unidos le dijo “vamo a dale”, en menos de una semana tomó sus aperos y dejó  Quito, Ecuador, para cruzar el Río Grande y abrazar una vez más a sus cuatro nietos.

A ella que no le tiembla la voz de quien tuvo funciones supervisoras, a ella se le encoge el cuerpo cuando recuerda a su hijo, el que tenía nombre de rey- en realidad  cuatro nombres-, su muchacho, al que mataron hace cinco años en una estación de servicios en la ciudad de Coro, en Venezuela. Ella tiene un dolor que no puede nombrarse porque aún en español no hay palabra para definir a quien ha perdido un hijo. Ella no quiso perder a sus nietos. 

Ese dolor sin nombre aflora cuando cuenta por qué escogió el camino del río para llegar a los Estados Unidos.

“Salimos demasiado tarde” afirma, mientras espera en una estación de gasolina el autobús que la llevará a San Antonio, Texas y de allí a Miami donde la esperan los suyos.  La tardanza a la que se refiere fue el tiempo que les tomó irse de Venezuela, un lapso  que le come la tranquilidad, pero que supera cuando habla de sus nietos. 

Ella maneja el idioma inglés, pronuncia en español las eses y las equis ( los venezolanos sin entrenamiento vocal nos las solemos “comer”) pero pide que no citemos su nombre. Está con su tercer hijo, quien no quiere fotografías y tampoco hablar mucho. Él está pendiente de comprar una línea telefónica. La que adquirió en México aún funciona en esta zona, pero ya no será útil en unas kilómetros más.  Vienen de Quito donde vivían desde 2018. 

En compañía 

Estamos en Del Río, la población texana que se ha convertido en la puerta de entrada de miles de venezolanos que están cruzando por distintos puntos el Río Grande desde Ciudad Acuña, población mexicana que está al otro lado de la orilla. 

En una estación de servicios que sirve de parada a la linea de autobuses que sirve la ruta Del Río-San Antonio los migrantes toman la unidad de transporte

— ¿Cuándo llegó usted a esta ciudad?

— ¿Qué día es hoy?,  ella repregunta

—Jueves 10 de junio 

— Entonces debí  llegar el martes, dice y hace cuentas mentales.

“Primero me llevaron a un sitio, luego a otro, luego a otro donde finalmente me pude bañar. El primer centro no tenía las mejores condiciones, pero me trataron como a la joya de la corona. La verdad no me puedo quejar. Ya no me quejo de nada”.

Aunque los migrantes venezolanos que usan Del Río para ingresar a EEUU no saben los nombres de los lugares a los que les llevan una vez que son recogidos por las unidades de la patrulla fronteriza, el proceso suele ser  el siguiente:

Los trasladan inicialmente a un centro de procesamiento de CBP ( policía fronteriza) donde les toman las huellas digitales para verificar si tienen antecedentes penales, les hacen entrevistas para ver si su caso califica para la solicitud de asilo. Posteriormente, si hay que esperar los pueden enviar a una instalación de ICE , que es el servicio de migración y control de aduanas de EEUU.  Dependiendo del caso,  luego pueden ser trasladados a la sede del Val Verde Border Humanitarian Coalition, donde reciben apoyo para llamar a familiares y orientación sobre cómo actuar al llegar a la ciudad donde les esperan familiares o amigos.

El proceso de legalización en el país apenas inicia y cada caso es diferente.  A algunos se les otorga un permiso para adentrarse en territorio estadounidense con el compromiso de presentarse ante el juez de migración. Todos los migrantes  venezolanos consultados se están acogiendo a la figura de asilo. 

A la profa se le ilumina la voz y la mirada cuando habla de sus cuatro nietos, los que parió su hija la del medio, los que hacen esculturas y música. Los que migraron a Estados Unidos hace cuatro años porque “se metían en las protestas y en cuanta marcha había”. Ella no quería que terminaran muertos como su tío o como otros jóvenes de su edad. 

Pero otra vez su voz se vuelve un hilillo cuando recuerda una obra de su nieto menor. Una escultura que hizo en la escuela y que le mereció un premio. Un corazón. Inspirado en Neomar Lander, el adolescente de 17 años que soñaba con una Venezuela mejor y que fue muerto el 7 de junio de 2017 por el impacto de una bomba lacrimógena disparada a quemarropa por agentes de la Policía Nacional Bolivariana.

“Salí inicialmente de Venezuela porque ya ni con dinero podía comprar comida. Y eso que cerca de donde vivía hay un bodegón. Pero llegó un momento en que le pedí a mi hijo: sácame de aquí. Él ya estaba en Quito y me quedé inicialmente allí porque mi sueldo de profesora jubilada no me daba para más”. 

Los abuelos migrantes 

N. encaja en uno de los perfiles que la policía fronteriza de EEUU ha detectado de los migrantes venezolanos que están ingresando por la zona de Del Río. Adultos mayores.

 El jefe de este sector, el oficial Ricardo Moreno, dijo a Efecto Cocuyo que en los grupos que encuentran suele haber una o más personas mayores. 

En siete  días de cobertura en esta zona hemos visto varias abuelas y abuelos migrantes  que refieren constantemente que van a ver a sus nietos o que incluso ingresan  en el grupo familiar con ellos, como el caso de Gladys y su nieto Sebastián, que entraron a territorio estadounidense el pasado 9 de junio. 

Deysi M, quien ingresó en el mismo grupo de hace una semana y ya está en Orlando con su nieto me pidió que le regalara un dinosaurio que hallé entre los Objetos no declarados que arrojan los migrantes una vez que cruzan. Decenas de niños también vienen, la mayoría con sus madres y padres. 

“Dámelo para llevárselo a mi nieto que a él le encanta los tiranosaurios”, dijo Deysi.

Este miércoles 16 de junio en una acción de la patrulla fronteriza fue encontrado un grupo con tres adultos mayores.

Penetraron por una de las áreas más complicadas en Del Río ya que da la zona de seguridad de la policía fronteriza, luego de pasar el río se ingresa a un coto cerrado de varias hectáreas, con caminos de tierras y vegetación que terminan por ser un laberinto y cuyos limites están protegidos con bardas de más de tres metros. 

Abuelo y nieto. Ellos ingresaron por la zona de seguridad de la patrulla fronteriza. Llegaron el miércoles 16 de junio. Foto Luz Mely Reyes

Uno de  los venezolanos encontrados le dijo al oficial Moreno: “Él es mi nieto- señalando a un joven de 19 años que estaba a su lado-. Lo traje porque ya no hay futuro para él en Venezuela”.

Los adultos mayores llegan con muchos medicamentos, explica Moreno. 

Un estudio reciente de Acnur sostiene que “las personas mayores desplazadas forzosamente se han encontrado durante mucho tiempo con una protección insuficiente y con negligencia. Su inclusión completa en las respuestas nacionales a la pandemia es clave para salvaguardar su dignidad y derechos”. 

En el caso venezolano, la organización especializada en adultos mayores, Convite, hizo una encuesta reciente que reveló que 80 por ciento de los entrevistados percibe menos de 10 dólares mensuales.

La profa N. se describe como una mujer atlética, tiene una voz que usa pausadamente, pronuncia todos los sonidos. Se declara en buen estado de salud y tiene planes para su futuro en EEUU.

“No hay nada mejor que la libertad, que tu respires de verdad, que sientas que lo que vienes es bueno”.

Nota: Esta es la tercera entrega de la serie Despachos desde Del Río para narrar la migración de venezolanos que entran por el Río Grande a los Estados Unidos.

 Texto por Luz Mely Reyes | @LuzMelyReyes Fotos por Ivan Reyes

Crónica de la serie Despachos desde Del Río cobertura especial de Efecto Cocuyo republicada por la alianza Periodismo, Investigación y Memoria (alianza PIM) conformada por Efecto Cocuyo, Historias que laten, Crónica.Uno y Radio Fe y Alegría Noticias.